Literatura coscachera

Pro Christian Morales Durán*. Texto de presentación del libro «Crujido de mandíbulas», de Carvacho Alfaro, en la feria Expolibros de Viña del Mar.

La literatura boxeril chilena es escasa pero contundente. Encontramos El púgil y San Pancracio, de Juan Uribe Echeverría, novela emblemática y que con rapidez se podría aventurar que instaló los estilemas del este género a mediados de los años sesenta; Mano Bendita, de la siempre bella e ignorada pluma del mejor Lafourcade de los noventa; la notable novela de Óscar Bustamante, La explicación de todos mis tropiezos, que no cuenta desdichas ni triunfos de púgiles decadentes sino los devenires de un cuico zorrón que terminó parte de un periplo bolsero ganándole a la vida como boxeador de quinto enjuague en algún país centroamericano; Fernando Alegría, con Los días contados que, un par de años después de Echeverría, le incorpora a este género la variante social pura y dura de un Chile que acrecentaba las diferencias sociales en un Santiago a finales de los sesenta; un par de cuentos de Ramón Díaz Eterovic, destacando entre ellos Atrás sin golpe o la noche en que Villablanca ganó el título mundial, el que, alejado de su emblemático detective Heredia, pareciera igualmente narrado por él; y el escritor Poli Délano quien, en una suerte de crónica cuentística boxeril, se sale del ring para contarnos los pormenores del ringside en Uppercut.

Literatura poca pero contundente.

¿Cuál es el común denominador de toda esta exigua literatura coscachera que, sin pre-determinismo alguno, se niega instalarse en algún periodo histórico? A punta de cornetes y charchazos, de fajadores duros y malolientes, no quiere deberle nada a nadie y menos agacharle el moño a las modas literarias en vigencia. A esta estética literaria la une una constante, la del héroe trágico y sacrificial, cargado de pulsión épica, cuyo final será el más desgraciado de su existencia. El púgil tiene claro que en algún momento de su carrera caerá a la lona para siempre. Se apagarán sus luces y pasará a la absoluta ignominia. Parece una obviedad metafórica de la existencia humana, pero no lo es. En esta ornamentaría solo existen perdedores y fracasados en un mundo marginal, privados de todo lujo. Ganarse el pan significa sacarle la cresta al otro en medio de la algarabía eufórica de parroquianos que quieren sangre y un caído. Puede ser también esta la metáfora de nuestro país, pero tampoco lo es. No tenemos héroes pugilísticos, solo un campeón mundial por dos semanas, ese que relata Ramón en Atrás sin golpes. Y no fue nuestro emblemático Martín Vargas.

Crujido de mandíbulas, de mi querido amigo Rodrigo Carvacho Alfaro, viene a engrosar esta poco surtida narrativa pugilística shilensis. Y con contundencia. A través de dieciséis crónicas en tono de ficción (¿valga un nuevo subgénero?), el autor no huye de esta estética rebosante de héroes patéticos y marginales, algunos nobles, otros buenos salvajes. Estas ideas no le son ajenas a Carvacho Alfaro que, dicho sea de paso, solo ha sido un diletante del box, mirando siempre el ring desde la gradería. Pero de que le ha dado duro a estos temas, le ha dado y durísimo. Marginalidad, excesos, violencia y ahora el box. Ideas transversales que cruzan todos los trabajos de este particular profesor/escritor/investigador.

Apropiándose de la voz del columnista Renzo di Mauro, el autor narra varios perfiles y acontecimientos ocurridos en el pugilismo nacional, empotrados en un Chile de los ochenta donde los culatazos reemplazaban a los uppercut y las balas mandaban a una fantasmal y pavorosa lona. Renzo es un columnista avezado, vividor, de aguda observación y a veces muy sensible. Tiene claro que tanto vencedor como fracasado se abrazarán y felicitarán por el ritual que acaban de cometer. Porque el box también es un rito plagado de rituales practicados con rigor casi desde sus orígenes. He allí su religiosidad, como si fuese un Vía Crucis portando guantes de gran onza en vez de livianas cruces. No hay paganismo ni profanidad en el box. No nos confundamos.

Di Mauro también sabe que el box no es una metáfora de la vida, la vida le copia al box. Joyce Carol Oates, en su profundo y contemplativo ensayo en el boxeo, nos señala que la vida es una metáfora del boxeo –en uno de esos combates que sigue y sigue, asalto tras asalto, jabs o golpes rápidos, golpes errados, enganches, ninguna certidumbre, de nuevo la campana y de nuevo tú y tu adversario, en pelea tan pareja que es imposible no ver que tu adversario eres tú: ¿y por qué esta lucha en una plataforma elevada y cerrada por cuerdas como un corral, bajo luces calientes, crudas e inmisericordes en presencia de una muchedumbre impaciente?—, esa especie de infernal metáfora literaria. La vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos.

Lanzamiento de dedicado a nuestro amigo Esteban Salinero. Se llevó su novela pugilística Vermouth quién sabe dónde. A las palabras del poeta y púgil Juan Carlos Urtaza, solo Esteban sabe si existe Dios después del diez.

*Christian Morales Durán es escritor, académico, investigador y guionista. Es autor de la serie «Valparaíso no patrimonial», junto al periodista Marco Herrera. Es autor de la adaptación a novela gráfica de la obra «Hijo de ladrón», de Manuel Rojas, con ilustraciones del artista Luis «Beto» Martínez. Ha trabajado en la producción de las series documentales «Marginales» y «Pesquisa».

Deja un comentario

Archivado bajo "Crujido de mandíbulas", Carvacho Alfaro

Deja un comentario