El último salvavidas

Por Patricia Espinosa. Publicado en LUN 01/01/2016

Cuando las reglas de convivencia han llegado a un extremo de decadencia, pareciera que la práctica del doble estándar y el cinismo fueran la última barrera civilizada que separa a una sociedad del predominio de la violencia más brutal. Penosamente, muchos actúan como si lo último que hay que defender es la sanidad de un cierto nivel de mentira normalizada, naturalizada, sin la cual todo se iría al despeñadero.

Por eso resulta interesante el lugar desde donde emergen estos relatos: porque están ubicados en una frontera entre la hipócrita “sana convivencia” y la ley del más fuerte, demostrando además que la violencia no es patrimonio de los sectores marginalizados. Lo que mueve a estas narraciones es la venganza como expresión de aquello que está en el fondo de cualquier poder: la eliminación del otro, ese sujeto que amenaza el estado de confort y la tranquilidad de quien lo detenta.

Las reglas de la cultura narco constituyen un referente importante en Playa Panteón , volumen de nueve narraciones donde los protagonistas se limitan a ser testigos privilegiados de la violencia: aunque desaprueban el crimen, jamás intervienen para detenerlo o denunciarlo. Sólo optan por rastrear culpabilidades, motivaciones, para finalmente guardar silencio, contribuyendo así a la consolidación de las normas impuestas por las pequeñas y grandes mafias. 

Los crímenes que organizan cada una de estas historias, a pesar de estar dirigidos contra un individuo, operan como indicios de una convulsión social mayor. Esta actitud narrativa, como sucede con todo relato sobre crimen, permite una lectura alegórica, orientada a dar cuenta de un estado de agresividad imparable que ha contaminado incluso los vínculos más íntimos.

El autor explora el lado repulsivo de lo cotidiano, como sucede en “Un pueblo”, donde el protagonista, mientras espera que vengan a asesinarlo, se refugia en la casa de su abuela. La secuencia donde el hombre baña y viste a la pestilente anciana es fuerte pero atractiva en sus encuadres feístas, donde se mezcla afectividad y repugnancia. Estos segmentos, donde el tiempo se alarga en el detalle, son recurrentes y permiten al narrador insertar aires oníricos a toda gestualidad y contexto. En “Bajo Monte”, por su parte, un tipo se ha escapado de la cárcel y se interna por el desierto nortino, iniciando una ruta patibularia, fantasmal, con carácter de mito y fábula, no sólo bien estructurada, sino precisa en su configuración discursiva.

“Apuntes rudimentarios para un relato”, “Diario de un rodaje” y “Tres venganzas” constituyen el segmento experimental del volumen donde se quiebra el montaje lineal y se otorga relevancia a los paralelismos narrativos que espesan y dan movilidad al conjunto narrativo. “Díptico rojo/negro: I” y “Díptico rojo/negro: II” conforman una segunda y particular zona del volumen. Se trata de dos fases de un mismo relato en torno a Condori, un periodista decadente y pusilánime, sin inteligencia analítica ni actuaciones limpias. El periodista es holgazán, mediocre, poco inteligente, xenófobo y hasta machista, pero sin impostaciones.

Juan José Podestá ingresa con acierto en situaciones extremas, probando formatos y estilos narrativos, constatando la puesta en escena del mal modelizado en la venganza, donde no caben términos medios. Sin embargo, su prosa es móvil, oscila entre la tosquedad y la delicadeza para confirmar que la resignación es el último salvavidas de quien guarda silencio ante la decadencia social en la que hemos caído.

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Archivado bajo "Playa Panteón", Crítica, Juan José Podestá

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