“Me apestan los escritores sin cojones”. “Trabajar creando un catálogo es también un trabajo de escritura”. “No tenemos por qué hacernos cargo de una línea editorial saturada por pampinismos y la clave Sernatur”. Esta es la crónica de un viaje, de un libro y de una conversación con el autor de “Random”.
Por Marcela Küpfer C.
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Estamos a punto de abordar el bus a Tacna cuando observo, en la losa del terminal de Arica, a un grupo de mujeres que afanosamente revisan, doblan y clasifican montones interminables de ropa. Le pregunto a Daniel Rojas Pachas qué hacen. “Son pasadoras”, me dice, y luego nos explica la tarea casi incomprensible que realizan estas mujeres día a día, internando de contrabando ropa usada gringa hacia Perú, donde la ley protege la industria textil nacional. En un laborioso contrabando hormiga, las “pasadoras” cruzan la frontera con pequeñas cantidades de ropa, en bolsas o puesta por capas, apenas lo suficiente como para que no las detengan en la aduana. Para los ariqueños, que parecen tener siempre un pie en Chile y otro en Perú, es una escena de lo más habitual.
Abordamos el bus con rumbo a Tacna para presentar en esa ciudad “Random”, la última novela de Daniel Rojas Pachas. El día anterior lo hicimos en la Universidad de Tarapacá, en Arica, la ciudad donde vive Rojas Pachas, donde escribe, donde produce ensayos y traducciones, donde hace talleres y encuentros literarios y desde donde dirige la editorial Cinosargo.
Camino a Tacna, Rojas Pachas se convierte en un valioso guía: a bordo del bus, recita casi de memoria la rutina de un vendedor de bisuterías que declama sus eslóganes y regala chucherías a lo largo de la ruta desértica; en los pasos fronterizos, nos revela sus curiosas anécdotas con los funcionarios aduaneros y sus disquisiciones acerca de los libros que mueve a través de la frontera; y, una vez en Tacna, despliega las coordenadas de la ciudad: ésta es la avenida de los dentistas y las ópticas, por acá están los casinos, en este barrio se compra barato, aquella es la calle de los travestis.
Como todo viajero –el desplazamiento es una parte esencial en la vida y la obra de este escritor-, Rojas Pachas sabe moverse bien fuera de su entorno habitual. Le agrada cruzar las fronteras, no sólo en lo territorial, sino también en lo estético y lo literario, donde ha establecido un verdadero campo de experimentación. “Todos los libros que he escrito y publicado responden a un afán exploratorio con respecto al lenguaje y los tipos de discurso”, dice. “Random”, su nueva novela, es una prueba de esto.
-¿Qué rol o significación tiene lo aleatorio en tu escritura? ¿Es parte del proceso creativo o es más bien una observación de cierta forma de concebir la realidad?
-Lo aleatorio tiene mucho que ver con mi día a día, como estoy involucrado en muchas cosas: mi familia, la academia, la editorial, la gestión cultural, el coleccionismo de figuras… Uno termina topándose con mucho freakerío, o sea, personajes ridículamente extraños y momentos que, dentro de su futilidad, son bellísimos. Por ejemplo, yo no borro los mails, desde esos que son estafas a las puteadas que te mandan escritores o los currículum y pretensiones de sueldo de gente de prensa o diseñadores que quieren ser parte de Cinosargo. Del mismo modo, cuando voy al mercado, entro a una tienda nerd, tengo una reunión con gente de cultura, hago una clase o voy a una reunión de apoderados, empiezo a establecer conexiones entre todo ese material, como Burroughs lo hacía con sus recortes y experimentos de audio y video y en un punto toda esa basura cerebral decanta y cobra vida, sobre todo cuando viajo y estoy en un terminal de buses o un aeropuerto, y eso lo anoto en una libreta en una página x y tiempo después, cuando me autoedito y corrijo mis escritos, las cosas, personas y lugares mutan al ser pasadas del borrador a algo más definitivo. Por tanto, lo random o discontinuo tiene mucho que ver con mi proceso de escritura, pero también con mi filtro para tratar con el resto y curiosamente me ocurren situaciones muy extrañas o divertidas que a la vez conecto con otras circunstancias más trágicas u oscuras, pasajes de libros, una canción, una escena fílmica o una viñeta. Quizá exagero y mi mente las ve así, porque siempre he tenido un humor un tanto burlesco y unas construcciones atiborradas y barrocas que tienden a sobredimensionar las cosas.
-En una entrevista señalaste que considerabas tu escritura como «un campo de hibridez y experimentación». ¿A qué responde esta concepción?
-Todos los libros que he escrito y publicado responden a un afán exploratorio con respecto al lenguaje y los tipos de discurso, desde los poemas que buscan generar sentido a través de lo fonético, creando asociaciones extrañas y sinestésicas, lo que en español se llama calambur o spun en inglés y que trabajaba Carroll, Haroldo de Campo o Cabrera Infante, pasando por meterme en el formato de los archivos policiales, el texto forense y legal o la comunicación en redes sociales, con los estados de facebook aplicados al relato y con esa materia prima mixturar, hacer collages, crear un monstruo con la sutura y los remiendos expuestos en plena carne. La escritura te da esa libertad, poder asumir el riesgo y la derrota, que para alguien que trabaja con la lengua como nosotros, escritores, profesores de literatura, lectores obsesos, es la incomunicación.
Siempre me he sentido muy ligado a ese concepto, tentar la incomunicación, explorar e ir más allá de lo que el lector convencional y amaestrado espera, pues, a diferencia del día a día que está lleno de actos de habla permeados por la cortesía, el sentido común, la lógica de la convivencia y lo políticamente correcto, cuando uno escribe sólo responde a las pulsiones internas y hacer caso omiso de esa energía creativa para amoldarse a un nicho de lectores, asumir una tendencia o temática porque puede hacerte más popular o comerciable, me parece la peor de las traiciones. Me apestan los escritores sin cojones respondiendo servilmente a un público que los aplaude como si fueran focas en un circo a la que le tiran un pescado para que siga bailando. Prefiero pensar, como dice Batman en “The Dark Knight Returns” cuando le rompe el brazo a un mutante: “Hijo, no lo captas, esto no es una pelea en un charco de lodo, es una mesa de operaciones y yo soy el cirujano”.
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Caminamos con Rojas Pachas por la avenida Bolognesi. Entramos una galería y bajamos al subterráneo por una escala mecánica. Anda en busca de una figurita de colección. Un personaje de cómic, o de videojuego, o tal vez de una película, no recuerdo con precisión. Pienso en “Random”, en la voz de ese chico “demasiado frágil para estar en el patio con otros niños”, ausente mientras reescribía historias de los Thundercats y los Halcones Galáticos, “episodios que luego interpretarían mis Gijoes como actores de un guión nunca acabado”.
“No conocí la calle hasta los quince”, dice el personaje que lleva la voz principal en la novela y que tiene mucho que ver con el escritor que ahora sale del local con una cuota de desasoiego en el rostro: la figura que encargó aún no ha llegado.
-En «Random» hay una diferencia de registros notables: desde el autobiográfico, que de alguna manera articula el hilo de la historia, hasta fragmentos de género policial, ciencia ficción y erótico. ¿Te sientes más cercano a alguno de estos registros o de alguna manera todos forman parte de la matriz de tu imaginario?
-Todos, en verdad; mi educación sentimental no está dada sólo por lo empírico, creo que la lectura de la realidad es una parte de lo que me inquieta y moviliza como creador. La otra parte, que es igual de esencial, está dada por las fantasías y ficciones, los momentos y sujetos de la animación, del cómic, de universos inventados por otros con los que toda mi vida he establecido diálogos muchas veces más gratos y productivos que con la gente que me rodea. Quizá algunos encuentren eso sumamente burgués o alienado, y tal vez lo sea, pero asimismo es enajenante la pontificación de la marginalidad y el abuso del retrato social o histórico que, por un lado, se vuelve una trivialización o explotación del dolor, de la curiosidad por lo desconocido, una otredad que es más seguro tocarla desde mi oficina o academia en el barrio alto o pensarla mientras hago mis relaciones sociales y mafia literaria trabajando para el diario de turno; en algunos casos, lo único importante parece hablar de una familia que no tiene agua potable porque eso es más real o sobre intelectualizar unos romances pajeros maquillados con referencias fáciles para el fandom literario, o sea, fan service. Creo que a los escritores les falta verdadero dolor, un poco de enfermedad y pobreza y dejar de filosofar desde el palco generando puras imposturas poseras. Todo esto va, a mi juicio, de la mano con la burda separación entre alta y baja cultura. Si te soy sincero, prefiero mil veces ver una serie gringa, volver a leer a Salinger o leer un cómic de Grant Morrison que andar leyendo la nueva narrativa chilena y abanderarme con su manera de ver las cosas. Para terminar, creo que por lo mismo se pasan por la raja la literatura de ciencia ficción, de terror, de fantasía, están pegados con sus manierismos.
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Esperamos la llegada de Oswaldo Reynoso a Tacna. El autor de “Los inocentes” viene a presentar “Random”, pero Rojas Pachas ha reparado en que uno de los capítulos del libro hace referencia a él. No está seguro de si Reynoso se reconocerá en libro y cómo le caerá el relato, pero en el fondo sabe que comparte algo con el célebre autor peruano: “Es claro que los escritores tendemos a ser grandes mentirosos cuando tenemos que relatar algo”, dice, “y lo que parte como una experiencia que cualquiera pasaría por alto, matizada con las fijaciones y paranoia que he ido cultivando desde mi niñez, va dando cuerpo a mucho de lo que he escrito. No todo eso llega a ser parte de una unidad mayor, como ‘Random’, sin embargo, el material queda ahí latente”.
La anécdota con Reynoso, el encuentro en Tacna, sus palabras sobre el libro, conforman uno de esos hechos “que tienen un correlato en la realidad luego de haber sido llevados al papel” y que Rojas Pachas no quiere obviar.
“En un episodio, el personaje habla de un viaje por una feria del libro, en la sierra del Perú, donde es acosado por unos poetas locales con mala onda y está acompañado por un viejo escritor mayor, bueno para tomar y muy cordial. Más allá de la anécdota que me robe a mí mismo”, cuenta”, “fue singular que, ya publicado el libro, Oswaldo Reynoso, quien lo presentó en Perú, se autoreconociera como el viejo de ese capítulo; o sea, claramente era él y se trataba de un momento que compartimos hace años. Cuando lo mencionó en el lanzamiento sentí vergüenza y de hecho cuando él accedió a presentar el libro y le mandé el manuscrito, al salir de SERPOST (correos de Perú) me dije ‘mierda, Oswaldo me va a mandar a la chucha cuando lea esa parte’, porque lo había de algún modo olvidado… Lo divertido es que no fue así, sin embargo, lo primero que me dijo cuando nos encontramos en el aeropuerto fue ‘así que soy el viejo de mierda, eh…”.
-En una primera lectura, se puede pensar que «Random» es el punto de cruce de destellos de historias: la del narrador, la de Rodion y Juan, la del policía, la del traficante Q, los relatos de rebelión sci-fi, etcétera. Pero creo que hay otras formas de entrar al texto; por ejemplo, suponer que no son necesariamente historias independientes que se entrecruzan en algún paralelo, sino que, por el contrario, tienen todas un mismo punto de origen, en la mente de este narrador reflexivo. A veces pienso que las «otras historias», incluso las que parecen más «alejadas» del plano real del narrador, son en realidad invenciones, o vidas paralelas, o experiencias deseadas o inspiradas, provenientes de una misma voz. ¿Crees legítima esa lectura?
-Sí, desde luego. Es muy válida la lectura, sobre todo por la historia quizá más cercana al plano de la realidad del narrador principal, la del detective que investiga la muerte de esta joven de una familia acomodada en una provincia. No quiero tirar spoilers y mi interés es mantener la ambigüedad propia del texto; sin embargo, en cierto punto, que puede ser algo que efectivamente ocurre dentro de la realidad de la ficción o quizá es sólo un delirio más, un soliloquio del narrador principal -lo llamaré así porque no tiene nombre, pero es con éste con quien el lector comparte más momentos random-, se produce un choque de planos como los que trabaja Italo Calvino o George Perec, una colisión en que la literatura se deshace y las esquirlas y pedazos superpuestos luego del siniestro ponen de manifiesto su absurdo y su artificialidad, el ser un oficio trunco y un tanto onanista, pues el narrador y el detective de algún modo buscan dar sin éxito un orden a los hechos, narrar algo, por un lado la memoria, la intrahistoria, la tragedia familiar y personal que a quién puede importarle sino a uno mismo y, por el otro lado, está el reconstruir el derrotero de un occiso, ambas labores obsesivas y gratuitas. No hay exorcismo, sólo una deuda personal, un compromiso que uno mismo no se explica al exhumar cadáveres, revisitar fotos, tachar archivos, reflexionar sobre los pasos dados y los errores cometidos e interrogar a quienes sólo procuran olvidar, testigos y familiares. Y todo esto de algún modo, estos alter ego del trabajo de la memoria y la escritura, son similares a esa escena de una “Superman” clásica del cine que es muy mala, donde Clark Kent y Superman se desdoblan y pelean a muerte en un vertedero de autos. O sea, quise confrontar eso y qué mejor escenario que las ruinas de una sociedad, un desierto fronterizo donde todo acaba o comienza, depende de cómo se vea, todo principio es un precipicio.
Por ello también la importancia de la ciudad, que a la vez puede o no, ser la misma en que ocurren los hechos presentes y futuros de las otras historias. Por ejemplo, pienso en la ciudad de Juan y Rodion, quienes también viven y cometen sus asesinatos en serie en una provincia fronteriza, siendo a la vez educados en colegios cuicos como el de los peores momentos en la adolescencia del protagonista. Creo que esa extraña familiaridad de los escenarios establece nodos para el lector, nodos que no son necesariamente explícitos, son como un deja vu. Mi intención no ha sido provocar que el lector diga esto paso en tal fecha, en este lugar y esto otro pasó veinte años en el futuro, cuando la sociedad se volvió una hiperdictadura de control y los que antes eran asesinos motivados por su placer y conflictos no resueltos, ahora son terroristas sodomitas admiradores de Misfits, siendo la única ayuda para volver a la normalidad. Creo que, influenciado por el cómic, he querido jugar en un solo libro con esa gloriosa sensación que siente el fanático al ver en una viñeta un guiño e interacción que sólo él entiende y que hace que se hiperventile y diga “yo entiendo esto mejor que ustedes”. Ése es mi regalo al lector, creo.
-Tu obra pone en tensión la acepción más canónica de la novela. ¿Piensas que, en general, hay un agotamiento del género, o más bien su definición tradicional no responde a tus propias pulsiones escriturales?
-Creo que muchas novelas o relatos que se están publicando cumplen con sólo una parte de lo que para mí es o debe ser un libro: entretienen, desarrollan una anécdota, plantean ciertas preguntas, no siempre las adecuadas ni de la mejor manera, o de modos que ya se han visto hasta el hartazgo, y algunos, sólo algunos que van más allá, te dejan alguna idea o fragmento que luego vas a recordar y dices “puta la hueá la raja”, y como una buena canción la asocias a un momento memorable. Pero ocurre igual en el cine: o sea, son libros como esas películas que vas a ver un domingo con la familia porque tu hija te huevea para verla porque está saturada por lo que los medios dicen y te venden, libros evento o desechables, no los vuelves a leer y por lo mismo regresas a los clásicos personales. De los libros que he leído ahora último y me gustaron mucho están los de Nona Fernández, Antonio Gil para mí es un master y “La filial” de Celedón es una volada épica, pero en general veo comodidad, o sea son impecables, limpios y eso es producto de la mesura y contención, no hay desborde, no hay condimento ni sazón, y eso va desde la estructura hasta el fondo, pues te habla de escritores que muchas veces son planos a la hora de comunicar algo, de entender, de racionalizar y sobre todo de satirizar y mostrar el absurdo. Pocos llegan a eso y si quiero aburrirme o ver las cosas planas como se dan en el día a día, en la calle durante la conversación de supermercado o colectivo y en la televisión, prefiero desenchufarme de esa literatura y buscar en otros lados.
-¿Cuáles son las lecturas/influencias que distingues en tus procesos creativos?
-Principalmente autores que tienen los cojones para mirar el abismo que representa la humanidad: Kafka, el Marqués de Sade, Beckett, Lovecraft, Phillip K. Dick, Orwell, William Burroughs, que es para mí una influencia no sólo en término de ideas concretas, o sea, planteamientos, sino también en su apuesta en torno a la escritura. Me refiero a los métodos de asociación que teorizó como el cut up. Pasollini, por supuesto, muchos autores considerados como parte de la literatura del mal, que trabajan lo abyecto y por lo mismo han sido hasta un punto demonizados. Quizá por eso también desarrollé una fascinación con Gottfried Benn y lo traduje, haciendo pública para nuevas generaciones de lectores su obra maestra del expresionismo alemán, “Morgue y otros poemas de 1912”. Creo que su resto estoy haciendo con Lewis Carroll, traduciendo su poesía completa para que los lectores salgan del prejuicio que el cine y los medios le han impuesto, poniendo a “Alicia” como la punta de lanza a fin de tener una fuente simbólica al uso para el viaje, el tópico detrás del follow the rabbit y la aventura ácida, la mediocre visión de Tim Burton edulcorada. En español me fascinan Lamborghini, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, me gusta mucho Mario Bellatin y, claro, Enrique Lihn y su humor conceptual. En poesía hay muchos, desde De Rokha pasando por Elvira Hernández, Martín Adán, Montalbetti, Luis Hernández y en otras lenguas igual, no sé, hay muchos pero de algún modo uno aprende técnicas, movimientos de lucha que luego uno aplica en sus propias batallas, sean de entrenamiento o cuando uno ya se lanza a un campo de batalla a escribir las demencias que a uno le fascinan, para toparse, contrario a lo que uno cree ingenuamente antes de tratar con el mundillo literatoso, con una farándula degradada, relaciones públicas y una triste hoguera de vanidades que pesa más que las lecturas y los diálogos inteligentes.
4
La noche tras el lanzamiento de “Random” en Tacna se extiende hasta una cantina clandestina en una calle de doble filo: en la esquina donde en el día funciona un patio de juegos infantiles, en la noche trabajan prostitutas y travestis. En la mesa estamos con Rojas Pachas, Reynoso, el editor tacneño Willy González y varios poetas jóvenes.
Al día siguiente, debemos regresar a Arica con “Random” y varios libros que hemos recolectado en la maleta. Nos preocupa el tráfico de ejemplares desde un lado a otro de la frontera. Rojas Pachas nos explica los detalles del procedimiento y las fijaciones de los agentes de aduana a la hora de pasar libros. Es un campo que conoce: los títulos de su editorial Cinosargo -al igual que él mismo, de nacionalidad chileno/peruana-, son fronterizos, binacionales: se arman en Chile, se imprimen en Perú y luego regresan a Chile. Algunos incluso viajan más lejos: México, Cuba, España. Cinosargo, la editorial que ha fundado hace cuatro años, es de alguna forma parte de la obra de Daniel Rojas Pachas.
–Tu campo escritural es amplio e incluye la poesía, la narrativa, el ensayo y la traducción. ¿Te sientes más cómodo en alguno de estos registros?
-En el ensayo, creo, pero es porque la gran tradición de ensayistas que he leído y con los cuales me siento muy cercano me han enseñado que el trabajo de escribir es, en el fondo, sacando todo el lastre de géneros y encasillamientos, un trabajo de ensayar, de pretender crear verdades aunque sean pura bullshit para uno y los lectores. Explorar, trabajar desde el fragmento de manera discontinua y como un navegante. Le compro mucho a Martín Cerda su noción de palabra quebrada, o sea, la necesidad de pasar la realidad por el filtro del lenguaje y la escritura, el fetichismo del diálogo que sólo se concluye con el reinterpretar y reelaborar las ideas. Uno se siente de verdad revitalizado al no imponer o dictar una versión de lo que es o debe ser, sino que abrazando el caos y la incertidumbre de vivir en un continuo viaje como decía Bolaño, sin retorno, tal cual la gran travesía de Ulises. Entonces no sé si hablar de géneros o tipos de libros, sino de una actitud, una actitud ensayística que está comprometida con la derrota y la posibilidad muy cierta de incomunicar y echar abajo lo que ya se ha dicho antes.
-¿Cómo abordas la dualidad editor/escritor?
-Trabajar creando un catálogo, que es en el fondo una curaduría, es también un trabajo de escritura; a mayor escala con las obras de otros, uno va creando un cuerpo como lo hace con los versos, párrafos, capítulos, etcétera. Trabajar la unidad desde la fragmentación y poder generar relaciones extrañas entre un libro que habla sobre un viaje ácido, gonzo, por las fronteras de Perú, Bolivia y Chile, como es “Pop”, de Ramos Bañados, y que un lector pueda vincularlo a la fantasía nostálgica del videojugador que creció a finales de los ‘90, estableciendo una lucha en otras fronteras, la de la socialización en las cabinas de arriendo de una consola o flipper, previo al culto al nerd o el perdedor, como hoy ocurre con los hipsters y gamers, eso está en el libro “Continue?”, de Renato Contreras, es grandioso. O sea, para mí es una prolongación de la escritura y cuando edito un libro, lo leo, decido que será parte de Cinosargo y me autocritico, contrargumento, repienso la necesidad de ese libro en la gran obra que es el catálogo, me veo cerca a lo que me encantó en primer lugar a la hora de escribir. Por tanto, no lo veo como algo disociado. Lo que sí afecta un poco es lo circunstancial, la sobreexposición, el gran poder que algunos piensan se tiene, porque al estar a cargo de un medio impreso y prestigiado, como el libro en este caso, muchos compran el simulacro y creen que hay un glamour en esto, cuando es en verdad un trabajo solitario, silencioso, donde uno trata lo más posible de hacerse a un lado para que la obra del autor brille y para eso hay que tener generosidad y sublimar el ego. A todos nos cuesta, pero si uno logra eso y soporta las interrupciones necesarias que son las presentaciones y toda esa parafernalia, puede ser funcional y divertirse en el proceso.
5
De regreso en Chile, vuelvo a encontrarme con Daniel Rojas Pachas en la Feria del Libro de Antofagasta. Nos han invitado a un par de coloquios sobre edición independiente y sobre la nueva narrativa del norte. O la nueva narrativa de frontera. Es un tema innegable: desde hace algunos años, ha comenzado a fraguar una nueva generación de escritores en las regiones del llamado norte grande, conjuntamente con los vertiginosos cambios que ha vivido esa zona, a propósito del boom minero. Son escritores que, sin rencores ni complejos, han dejado atrás el costumbrismo y el naturalismo achacados a la literatura de provincia, han tomado distancia de la guerra del Pacífico y las salitreras, y han tratado de despercudirse de la sombra de Sabella y Rivera Letelier.
En Antofagasta confluyen algunos representantes de esta generación: Daniel Rojas Pachas, Rodrigo Ramos Bañados, Marcelo Cheloi, Juan Malebrán y otros. Como editor, además de escritor, Rojas Pachas sabe que un movimiento se está gestando en el norte, con una renovación de temáticas y estéticas.
-Sin entrar necesariamente en categorías, tú eres parte de una generación de narradores sub-40 fraguados en la zona norte de Chile después del 2000. ¿Piensas que existe un movimiento renovador de la literatura que se está produciendo en esa zona del país?
–Creo que este fenómeno es natural, todo canon se agota y luego la novedad o revolución se cristaliza y forma un nuevo canon que debe caer y así hasta el cansancio, lo importante es entenderlo, no acomplejarse y perder el miedo al olvido. La caricatura de la inmortalidad del artista dada por el colegio o calle con su nombre y mejor aún si hay una fundación detrás, es un cliché. Y el norte que es zona de caudillismos por su aislamiento extremo, es caldo de cultivo para estos semidioses o vacas sagradas, tenemos íconos y el fandom de esos íconos, los grouppies literarios, sean críticos, historiadores o ex alumnos de estos maestros que se han preocupado de perpetuar un imaginario que a nosotros, los que nombras y otros como Mauro Gatica, Andrés Olave, Joel Vril, Pablo Espinoza Bardi y autores incluso más jóvenes, como Renato Contreras o Daniel Olcay, nos afectó muy poco, quizá sólo porque era la vara con que hasta hace unos años se nos medía debido al control de los medios locales y su infraestructura; me refiero a columnas de prensa, editoriales universitarias, el monopolio de la crítica y la academia en la UA, la UNAP y la UTA. Quizá todavía algunos lo hacen, pero nadie quiso jamás ponerse en el zapato de estos próceres, abanderarse o iniciar una guerrilla iconoclasta, el tema es que el poder se diluyó, porque naturalmente aparecimos nuevos críticos, editores y un diálogo más fluido con otros centros, Perú, Bolivia, Argentina, las fronteras naturales y también medios propios, editoriales y revistas que no tenían por qué servilmente hacerse cargo de una línea editorial saturada por pampinismos y la clave Sernatur y el oficialismo que toda región demanda para vender una imagen país.
Ese desacato sirvió para que todas estas obras en construcción, como “Alto Hospicio”, “Pop” y “Namazu”, de Ramos Bañados, emergieran; mi trabajo en poesía y crítica y ahora las novelas “Tremor” y “Random”; lo de Munita en Copiapó, que es otro registro, lo de “En guerra con Chile” es notable; Podestá con su poesía y con “El tema es complicado”; y Bardi en el terror. Entonces, creo que en lugar de haber una colisión sangrienta, hubo un movimiento natural de mirar, reflexionar sobre esos que se habían declarado nuestros enemigos, hacer un gesto de “bueno, ya” y seguir caminando porque el norte no es sólo Sabella y Romeo Murga y Gabriela y la insigne y honorable yareta. Además nosotros tampoco tuvimos la misma educación sentimental que los autores que nos preceden, o sea, para mí, que incluso soy un trasplantado, un híbrido peruano-chileno viviendo en la zona de la Guerra del Pacífico a cargo de la editorial que la mueve en el norte, Cinosargo, y que imprime los libros en Tacna con los pagos de impuesto en Aduana de Chile y registra el ISBN con la Cámara Chilena del Libro, un campamento salitrero es como una ruina de las fantasías de Bradbury, no es un lugar para celebrar los bailes de carleston. Yo no me identifico con eso y no sería justo ni lícito apropiarme de ello intelectualmente por los bonos. O escribir en aymara. Para mí la migración, el matute, la violencia del micro tráfico, los pecados capitales tras el arribismo de un pueblo que pide un mall a gritos, la corrupción municipal, me parecen más acordes a lo que me tocó vivir, otro tipo de ruina, y veo lo mismo en estos pares que desmitifican y resemantizan el ideario del norte. Si quieren entender el asunto, lean de “Namazu”, el fragmento del desfile en la plaza de armas de Tocopilla, o el relato del doctor rural en el libro de Podestá.
-¿Cuánto pesa la provincia hoy en la narrativa chilena?
-Siempre ha pesado, o sea, los escritores más interesantes de la literatura chilena, no sólo de la narrativa sino de poesía y dramaturgia, son de provincia, pero en el fondo Santiago es la máxima provincia, creo que muchos quieren ser parte de esa vida de mega provincia a lo New York criolla alimentada por las sitcom, por eso se mudan a Santiago y se vuelven parte de ese engendro estableciendo simbiosis muy extrañas, maneras propias del que vive en la capital y piensa que sabe todo y tiene acceso a todo. A mí me dan risa esas poses, hubo un momento en que poetas y escritores incluso me querían buscar departamento para irme a vivir a Santiago, pero pasa en Lima, en Buenos Aires, DF y todas las ciudades grandes. Ahora, si uno escribe, y escribe bien y trabaja duro, da lo mismo hoy dónde cresta esté uno ubicado, creo que el problema de fondo son las lógicas de la literatura en Chile, son muy anticuadas, portalianas casi. Todos pelean un nicho, el ser el poeta único, el ganador del premio, el autor que será fichado como son fichados los futbolistas. Como yo no soy totalmente chileno y tampoco me nutro únicamente de la literatura en mi rol de editor y para visualizar mi propia escritura, me viene igual y pienso, por ejemplo, en los dibujantes de cómic que publican en un mercado inmenso, internacional de verdad, donde las Comicon son diez veces más grandes que una feria del libro como la FILSA; o sea, pongamos las cosas en proporción por favor. Hay artistas chilenos del cómic que ni se han movido de su casa y ahí están, con total acceso a lo que muchos escritores hiperventilados ansían con desesperación, fama, supongo, viajes, dinero. El concepto de provincia es muy maleable y, siendo sincero, Santiago para mí es sólo una provincia de paso, una ciudad más en el mapa.