Publicado en Lecturas Imprecisas
“Stand up Poetry”. Así me dijo un amigo que entendía la poesía de hoy, pero más específicamente, así entendía a los poetas, como algo parecido a los comediantes del famoso Stand up Comedy. Bajo esta lógica, el poeta es quien se para sobre un escenario, al igual que el Pato Pimienta, la Natalia Valdebenito, o incluso el Coco Legrand, para causar un efecto en el público y posteriormente recibir los aplausos correspondientes, que pueden ser tanto efusivos como escuetos, por compromiso, amistad o incluso afinidad. En estos casos, el efecto (del público) pocas veces tiene que ver con la calidad estética o metatextual del poema, si no más bien con el histrionismo del que lo declama, además de un montón de factores situacionales del mismo proceso de declamación: vino de honor, previa, amoríos, egos, espacios y un gran etcétera. Pero a pesar de todo esto, uno aprende a ignorar los pormenores y mirar siempre el vaso medio lleno. Hay que entender que existe mucha gente trabajando efectivamente por generar una mayor cantidad de espacios artísticos y culturales dentro de cada urbe. Es un trabajo indudablemente respetable, pero que a pesar de todos los esfuerzos que cada gestor realice, la mayoría de las veces termina en luchas conceptuales infinitas, donde las palabras “política” “trinchera” “consecuencia” e “ideología” salen disparadas de las bocas como perdigones atolondrados entre lágrimas, chela y saliva. Algunos desmadran contra los fondos culturales que da el gobierno (una de las pocas fuentes de ingreso para un escritor), por considerarlas inconsecuentes con el trabajo rupturista y contestatario que se pregona. Otros piensan que recibir plata para realizar encuentros culturales o publicaciones, funciona como el Jiu Jitsu: se utiliza la fuerza del enemigo (el estado) para atacarlo después desde adentro. Y aún existen otros, que no contentos con ninguna de las dos “trincheras”, crean sus propias editoriales y se publican entre los amigos hasta el cansancio. Es decir, existe una lucha eterna entre el romántico y el estratega, que es uno de los eternos problemas de principios entre los escritores, casi siempre jóvenes los primeros, y no-tan-jóvenes los segundos. Sigue leyendo