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“Hay momentos para leer poesía

Y hay momentos para boxear”

Por Nibaldo Acero* Texto de presentación del libro «Crujido de mandíbulas», de Carvacho Alfaro, leído en la Biblioteca del Centro GAM, julio 2023.

Estaba seguro de que algún día todas esas camorras en las que uno anduvo metido me pasarían finalmente la cuenta, pero no imaginé que esa pasada de cuenta sería la de presentar este entrañable libro de crónicas boxeriles, que hoy nos reúne en este libresco cuadrilátero. Claro, lo mío no era boxeo como tal, pero es como si lo fuera, porque esa vida de pendenciero muy vinculado al fútbol de barrio la viví por demasiados años, hasta con orgullo y una alta dosis de placer. Por supuesto también con la prurita miseria, con cinismo. Por eso mismo, leer Crujido de mandíbulas fue aterrizar en las fauces de los propios demonios, como suele suceder con los libros que no se escriben para ser monedita de oro, como decían los antiguos, sino que remecen como un bien asestado puñete, ya que se incuban en los más portentosos y hasta vergonzosos fracasos.

Un libro digno de ser leído en clave pugilística, como si mano de piedra Carvacho moviera sesudamente cada fragmento de estas ficcionales crónicas, con un swing que ya se hubiera querido Conor McGregor frente Mayweather, hace algunos años. Un swing notable al momento de narrar lo sórdido y lo grotesco, desde una calidez humana que noquea al desastre y la desatada violencia, a punta de nostalgia y de genuina ternura.

Pero la nostalgia de este simulacro literario no nos deja en ruinas, no apela a la melancolía ni a la lágrima fácil, sino que reelabora la derrota y la resistencia hasta transformarlas en historias entrañables, en canciones de cuna para gigantes, como si las conociéramos de antes, como si las hubiésemos leído desde siempre. Familiares, íntimas, que no reparan en lanzarnos sendos puñetazos de épica menor, pero finalmente de épica, porque si algo tiene (o tenía) el box de sobra era ese arrojo, a veces evidente desparpajo de no temerle a la muerte, como manifiestan los 17 pugilistas que protagonizan cada uno de estos capítulos, narrados magistralmente por Renzo Di Mauro, un solitario periodista que tiene una ética y un hígado de hierro. Desde Tito Mondaca hasta Godfrey Stevens, pasando indefectiblemente por Martín Vargas, el enorme Arturo Godoy, el fraterno y querible Víctor Nilo, y el abatido David Ellis, damos cuenta de un Chile popular y en sepia, que celebraba las victorias morales, como si perder por poco realmente fuera una hazaña galáctica. Un Chile quizás antípoda al de hoy: zorrón y winner.

Cada crónica es un abismo por sí misma, una caverna con fogata incluida, donde las más insospechadas peripecias pugilísticas salen a la luz: como la protección que recibió el Tani Loayza del mismísimo Al Capone: como el triste y famoso Stop pare pare pare o cómo Benedicto Villablanca fue campeón del mundo solo por dos semanas, aunque campeón para el pueblo, para toda la vida. Vidas menesterosas, pero no de valentía, porque si existe un mínimo común en cada luchador descrito es su bravura, la mayoría de las veces contra el rival de turno, otras veces la rebeldía fue hacia la pobreza, una lucha a muerte contra sus pasiones, que los tenían de caseros. Lucharon contra el licor, contra la noche, contra sus pasiones. Perdieron.

Inteligencia versus cirrosis hepática; elegancia versus olvido. Casi siempre la derrota gana por nocaut técnico. No dejo de pensar en el box y no puedo dejar de pensar en la existencia misma, gracias a estas crónicas de Carvacho que, avizoran al box como una forma de vida, una erótica, una política pública de la carne. Si hasta el mismo Di Mauro da el campanazo inicial con estas palabras:

“La revista Puños y pelotas era auténtica pornografía deportiva. Cuerpos desnudos y viejas hazañas épicas cautivaban a lectores sin esperanzas que deambulaban por ese opaco Santiago de Chile de los años ochenta”.

El box como erótica, decía. Quizás por eso no es casualidad que al lecho nupcial, al catre donde hacemos el amor, se le llame, al menos en Chile, el ring de cuatro perillas, como haciendo un homenaje a los tópicos literarios Ferus Amoris o Militia Amoris o Venatiu amoris, que desde la época romana hacían referencia al acto de amor como un acto bélico, de lucha o de cacería.

“El amor es una especie de milicia. ¡Apártense los que son flojos! Estas enseñanzas no deben ser defendidas por gentes pusilánimes. Noches, borrascas, largos caminos, crueles dolores y toda clase de trabajos entran en este campamento del placer”, escribe Ovidio en el Arte de Amar.

Pero el cuadrilátero donde se lucha puede ser más que una cama, puede también ser una casa, el lugar de trabajo, una universidad plagada de egos, donde muchas veces resistimos o puede un país incluso ser, al cual también resistimos. También para mí fue un bello descubrimiento el libro Knock Out de Juan Carlos Urtaza, citado por Di Mauro: “Un cuadrilátero mide lo que mide un país/ que se puede llamar Chile/ o se puede llamar olvido/ Que mide lo que mide un Arturo Godoy/ que se puede llamar Víctor Nilo/ Godfrey Stevens/ Martín Vargas”.

Chile como cuadrilátero, donde cada batalla, por más épica y digna, está destinada al más puro olvido. ¿Dejamos de pelear por eso?

De las historias narradas por Di Mauro, un periodista cada vez más arriesgado, más político, la que me conmovió más fue la de David Ellis y precisamente de David Ellis quisiera hablar. Más bien dejaré que Renzo di Mauro nos hable sobre él:

“Al otro día, temprano volví a Santiago directo a mi cama, atacado por un fuerte resfrío. Cuando aparecí por la oficina, dos días después, me enteré de que David Ellis estaba internado en el hospital y que pronto sería trasladado al Instituto de Neurocirugía de la capital. Como su estado era crítico, me negué a escribir la crónica y casi perdí mi trabajo. Para salir del paso, redacté una nota sobre el Club México.”

Sabemos que esta pelea que cambió el rumbo del box en Chile, tornó un punto de inflexión o abiertamente de nocaut por la morbosa cobertura de la muerte de David Ellis, ocurrida a fines de 1991. Quienes han estudiado el caso, señalan que el impacto mediático y el debate político que generó pusieron, literalmente, “contra las cuerdas al box criollo”. Incluso el ministro de Salud de aquellos tildó siúticamente de una ‘barbarie’ lo sucedido…. Salidos recién de una dictadura asesina, hablar de barbarie era al menos siútico. Había que tener patas.

Continúa Renzo Di Mauro: “Veinte días después de la pelea en Coyhaique, La Furia se apagó tras una lenta agonía. Le diagnosticaron muerte cerebral. Esa noche juré no volver a escribir sobre boxeo, me dolió su muerte. Ellis era un tipo gracioso y humilde, que solo quería hacer feliz a su familia y boxear. Diez años después, me atrevo a escribir estas palabras como un homenaje tardío a ese luchador que, aun sabiendo que iba a perder, se subió al ring como el más valiente, para enfrentarse al destino y salir muerto de esa cruel batalla. David Ellis se convirtió en el último boxeador muerto al combatir, un héroe trágico burlado por el destino cuya historia da para una novela, una obra de teatro o una canción que en alguna parte de su letra diga “un hombre muerto en el ring”.”

Un hombre muerto en el ring nos dice Di Mauro, es la misma frase con la que Los Pettinellis titulan una canción suya, diez años después. Un hombre muerto en el ring, titularon al menos dos medios cuando Roberto Bolaño muriera en Barcelona, escribiendo su última novela, 2666. Su padre dijo “esa novela lo mató”.

“Un tipo gracioso y humilde, que solo quería hacer feliz a su familia y boxear… que solo quería hacer feliz a su familia y boxear”. Esa frase de Di Mauro me dio como un gancho de lleno en la mandíbula. Tuve que tirar la toalla aquel día, para poder seguir la lectura al siguiente.

No es este el momento para definir qué es la literatura, pero una vez más sí podemos agradecerle, primero, cómo puede golpearnos apenas con un par de palabras. Como un verso o una oración puede derrotarnos por nocaut, tal como Martín Vargas derribara al ecuatoriano Gonzalo Cruz, en tan solo veinte segundos… “tal como debió haber caído la dictadura el 83”, hace la pasada Di Mauro, mostrándose como un periodista con alcances éticos incorruptibles, aunque eso no sirva de nada.

David Ellis, como varios de nosotros acá, se subió al ring como el más valiente, para enfrentarse al destino y salir muerto de esa cruel batalla. “Dar la pelea y caer como un valiente”, escribió alguna vez Roberto Bolaño, cuyo padre León fue campeón de peso pesado el boxeo amateur.

“Hay momentos para leer poesía

Y hay momentos para boxear”

¿Qué reúne a la vida y al box en estas crónicas? ¿Qué los hace darse un abrazo, finalmente, y no un puñetazo de entrada?

¿Vale la pena vivir solo para resistir las humillaciones de la existencia? ¿Vale la pena respirar sin dar feroces nuestras cotidianas batallas? ¿Vale la pena dar la vida arriba de un ring? ¿O vale más darla escribiendo un libro, o darla por un amigo o por una causa perdida?

¿O mejor solo aplaudimos a quienes la vida arrastra, como lo hiciera Aquiles con Héctor? Póngase los guantes y suba al ring de sus monstruos, le apuesto que, aunque pierda, va a dar la más feliz de sus peleas.

*Nibaldo Acero es profesor y Doctor en Literatura. Académico investigador de la Universidad de Playa Ancha, con estudios posdoctorales en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de los libros El doctor de los libros viejos, Principios básicos de rabiología, Gol de oro, La ruta de los niños rojos. La poética de Roberto Bolaño, Guía satánica de Gerona, Por el corazón o la verga y Melinka

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