(Presentación de “Variaciones sobre la vida de Norman Bates”, de C. Faúndez.)
Por Gonzalo Ilabaca (*)
Este es un libro extraño y atractivo. Y es porque tiene una atmósfera absolutamente sórdida, dibujada sobre una realidad aparentemente cotidiana pero en cualquier momento delirante por igual. Hay cinco relatos, no necesariamente relacionados entre sí, aunque el autor ha dejado en algunos de ellos pequeñas bisagras que los conectan. Sin embargo, la variedad de personajes que aparecen en cada uno de ellos hacen que el libro en su totalidad sugiera –al menos a mí- la invención de un pueblo perverso y decadente: desde niños que asisten a un taller de embalsamamiento de pájaros, a ancianos que regentan un motel parejero, con parejas de motel que no se aman (ella está pensando en matar a su madre, él en tratar de vender unos poemas a los viejos para pagar la pieza). También hay poetas que construyen una bomba, enamorados perdidos de una mujer imposible (la madre del cordero), hasta, finalmente, el loco del pueblo -representado justamente por el profesor de los niños-, un asesino en serie que convive con una embalsamada y que además es el encargado de barrer las hojas del pueblo. Este pueblo podría llamarse Chile, pero no lo es porque no se menciona nada ahí del consumismo y la invasión de los celulares. Pero podría ser cualquier pueblo aislado de Chile, de la zona central, por ejemplo, aunque para mí ese pueblo se llama Playa Ancha.
Lo sórdido aquí son las consecuencias trágicas del amor que contaminan el cariño y los afectos: la obsesión y su frustración, simbolizado siempre por la imagen del pájaro, sea este vivo y con alas o muerto y requete muerto, enterrado, descuartizado o embalsamado, imágenes que a C. Faúndez fascinan.
Armando Uribe dijo que “el lumpen se adueñó de Chile, en todo su espectro social”. Leyendo estos relatos se entiende aún más esta aseveración, pues vivimos en un medio lleno de traumas similares a la de estos cuentos, y estos personajes –aunque inocentes- están ya contaminados por esta atmósfera y en cualquier minuto pueden derivar en lumpen. Se podría resumir que el lumpen surge en el momento justo cuando alguien contaminado delinque, pero no hay que olvidar que ya de antes el aire contenía esta decadencia, que cualquiera entonces en el pueblo podría delinquir. Es por eso que en estos relatos no se condena ningún crimen, el autor hace incluso como si no existieran tales crímenes.
Inteligentemente, C. Faúndez recurre a lo poético y el humor negro para hacer “más respirable” al lector esta sordidez: así, hace uso de un fino hilo poético –ya sea en el lenguaje como en algunos actos de sus personajes-, hilo que él pinta negro (como en el teatro de las sombras) para que desaparezca lo más posible en la oscura trama del relato. Y no contento con esto, usa además una loca tijera de humor negro –el humor cortante-, que está encargada de ir cercenando o contrarrestando inmediatamente todo rastro poético que aparezca en el texto con el fin quizás de borrar todo asomo de sentimentalismo o compasión. Este juego es realmente uno de los logros de este libro, pues mezcla en forma encantadora la maldad e ingenuidad de lo relatado haciendo que lo sórdido sea divertido sin dejar de ser sórdido.
Esta literatura es muy poco dada en Chile y estos relatos son un verdadero aporte. Habría que preguntarle a C. Faúndez cuáles son sus influencias, qué tipo de autores le gustan. Porque está claro que, además de poeta y cantante ocasional de cabaret, también es un lector consumado; si no, no tendría tantos problemas de pareja. Eso es lo que deduzco de una conversación por teléfono, en la cual hablaba de lo difícil de las relaciones, sentenciando que “tarde o temprano la mujer siempre termina por interrumpir tu lectura”.
C. Faúndez tiene una no despreciable maldad interna. Según él es un pajarito (la maldad interna). Sus relatos son una fabulosa manera de exorcizar esta maldad hacia fuera, manteniendo intachable así en el Registro Civil su papel de antecedentes y, de paso, una muy buena manera también de delatar a través de lo trágico-cómico la atmósfera de nuestra propia decadencia.
Gonzalo Ilabaca, destacado pintor chileno, habitante de Playa Ancha, agudísimo lector y autor de “Bosque quemado”, obra que ilustra la portada de “Variaciones sobre la vida de Norman Bates”.