“Me aburre la sarta de escandalizadores baratos que se está tomando el horizonte de la narrativa”

Carlos Henrickson habla en esta entrevista sobre su último libro, “Esplendor”, y sobre el oficio y la práctica de la escritura en Chile.

“Defender la ciudad a la que pertenezco contra una banda de payasos”. La respuesta de Carlos Henrickson, cuando le preguntan qué desafíos importantes enfrenta por estos días, puede sorprender a quien desconozca la agudeza intelectual que caracteriza la visión de este escritor. Sus estrechos vínculos con el mundo de la literatura –desde la poesía, la narrativa, la traducción y la crítica- no lo han blindado contra los pedestres vaivenes del diario acontecer. Por el contrario: este escritor de 37 años, lector devoto de Dostoyevskii y Nietzsche y que se desenvuelve en cinco idiomas –incluyendo el ruso-, observa con penetrante atención y mente crítica las corrientes y tendencias que afectan el campo real donde se desenvuelve la literatura y, en particular, aquello que acontece dentro de la frontera local.

Del panorama literario actual, del oficio y la práctica de la escritura en Chile, de arte y, en especial, de su nuevo libro, “Esplendor”, habla Carlos Henrickson en esta entrevista con Narrativa Punto Aparte.

-En «Esplendor», tu mirada del mundo del arte, en particular lo vinculado a la enseñanza y la academia, se ve bastante cercana, ¿tuviste algún paso por escuelas de arte?
-No en términos académicos propiamente tales, pero sí que me he involucrado con diversos grupos e instituciones dedicadas al tema. En algún sentido, eso resulta inevitable en un momento en que el artista necesita tener cada vez mayores puntos de apoyo con relación a las crisis estéticas que nos inundan desde hace tiempo, así como estar repensando constantemente la imbricación entre la vida y el arte. Pero el camino me llevó incluso a trabajar en tareas extra académicas en escuelas de arte (particularmente, el Instituto de Arte de la UCV), así que en realidad el contacto personal resulta más importante que el formal. Aparte de que hace muchos años que tengo una relación fluida y amistosa con artistas plásticos, que a tiempos se ha hecho más estrecha que con los colegas literatos.

-En el lanzamiento de tu libro, el poeta Sergio Madrid señaló que «Esplendor» era un libro sobre el arte y sobre la vida. ¿Cuál es la relación que tú estableces entre ambos conceptos?
-Son conceptos críticos. No se les puede separar absolutamente y, sin embargo, tampoco logran jamás reposar en una armonía real. Más allá de las interpretaciones románticas, es evidente que hay algún tipo de profundo desacuerdo entre la vida y la expresión artística, que repercute desde el tema material y el emocional hasta planos mucho más profundos. En el libro intenté dar un buen abanico de esos desacuerdos, aunque daría para varios libros más. Y creo que ya he tocado demasiado el tema, al menos en esta cuerda.

-En el imaginario colectivo, se suele proyectar la figura del artista como un ser sublime, ¿por qué eliges retratar artistas que están más bien caídos del pedestal?
-La verdad es que la extrema puesta en situación del artista en el imaginario colectivo (sea como sublime o un marginado al extremo) responde a una efectiva deriva del lugar que ocupa el artista en el plano social. Creo que, en general, mi retrato de los artistas es bastante realista, ya que no hay que ahondar demasiado para ver que no sólo la práctica de un oficio artístico ha dejado de pagar, sino que las imágenes del mundo que tiene “el común” de la gente se han separado dramáticamente de aquella que ha sostenido durante siglos los oficios artísticos –el humanismo en un sentido trascendente, la valorización del ocio creativo, etcétera… Entonces, cae una imagen del hombre y naturalmente debe caer todo aquello que la sustentaba. ¿Cómo retratar un artista en la cima del éxito? Eso sería intelectualmente deshonesto, a menos que ese artista hiciera una actividad absolutamente contraria al arte –la publicidad, el espectáculo…

-¿Cuál es tu relación personal con la pintura y cómo estableces el nexo entre ésta y el arte que tú practicas, la literatura?
-Siempre he tenido buenas migas con artistas plásticos, y desde que empecé en literatura –hasta puede que sea por alguna envidia de su capacidad. Creo que mientras menos literariamente, y más plástica, musicalmente, se encare el oficio literario, se le entrega una trascendencia que lo puede hacer resistir el embate de un mundo que ya resulta invivible (así que para el arte puede ser fatal).

 Una reivindicación

-No son pocos los pintores que han dicho que la pintura en sí es un género en extinción, cercado y amenazado por las nuevas manifestaciones del arte visual, más conceptuales, multidimensionales, multidisciplinarias, discursivas, etcétera… De alguna manera, siento que el cuento, tus cuentos, enfrentan un dilema similar: hay un prosa limpia, narrativa pura, que se resta de la experimentación y del rupturismo per se que vemos en alguna literatura contemporánea. ¿Piensas que en ambos casos hay una suerte de reivindicación del género?
-Me interesa el rescate de dos momentos: la experiencia y la mano, por llamarles así. Yo creo que sí se puede revalorizar la experiencia, lo que mantiene en vigencia al género narrativo y lo podría mantener durante mucho tiempo. Pero, tal como en la pintura, se hace natural que los pescadores huelan ríos revueltos y empiecen a echar redes: la apelación barata al subgénero y la proliferación cantinflesca de ciertas literaturas contemporáneas del país me parecen intentos de sepultar toda una dimensión de experiencia del oficio literario que a ciertos personajes se les hace difícil por simple falta de talento, y no falta quien compre porque huele a podrido. Está bien si hay a quien le guste, pero a mí no me gusta.
En cuanto a la dimensión de la “mano”, pasa algo análogo. Recuerdo que en una polémica con unos payasos, la gran opinión de ciertos “intelectuales” (recuerdo a un par de periodistas, Daniel Hidalgo y Felipe Montalva) era a coro desplazar cualquier tipo de buena redacción porque era “fome”. A nadie le importaba realmente el contenido de polémica alguna, sino producir retahílas de garabatos que dieran risa. En ese caso, ¿importaba qué era lo que se estaba diciendo? Claro que no, y por lo mismo pasaba a importar mucho, demasiado, cómo era que se decía. Ese contraste violento entre lo que se dice y cómo se dice demuestra que en ese caso hablamos del periodismo más bajo y rastrero, el del 80% del que se practica en la mugre que son nuestros medios de comunicación: y eso precisamente en gente que se reputa a sí mismos como “intelectuales” (incluso se atreven libros enteros de proliferación lingüística hueca, y le ponen la palabra “punk” para hacerlo digerible).
Así que claro que algo se reivindica en lo que hago, cierta integridad de la práctica artística. El cacareo académico y el antiacadémico tienen en común una pereza abismante, que demuestra de fondo una falta de talento terrorífica.

-«Esplendor» es tu segundo libro de narrativa. Los proyectos en poesía ocupan muchas más líneas en el currículum. ¿Existe un tránsito permanente entre narrativa y poesía? ¿Qué diferencias, similitudes, relaciones o influencias puedes establecer entre el poeta y el narrador?
-Existen la menor cantidad de relaciones posibles. Son dos artes absolutamente distintos, y me gusta mantenerlos así. Bueno, hay algo inevitable: la narrativa puede tomar efectos de imagen que encuentras en la práctica poética, y la poesía puede tomar efectos descriptivos desde la práctica narrativa –esto es particularmente lo que me pasa a mí. Manejo lo más que puedo estos efectos, para tener conciencia de ellos, pero la forma en que realmente se hacen presentes no es sencilla de explicar. Tiene que ver con la intuición, pero aplicada a términos técnicos y no al romanticismo puramente creativo con que acostumbra usarse la palabra.

-A lo anterior hay que agregarle también la traducción y la crítica, que son los otros ángulos desde los que abordas la literatura. ¿Cómo conviven todos estos enfoques en tu trabajo?
-Es imposible que no converjan. Con respecto a la traducción, al menos, se da una concepción del lenguaje bastante más sofisticada que la de quien no maneja activamente otros idiomas, y eso para ritmos más complejos que la prosa periodística es fundamental. En cuanto al ensayo, como ejercicios de pensamiento nutren muy eficientemente la máquina de ideas.

-¿En qué proyectos literarios trabajas ahora?
-En una colección de poemas, que bien podría ser pensado como poema largo: se llama Fundación. Tiene que ver con la historia del país, pero desde la imposibilidad de comprenderla.
Al mismo tiempo, ya inicié unos cuentos de línea más propiamente política, y tengo hace tiempo una novela inconclusa. Además, pronto aparecerá una reunión de varios de los ensayos que han aparecido en medios electrónicos, principalmente.

-¿Qué te apasiona y qué te aburre de la literatura?
-Me apasiona la variedad virtualmente infinita de formas literarias utilizables, especialmente en lo que respecta a poesía. Es señal de desarrollo en narrativa el ir buscando cómo hacerla más dúctil sin que pierda su carácter primordial, así como su comprensibilidad. Y eso es una caminata apasionante. Lo que me aburre es lo que aparece año tras año por las grandes editoriales. ¿Nadie se da cuenta de que venden lo mismo una y otra vez? Es casi la producción en masa de productos literarios (hay modelos ya hechos: víctimas de genocidios, víctimas de discriminación, vida en provincias perdidas, escritores alcohólicos, etc.).

-¿Y de los escritores?
-No sé si sea pasión, pero me da admiración cuando saben mantener la cordura y el silencio digno. Lo que me aburre es la literatura contemporánea chilena, no la poesía nueva ni las señales más originales y marginales que aparecen de vez en cuando, sino la sarta de escandalizadores baratos que se está tomando el horizonte de la narrativa. En algún sentido, M. Mellado y compañía representan con su sola presencia la vigencia de la corrupción moral concertacionista. Y esto, que no debería tener nada que ver con la literatura, termina teniendo que ver, dada la cantidad de incautos que terminan comprando una pose política de mentira detrás de la coprolalia o el registro barato de películas de zombies.

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