Ricardo Ruiz Lolas, autor de “El cronómetro de la muerte: La historia de los sicópatas de Viña”, habla sobre la reedición de su libro, que inaugura la colección «Expedientes», de Narrativa Punto Aparte.
Por Marcela Küpfer C.
La madrugada del 29 de enero de 1985, Ricardo Ruiz Lolas intentaba mantener la vista fija sobre los acontecimientos que sucedían frente a sus ojos, en el patio del vieja Cárcel de Quillota. Tal como lo indicaba el procedimiento de Gendarmería, no había posibilidad de ingresar con cámaras o grabadoras, y su relato de lo que ocurriría dentro de algunos minutos, frente al pelotón de fusilamiento, dependía únicamente de su memoria y de los apuntes que lograra anotar su mano nerviosa sobre su libreta de reportero. Al igual que otro grupo de periodistas y funcionarios judiciales, Ruiz Lolas sería testigo, esa tibia mañana, de la última ejecución de la pena de muerte en Chile, en la figura de Jorge Sagredo y Carlos Alberto Topp Collins, dos ex carabineros condenados como los autores de una serie de diez homicidios, violaciones y robos, que les valió para siempre un lugar en la historia bajo el alias de «los sicópatas de Viña del Mar».
Hoy, a casi treinta años de esos acontecimientos, soportando el inclemente calor de su natal San Felipe, Ricardo Ruiz Lolas sigue recordando esa mañana con lujo de detalles. En su carrera como reportero policial del diario La Estrella tuvo que ver muchas veces cadáveres, pero esa fue la única vez en que presenció cómo dos personas perdían la vida ante sus ojos, como parte de una sentencia judicial. Era el fin de una historia que había comenzado a mediados de los ’80 y de la que Ruiz Lolas fue un testigo directo, que cubrió desde el inicio de la serie de crímenes que conmocionó al país en esa década hasta la ejecución de los homicidas.
Su experiencia la plasmó en «El cronómetro de la muerte», libro que recoge, en clave de documento periodístico, los hechos ocurridos antes, durante y después de la ola de crímenes. Publicado inicialmente como una autoedición, «El cronómetro de la muerte» vuelve en un renovado formato, justo en momentos en que la sociedad chilena ha comenzado a revisitar la década de los ’80 y, en particular, este fragmento de la historia ocurrida en Viña, a través del documental «Pena de muerte» y la serie de Canal 13 «Secretos en el jardín».
-¿Cuándo escribiste originalmente este libro y qué te motivó a reeditarlo?
-La idea de escribir el libro surgió el año 2001, tras la abolición de la pena de muerte. Comencé a reunir el material entre el 2002 y 2003, lo escribí el 2004 año en que se publicó la primera edición. Se trató de una autoedición, bastante limitada en cuanto a cantidad de ejemplares y difusión. He decidido reeditarlo, dado el interés que ha surgido en torno a este caso a raíz de la película “Pena de Muerte” y la serie de Canal 13.
-¿A qué fuentes recurriste para la investigación?
-Los archivos de prensa que conservé de esos años, gran parte del voluminoso expediente judicial, abogados, policías, un funcionario de Gendarmería en retiro, el sacerdote Carlos Morales, asistente espiritual de uno de los condenados, entre otras.
-En torno al caso de los sicópatas hay muchas teorías que van más allá de la verdad judicial, ¿por qué tú eliges contar la historia desde una perspectiva más objetiva?
-Decidí contar la historia desde la perspectiva periodística, poniendo en contexto los hechos que me correspondió conocer como periodista, la situación que se vivía en la ciudad, lo que me dijeron muchas fuentes entre judiciales y policiales, como también los abogados involucrados en el caso. Mi intención fue dejar un registro de lo en esa época la prensa supo y publicó. Sin embargo, en el libro también se mencionan las numerosas hipótesis y leyendas que se tejieron en torno a este caso, muchas de las cuales se mantienen hasta hoy en la memoria colectiva. Al escribir el libro, me mantuve fiel a mis apuntes de la época y las notas que escribí y que se publicaron en el diario “La Estrella”. La otra opción habría sido escribir una novela basada en los hechos, mezclar la ficción con los hechos reales, que entiendo es lo que hace la serie de televisión. Pero no soy novelista, sino ante todo periodista y el libro es un documento, no una novela.
-Tuviste la oportunidad de cubrir el caso desde el inicio hasta el fin, ¿te sientes un testigo privilegiado de estos hechos?
-Al principio no tuve esa percepción. Era un joven reportero policial y tenía que cubrir ese tipo de hechos. Era mi deber profesional. Sin embargo, cuando comenzamos a pensar que estábamos frente a asesinos seriales y cuando el caso ya era calificado como el más espectacular de la historia policial chilena, sentí que estaba involucrado profesionalmente en un caso único. Cuando se dictó la pena de muerte y se confirmó, fue designado para ser testigo del fusilamiento y no podía ser de otra manera. El caso era el mío. Entonces, creo que me sentí un testigo privilegiado. Tristemente privilegiado por haber estado tan cerca de hechos tan trágicos y dramáticos.
-¿Cuán difícil fue reportear este caso en la época?
-En esa época era muy difícil cubrir policía y tribunales, debido a la situación política y social que se vivía en el país, en plena dictadura militar y con un sistema judicial basado en el secretismo, donde la policía tenían prohibición de hablar con la prensa y el juez era quien investigaba, acusaba y condenada. Existía el secreto del sumario. El ministro en visita que dictó la condena a muerte nunca habló con la prensa, aunque sí excepcionalmente alguna vez lo hicieron los jefes policiales. Esta situación obligaba a chequear y re chequear lo que nos decían las fuentes periodísticas, antes de publicar. Hasta en riesgos personales se podía incurrir al publicar una información no confirmada y que resultara ser falsa.
-Al leer «El cronómetro de la muerte», se aprecian cambios sustanciales en el escenario en que se desenvolvió esta trama. Viña ya no es la ciudad de los ’80, ni la sociedad tampoco. Desde la perspectiva del periodista, ¿cómo ves las transformaciones que han ocurrido en las últimas décadas en la zona?
-La situación de la ciudad de Viña del Mar era muy distinta. El caso de los sicópatas, transformó la vida de las personas y surgió el pánico colectivo. La gente veía asesinos en todos lados, los locales nocturnos cerraban más temprano, la gente no salía de noche y muchos de juntaban en grupos para regresar desde el trabajo a sus hogares por temor. Era una ciudad más pequeña, con menos habitantes, muchos se conocían. Incluso los carabineros autores de los crímenes eran conocidos, formaban parte del paisaje urbano de la ciudad. El acceso a la información era mucho más limitado, existía la “política del rumor”, se tejían historias que se daban por ciertas, no solamente en torno a los crímenes de los sicópatas sino también respecto de asesinatos políticos y violaciones a los derechos humanos. La gente se cuidaba de hablar porque existía el “soplonaje”. De hecho muchas personas fueron detenidas, torturadas y asesinadas debido a denuncias infundadas. Los medios de comunicación estuvieron intervenidos, no existía libertad de prensa ni de expresión, aunque en la década del 80 se dio una cierta apertura. Eso llevó a que formáramos parte de una generación de periodistas censurados y autocensurados.
-En el último año han aparecido un documental sobre el caso de los sicópatas y una teleserie inspirada en estos hechos, ¿por qué crees que este tema sigue causando tanto interés en la sociedad?
-Me parece que existe una tendencia regresiva hacia los ’80, como una especie de afán de saber y recordar lo que pasaba en esa época. No deja de ser curioso que Canal 13, emita dos series seguidas el día domingo con temas de esa época. Esta tendencia se da en el género del espectáculo y en cierta forma de vestir. Yo creo que la explicación respecto de ese interés está en que se trató de una época oscura de nuestra historia, donde no se sabía qué realmente pasaba en Chile. A raíz de este libro, me ha tocado conocer gente no que no sabía del caso de los sicópatas, ni siquiera que en nuestro país existía la pena de muerte.
-A partir de tu experiencia directa en el caso, ¿estás convencido de la culpabilidad de Sagredo y Topp Collins? ¿Qué opinión tienes del involucramiento del empresario Gubler y de las teorías que hablan, por ejemplo, de vínculos políticos en el caso?
-Nunca he dudado de la culpabilidad de Sagredo y Topp Collins. Cuando los vi morir (de esto también se dudó y aún se duda del fusilamiento) nunca pensé que estaban ejecutando a dos inocentes. En la entrevista que le hice a Sagredo en la cárcel, cuando ya estaba condenado a muerte, confiesa su participación. Su propio abogado dice en el libro que él es culpable. Sus confesiones son lapidarias, a Topp Collins le encontraron en su poder especies de las víctimas, aunque él se retractó de su confesión. Está el testimonio del cabo Quijada, quien es el héroe anónimo de esta historia, porque fue él quien los descubrió y denunció, lo que le llevó a arruinar su carrera policial. Respecto de Gubler, debo decir que formó parte del proceso, fue detenido y posteriormente quedó en libertad por falta de méritos. Nunca he descartado que también tuviera una personalidad sicopática, se dice que su propia esposa sospechó de él y lo denunció, en medio de la sicosis colectiva que se vivía. Además tenía un arma similar a la que se usó en los homicidios, la que fue periciada y se establecieron ciertas semejanzas con las balas encontradas en los crímenes, pero hay otros peritajes que la descartan. Sobre la detención de Gubler, el detective Ramírez que participó en la investigación, dice que hubo errores policiales. Como lo digo en el libro, no es posible descartar algún grado de participación de una o más personas, en calidad de autores intelectuales, cómplices o algo más. Pero la autoría de Sagredo y Topp Collins está demostrada. Respecto de las hipótesis o leyendas, yo escuché muchas. También aquella de cierta vinculación de tipo político. Se investigó periodísticamente y quedó descartado. Solamente una de las víctimas tenía filiación política en un partido de izquierda.