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La venta de humo como forma de vida

Por Juan Pablo Belair. Publicado en Ojo en Tinta, 02.08.2018

 

Se-vende-humo-777x437Ante mí, “Se vende humo” de Joaquín Escobar. Abro la primera página como quien abre una puerta. Allí dentro me encuentro a un intelectual organizando sus lecturas en una biblioteca que llamará: estilo propio. Al fondo, otra puerta, la abro, y veo a un hincha del fútbol con una camiseta patchwork de los clubes sudamericanos más importantes. Más adentro, en lo profundo, un niño busca en sus pares el significado de la amistad, y quizás va más allá, al sentido de la masculinidad en esos tiempos. Escondida, al final de todo, la última puerta. ¿Qué hay adentro? 12 puertas minúsculas por las que se entrevé una única historia, acaso la propia, pugnando contra sí misma, en un acto heroico de trascendencia desde los márgenes de todo para no quedarse en una venta de humo.

Esta última expresión, tan futbolera como trasandina (aunque suene redundante), describe al acto consciente de aparentar lo que no se es y ufanarse de aquello. Pero para quien observa y advierte el engaño –vender nada–, no solo el acto, la persona vende humo, pierde valor, y si es que lo tuvo. El narrador de estos fragmentos literarios, así (con algo de Levrero, algo de Casas, pero con mucho propio), se transforma en un centinela y libertario a la vez de la venta de humo como forma de vida, como sistema político, como clave de las relaciones humanas. Y lo hace con rabia, con escepticismo, con agudeza e ironía, pero también con candidez y desde una posición de ácrata poco comprometido que prefiere abrir puertas a mundos oníricos donde la realidad se difumine o en el peor de los casos se transforme en un mal sueño del cual despertar en su cama adolescente. Sigue leyendo

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“Se vende humo”, de Joaquín Escobar: Incorrección surrealista de principio a fin

Lo llamativo de las historias escritas por el treintañero autor nacional es que están siempre dando giros inesperados y el sentido de lo verosímil se tensa hasta tal punto que las acciones de los personajes –poco sostenibles en nuestra realidad– funcionan muy bien en el marco de la ficción imaginada por el escritor.

Por Francisco García Mendoza. Publicado el 11.06.2018 en cineyliteratura

Joaquín Escobar (Santiago, 1986) publica su primer libro de relatos titulado Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2016). El también sociólogo construye sus historias a partir de retazos que van configurando un panorama de lo que podría considerarse un gran relato que, sin embargo, no logra cuajar del todo. Son doce textos que funcionan como anécdotas -hay algunos cuyo desarrollo podría situarlos en una esfera narrativa independiente de la totalidad-, poseen fluidez, gracia, sencillez a veces matizada con referencias demasiado literarias que sitúan a los personajes en un campo cultural en el que no necesariamente debiesen estar o que simplemente no son relevantes en el desarrollo del relato.Se-vende-humo-777x437

“No hay que creer en Foucault, ya que no se puede tomar en serio a alguien que le gustaba meterse palos por el poto”, menciona uno de los personajes de “Raimundo, el Bototo y la Pacheco”, y quizá esta sentencia pasa a ser la síntesis de la tesis de toda su obra. Sigue leyendo

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Contrariando a la movida ultrarrealista y naturalista de la reciente narrativa chilena, el autor (Santiago, 1986) elabora un panorama exagerado y monstruoso del Chile actual, a través de elementos propios de nuestra cultura popular: fútbol, televisión, dictadura.

Por Carlos Crisóstomo / Publicado en El Desconcierto / 11.01.2018

portada se vende humoEs difícil mantener un pacto con la ficción. Un pacto de distancia o desprendimiento. Muchas veces he contado anécdotas que no me han sucedido, que quizá son parte de un libro, pero que me han calado tan profundamente que he creído mías. Son como historias de amigos que uno lleva en los bolsillos para ponerlas sobre la mesa de un bar, donde se conocen nuevos amigos, que a su vez llevan sus propias historias que funcionan como nuevas fuentes de chanterío.

Entonces uno podría hablar de un amigo que se llama Aniceto Hevia y que es hijo de un reconocido ladrón, un choro internacional que roba puros productos de calidad en Europa. Pero que este cabro es un buen chato y que no está ni ahí con la farándula del hampa y quiere mantenerse al margen. Y otro parroquiano, Joaquín Escobar por ejemplo, autor del conjunto de cuentos Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017), podría añadir que este muchacho Hevia junto a su compinche Silvio Astier sodomizaron a un tal Clemente, un escritor pirómano. O que un jugador de fútbol chanchero llamado Manuel Rojas es expulsado tras reventarle la nariz a un tal Arlt. O que un amigo que se fue a la playa en bicicleta se cruzó con un paco, el oficial Vonnegut, dirigiendo el tránsito en una carretera llena de cuerpos mutilados. Todo con una naturalidad al borde del chascarro. Porque la venta de humo es aquí una especialidad, un talento innato. Y uno se lo cree, lo considera una posibilidad, porque no conoce a los personajes antes mencionados o porque los conoce tanto que ha llegado a incorporarlos en las ficciones, en los chamullos de su literatopísima vida.

Si tuviera que diseccionar Se vende humo, hacerle una autopsia –aunque espero tenga larga vida– lo picaría finito en mi tabla de esta manera:

 

Reflexiones sobre la lectura y escritura

A muchos personajes de estos cuentos les gusta escribir o son –para su desgracia– escritores; la mayoría –en pos de la sensatez– lectores. Se percibe, sin embargo, la preferencia por el ejercicio pasivo y la odiosidad hacia la figura del autor: “Los escritores escriben en torno a pautas culturales mercantiles, es decir, responden a temáticas que quieren ser leídas” (37), dice un profesor en medio de una clase. También hay una negación a considerarse escritor, una evasiva que asociamos a una lógica pesimista y al ‘no estar ni ahí’ con cierto círculo intelectual: “no soy escritor. Escritor era Bolaño. Yo soy un pobre huevón que intenta redactar cuentos sin tantos gerundios” (87), le dice un trabajador de un call center a una estudiante de literatura a quien cuentea sobre Carver y Bukowski, gracias a la ayuda de un amigo loco y Wikipedia. O bien: “no, soy lector. No me gusta el Barrio Lastarria” (120), contesta un tal Pratto a la pregunta de rigor que le hace una chica en medio del joteo. Encontramos, además, buenos consejos para aumentar el placer de leer, como quemar los libros después de devorarlos, porque una relectura jamás tendrá el mismo sabor de la primera vez. O una hoja arrugada de una obra de Fabián Casas resistiendo a deshacerse en el fondo del mar que dice: “no es necesario leer mucho para entender los libros, es necesario vivir” (161).

Entrecruces

Pululan por los relatos varios estudiantes de carreras humanistas e hinchas de fútbol. Se oyen canciones de Salvatore Adamo, Zalo Reyes, Roberto Carlos y José Luis Perales. Personajes que comen comida chatarra van al Doggis, al McDonald’s, al Burger King y al Kentucky. Galanes que copian frases para engrupir. En seis cuentos aparece un gato (o gata) enfermo o muerto o blanco, aunque no estoy seguro: “Al igual que en la literatura no tengo certezas. O quizás sí, porque mi única certidumbre es que me espera en mi departamento una gata blanca y sorda que todos los días muere un poco” (137). Menciones al detective Heredia. Refrigeradores abastecidos con cabezas en casas de ambiente enrarecido. Gente que se llama Pratto. Mucho sexo, hartas balas.

Escritores, literatura y violencia

Muchos escritores y personajes literarios atraviesan estas páginas. Pero las atraviesan también otras cosas, punzan la piel y se convierten en representaciones de dolor: “una japonesa de pechos operados que en su escápula derecha tenía un tatuaje de Yasunari Kawabata” (24), una adolescente que en las pantorrillas lleva la imagen del Quijote y Sancho Panza (138). Esta última en una historia distópica titulada “Aeropuertos y cuervos en lápiz grafito”, donde el mundo ha perdido sus libros, en un infierno en que es delito leer. Huesos ardiendo junto a los cuentos de Kafka, prisiones subterráneas interconectadas con tubos, lecturas sanguinolentas, oraciones, versos como navajas: “Se leen pasajes de Henry Miller. / Se cercena un dedo. / Se leen pasajes de ‘El almuerzo al desnudo’. / Se cercena otro dedo. / Se leen pasajes de ‘El aullido’. / Se cercena una mano” (141). Suicidios sobre bibliotecas personales, solapas como barras de un féretro, lectores desesperados: “Abre el ataúd: adentro hay libros […] Se acuesta sobre los libros, como si fueran un colchón. Extrae de un bolsillo una cuchilla. La empuña con su mano derecha y comienza a darse puñaladas por todo el cuerpo. Cuellos, pulmones, ombligo, ingle. Todo se desangra” (143). Cementerios de libros y de autores, personajes y leedores, cubiertas como epitafios. En otro cuento, “El transformador”, se narra lo siguiente: “En silencio recorrimos las agrietadas y abandonadas tumbas, fijándonos en cada nombre […] Lacouture Auxilio, Huidobro Vicente […] Heredia” (127).

Fútbol y guerrillas

En “La 3 de Manuel Rojas” dos hermanos hacen lo imposible por conseguir una camiseta de fútbol de Rojas. Matan a quien tengan que matar, pues les encanta la violencia en el fútbol: son fanáticos de la Copa Libertadores, de las patadas, codazos y planchazos de ese campeonato. Provocan tal gresca, entre venganzas que van y vienen, que incluso una guerrilla entrenada por la FARC –liderada por un Raimundo que bien podría ser uno de los protagonistas del relato “Raimundo, el Bototo y la Pacheco”, también dedicado a la formación de guerrillas urbanas– se mete en el asunto y aporta dos elefantes que son usados como aplanadoras de carne humana. Una masacre por la tenencia de esa reliquia, en desmedro de otras camisetas como “la número cuatro con que Jorge Teillier jugó un combinado playero contra la selección de poetas argentinos de todos los tiempos” (61) o “la número dos con que Claudio Bertoni jugó un partido de baby fútbol de los poetas del litoral contra los vates de Santiago” (61).

Dictadura

Entremos en este libro como en una casa. Observemos detenidamente un retrato de Miguel Krassnoff colgando de la pared (22). Avancemos hacia la cocina, miremos el refrigerador, repleto, hecho un collage, con fotos de Jaime Guzmán (39) gracias al arte de una madre facha pobre. Vamos al living, encendamos la tele, acomodémonos en el sillón. Veamos programas clásicos de la televisión chilena y escuchemos a un profesor hablar de ellos: “Sábados gigantes y El jappening con ja crearon una doble realidad cuando estaban los milicos. Mientras a un hombre le electrificaban los testículos, Espinita se acomodaba la peluca. Mientras alguien se ganaba un televisor, torturaban a una embarazada” (43). Cambiemos de canal, un matinal. Bien, veamos que nos pronostica el horóscopo, en tanto el profesor sigue con su perorata: “A mediados del siglo XX existían consignas ideológicas para construir una sociedad distinta, hoy eso lo desfiguraron. A la gente le hicieron cambiar los proyectos colectivos por imbecilidades como los ángeles, las energías y las brujas. Es así como se construye esta mierda de país” (45). Apaguemos la tele. Dejemos al profesor discurseando solo. Abramos una puerta, una escalera, bajemos: el subterráneo. Olor a perro mojado, una sombra. Prendamos la luz, estudiemos el cadáver embalsamado de Ingrid Olderock (74). Mejor subamos, regresemos a la cocina y busquemos algo para comer. Carne, hay carne. Carne fileteada por el Mamo Contreras, un carnicero apolítico, doble del Mamo, que tuvo que reemplazarlo después de que el jefe de la DINA muriera hecho pedacitos en una explosión en Escuela Militar (94). Se nos quita el hambre, vamos a la pieza a recostarnos en la cama. Miremos una foto de Borges con Pinochet (162) en el velador. Tratemos de dormir, aunque haya ruido, aunque tiemblen los vidrios de las ventanas. “Se escuchan balazos en los bosques, es el eterno retorno del 73”. Cerremos los ojos, tratemos.

Venden humo

La preparación de una tarta de espárragos. Las flores de Bach, el yoga y el reiki. Las performances. Los premios literarios. Murakami, Jack Kerouac y la generación beat; Brooklyn Follies de Paul Auster. Creedence y Vicentico. Alexis Sánchez y la selección de fútbol portuguesa. Pepe Mujica y la transición a la democracia. AmélieEterno resplandor de una mente sin recuerdos y La vida es bella. Los domingos melancólicos y tristes de trovadores y poetas. El azar. El orgullo.

Los efectos psicológicos posteriores a un aborto. La ciencia. El alma del ser humano. Esta reseña.

 

 

 

 

 

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«Ha llegado carta»: sobre «Manual para tartamudos», de Gonzalo León

Por Joaquín Escobar*

Publicado en «El policlínico de los libros», La Estrella de Valparaíso, 10.01.2018

 

LA ESTRELLA_10012017Un chileno redacta cartas desde Buenos Aires a un destinatario -tal vez imaginario- que nunca es capaz de responderle. Le narra su cotidianidad como consumidor de supermercados chinos, los trayectos por una ciudad que le resulta ajena y los encuentros sexuales con una mujer a la que denomina “la loca del barrio”. Las misivas se multiplican y las contestaciones no llegan. De esto se trata “Manual para tartamudos”, el último libro de Gonzalo León, publicado por Narrativa Punto Aparte.
Ilustrado en su portada con el acrílico “Sorpresa en la calle”, del chileno Jorge Carrillo, el libro se posiciona como un escrito novedoso y arriesgado, que huye de la literatura de los niños durante la dictadura que se ha apropiado de las plumas de los escritores chilenos en los últimos años.
Las cartas enviadas están narradas con delirio y exageración. Son monólogos obsesivos que intentan dar cuenta de estados anímicos, construcciones urbanas y figuras imaginarias. El narrador se pasa tardes completas observando los inexistentes libros que supuestamente están ordenados en su biblioteca, mientras que en sus paseos por las inmediaciones del Congreso se encuentra con una manifestación de sordos que exigen libertad.
La figura de lo delirante es el esqueleto de cada una de las misivas, y si bien es cierto que un texto donde abunden los desvaríos puede resultar intragable por las alucinaciones mismas, “Manual para tartamudos” funciona como un epistolario autobiográfico en donde no existe un abuso de lo febril, pues todo se enmarca en el contexto de un personaje que habita una incesante búsqueda interior vinculada a una acción que realizó en el pasado. Sigue leyendo

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Una subversiva contra-fábula: «Se vende humo», de Joaquín Escobar

Por Carlos Henrickson, publicado en Revista Lecturas

 

portada se vende humoAsumir que la escritura –y particularmente la narrativa– tenga desde el fondo de su voluntad creativa un imperativo moral, parece un absurdo en los tiempos que corren, en que se prefiere el formato de fábula: ocupar, acariciándolo, el angustiado tiempo del lector en una historia que, como efecto colateral, produzca algún efecto de conciencia social. Mas la evolución de los estilos no pasa en vano ni independientemente de los descalabros históricos, y una obra que respire desde el principio su intención moral, desde su concepción más íntima, no puede dejar ya de ser monstruosa –como de algún modo ya lo vislumbró Sade en el umbral de nuestra experiencia como humanidad moderna.

Esto viene bien a propósito de Se vende humo (Valparaíso: Narrativa Punto Aparte, 2017), de Joaquín Escobar (Santiago, 1986), una serie de historias que se interconectan en forma de mosaico, logrando conformar con ello una postulación completa de cosmos narrativo que, partiendo desde la oferta de una crítica moral de la vida cotidiana en sentido propio, es capaz de destruir toda posibilidad del cómodo pacto narrativo naturalista retomado por buena parte de nuestra novelística joven contemporánea, para adentrarse en una genuina tentativa grotesca. Sigue leyendo

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