Hitchcock apuntó a Valparaíso… y disparó

(Al servicio de “Variaciones sobre la vida de Norman Bates”)

Por J.I. Corces

Todo esto comenzó con una novela. Diferente a ésta, a este cuento. La otra partía en Phoenix, Arizona, y el cuento parece suspendido en el vacío porteño.

Tienen en común un nombre, Norman Bates, y la aparente similitud en edad, alrededor de los 30 años. Robert Bloch escribió el primero y C. Faúndez el segundo. Los vasos comunicantes no dejan de alejar uno del otro… pero vamos a tomar el de Faúndez y sumergirlo unos 700 metros hasta que se ahoge o reviva de una vez por todas…

Alfredo… José… Roberto… Alguien los llamó así cuando eran niños e iban al museo de historia natural. El último escribió luego una novela y cincuenta años después otro niño ya crecido -Claudio- caminaba por las calles de Playa Ancha a punto de culminar el reencuentro. El 2005 cantaba con los Madrefoca (“Él es un gran compositor de canciones, me lo ha dicho”, pág. 155) y cambiaba de días de poesía en las catacumbas de La Piedra Feliz.

Parecía ser un tipo porfiado junto a la solitaria voz de su pasado “literario”, que podía salir a la calle y saludar y todo eso… No se sabe bien cuándo divisó a Norman Bates o si fue una especie de reencarnación inexacta (más informal, más elocuente) del omnipresente celador del motel del sudoeste. Entonces la camioneta no se lo llevó. Hizo una vida normal y este libro da buena cuenta de ello.

Vamos ahora a seguir esos pasos perdidos que nos llevan a la literatura y el cine. Al señor Bloch, que publicaba esa novela llamada “Psycho”. A un señor de origen inglés que llevaba veinte años en Hollywood dejándonos “en suspenso”. Que había hecho besar a Ingrid Bergman con Cary Grant y a James Stewart con Kim Novak, y que antes de “Psicosis” había hecho entrar a Stewart en la tienda de un taxidermista londinense. Pura coincidencia. Faltaba encontrar todavía la novela y contratar a un tipo de treintaitantos llamado Joseph Stephano.

Como John Ford, cuando anda en racha Alfred Hitchcock, escupe películas como filudos peces espadas. “La ventana indiscreta”, “El hombre equivocado” (que debería hacer llorar al Sr. Faúndez), “Vértigo”, Intriga internacional”, ésta que tratamos y “Los pájaros”… Póngale música o métale sonidos, Mr. Herrmann (ahora y aquí Toto Álvarez). Y aquí estamos ante Tony Perkins bien peinado y Janet Leigh con los ojos más abiertos que nunca. John Gavin pasaba de acostarse con ella a entenderse con Charles Laughton, convertido en el joven Julio César de “Espartaco” ese mismo año ‘60.

Manos a la obra. Alfredo y José, ya crecidos, discuten en una oficina de la Universal -año 59- acerca de quién baja realmente desde la casona al motel, y uno se pregunta qué habría pasado si ese atardecer lluvioso Norman hubiese preferido quedarse leyendo arriba, o bien, desbarrancado ante tal señuelo con faldas y dinero entre el periódico (“He conocido a una mujer, una pasajera, pero todo se fastidió”, pág. 144). Pero sobrevivió a la desazón y quedó en la retina de millones de curiosos en todo el mundo. Y después de todo, encarcelado como el adlater de Nosferatu, luego de tres años cargó la atmósfera de ese pequeño pueblo costero californiano con miles de pájaros tempestuosos. Y en colores…

“Psicosis” es el último largometraje de Hitchcock en blanco y negro, y es el más televisivo de los que hizo en su viaje cinematográfico. Empleado en televisión alternativamente desde mediados de los años ‘50, en cierto modo, es esta obra que tiene como eje a Norman Bates su mejor trabajo en ese prototipo de forma o aspecto expresivo -más económico, más de “storyboard”- , y una de las más importantes en toda su carrera. Con la desaparición a la media hora del personaje femenino que debía ser protagonista o al menos co-partícipe del personaje de Norman (según apreciamos desde el primer momento que aparece, el larguirucho joven de la mansión arruinada está ahí para quedarse), ingresamos en una película extraordinariamente simple de seguir, sin ningún elemento que impida la comprensión de los hechos que se suceden, salvo al final con la interpretación psicoanalítica en boga por esos años, y de la que posiblemente ahora tenemos algo que objetar.

Culmina así la trilogía de Norman Bates como “ave central” en la filmografía de Alfred Hitchcock. El Benjamin McKenna de “El hombre que sabía demasiado” es físicamente el antecedente de Tony Perkins y Norman Bates. Pájaros del mismo condado. Uno con familia y de vacaciones en Marruecos, y el otro con el trauma del secuestro del hijo de aquél… ¿O es él ese niño tiempo después, con un nombre falso y Doris Day bien guardada en la buhardilla? Al tercer Norman hay que encontrarlo en “Los pájaros” y no es tarea fácil: un pajarito amarillo enjaulado causa la excitación y posterior insurrección de varias flotas aladas. Mitch Brennen (Rod Taylor) ya no es un pájaro; éste es una pájara y se llama ahora Melanie Daniels, alias Tippi Hedren (“Los niños se han entusiasmado con el taller para embalsamar pájaros. En sus bancos los observan, muertos, como trofeos”, pág. 123).

Y ahora, enfocando el ojo en esta presentación, se podría decir que casi al mismo tiempo, el primer daguerrotipo, la primera idea literaria de Dickens, y el Frankenstein de Mary Shelley se tomaban de la mano y empezaban a caminar hacia la sala de cine… Cuatro planos entonces para estas “Variaciones sobre la vida de Norman Bates”: uno gótico, uno surrealista, otro clasicista (llamémoslo así), y al final el post-moderno, más gore, el de Faúndez. Lo gótico siempre carga un romanticismo sombrío, grave y tieso como Frankenstein, que nació después de un baño atardecido en el lago Ginebra (“He visto por la noche unas siluetas de niños en el bosque. Se reían de algo, como si hubiesen cometido una travesura. Me interné entre los árboles siguiendo sus voces”, pág. 146. O también: “Por la mañana, Norman lleva a la niña al columpio. La invita a subir y la eleva hasta el cielo”, pág. 148). Buñuel adaptó la Casa Usher de Poe para Jean Epstein y entró en el ojo surrealista (“Uno de los niños ha enterrado una aguja en el ojo de un compañero”, pág. 130). Por fin, Hitchcock apuntó a Valparaíso y disparó…

Concluyendo, lo único seguro es que a partir de ahora puede que no hayan más Norman Bates. Nadie ha vuelto todavía del lugar donde un día nos puso la canción, la página o la película.

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