Por Daniel Valdivieso. Publicado en Historiaycultura.cl
Marcela Küpfer (Periodista y directora del sello editorial Narrativa Punto Aparte) y Carlos Lastarria Hermosilla (Crítico de arte y museólogo. Investigador y especialista en temas culturas, artes y patrimonio), comenzaron a realizar el año 2009 una investigación sobre Jim Mendoza Mc Ray, un pintor de Valparaíso de extraordinario talento, incomprensiblemente olvidado y relegado al anonimato por la historia del arte nacional. La labor no se les presentaba fácil, el nombre de Jim Mendoza sólo figuraba brevemente en un par de libros de arte chileno, y lo que suponían debía quedar de su obra, tenía destino incierto.
El resultado del trabajo de campo de más de dos años, que ambos investigadores llevaron a cabo para reconstruir la vida y obra del pintor, quedó plasmado en el libro Jim Mendoza, pintor de abismos (Editorial Puerto Alegre, Valparaíso, 2012), donde se da cuenta de la vida atormentada del pintor, y se rescata parte de la obra de este artista de innegable genialidad, que pintó durante más de tres décadas los paisajes y personajes de la vida social del barrio El Almendral, y que sin estudios formales, siendo obrero y pintor de brocha gorda, fue capaz de abrirse camino en la pintura e incursionar en el impresionismo, el cubismo, el muralismo y el dramatismo expresionista, armado de su notable intuición y talento.
El libro La Generación Porteña nace a raíz de este primer trabajo conjunto, a través del cual los investigadores se dan cuenta que Jim Mendoza no fue un fenómeno aislado, sino que junto a otros pintores de la época, entre los que se cuentan Roko Matjasic, Carlos Lundstedt, Chela Lira, René Tornero, Jim Mendoza, René Quevedo y Manuel “Marinero” Arao, formó un movimiento artístico de inusual variedad y potencia pictórica. Una generación que la historia del arte chileno pasó por alto, sin detenerse a definirla ni reparar en la importancia de su obra. Al respecto la periodista Marcela Küpfer señala:
“Recién en una de las últimas ediciones de su historia del arte en Chile, el crítico Antonio R. Romera los identifica como la Generación Porteña. Hasta entonces, estos pintores habían sido o bien ignorados o bien mal clasificados en otros movimientos”.
Los investigadores plantean el regreso de Celia Castro (1860) a Valparaíso a fines de la década del 20´ como el hecho crucial que sienta las bases de “La generación porteña”. La pintora, abuela del ex presidente Salvador Allende, es considerada una rupturista y la primera pintora profesional chilena. Siendo joven Celia parte a estudiar Bellas Artes a Santiago por recomendación del pintor Manuel Antonio Caro, donde estudiará pintura con Pedro Ohlsen y luego Pedro Lira. Su labor en los años que vienen resalta entre el grupo de alumnos más talentosos de los maestros. Luego de participar en el Salón Oficial de 1884, donde su obra alcanza gran notoriedad, Celia parte a París en 1889 a estudiar junto a su maestro, Pedro Lira.
A su regreso, la mujer se instala en Valparaíso en un pequeño taller, en donde comienza a impartir clases a jóvenes artistas sin recursos económicos, ni escuela artística que avale su trabajo. Algunos pintores de las camadas de estudiantes que pasarán por la tutoría de Celia antes de que vuelva a París en 1904, esta vez pensionada por el gobierno chileno para perfeccionar su arte, serán los que en las décadas que vienen, desde los 30´a los 60´, se entregarán en cuerpo y alma a pintar Valparaíso: su actividad portuaria, la vida en los barrios, los múltiples oficios que ahí se desarrollan y los variopintos personajes que llenan la bullente vida porteña. Ellos serán los que darán vida a una generación de pintores con características únicas y que en su conjunto lograron dejar un testimonio notable de la ciudad de Valparaíso y sus habitantes en tiempos de bonanza, en que el auge comercial y social hacía que las calles fueran el territorio donde se producía el cruce social y el lugar de encuentro de las cientos de diversas formas de vida que convivían en el puerto.
“Valparaíso es el cable que los une indefectiblemente: todos pintan la ciudad, el Puerto y sus personajes, pero escapan obcecadamente de la influencia de los grandes maestros que anteriormente retrataron este lugar. Rehúyen de las marinas contemplativas y el paisajismo más bucólico, para privilegiar nuevos temas: la febril actividad portuaria, los oficios, la bohemia, los personajes extraviados en la urbe porteña…
Este conjunto de pintores representa a Valparaíso en su esencia humana y física, en su identidad y características tanto geográficas como estéticas. Sus motivaciones y propuestas artísticas coinciden con lo vernacular y popular de esa generación, teñida por un carácter intimista, un tanto oscuro y triste”.
Los pintores que son parte de la “Generación porteña” tienen diferentes rasgos en común que los hermanan. Comparten tiempo y se mueven en un mismo espacio vital, Valparaíso durante la primera mitad del siglo XX. Son conocidos, amigos y respetan el trabajo de sus pares, a pesar de no verse influenciados directamente por sus obras. La mayoría de ellos provienen de orígenes humildes y durante sus vidas ostentan una situación económica precaria, lo que los lleva a realizar diversos oficios menores para subsistir y poder dedicarse a su arte: Carlos Lundstedt pinta carteles publicitarios para mantener a su mujer y a sus once hijos; René Tornero se desempeña como funcionario aduanero; Manuel “Marinero” Araos vende sus obras de bar en bar; Jim Mendoza trabaja como obrero y pintor de brocha gorda en el desaparecido Hospital Deformes. Todos crean y dan vida a su labor artística al margen del gran centro artístico nacional, situado en Santiago, y ninguno es reconocido por la academia, ni el círculo artístico de la capital. Los “porteños” encuentran la inspiración de su quehacer artístico en la vida cotidiana de la ciudad de Valparaíso y se desligan de las corrientes artísticas de moda para plasmar su arte de una manera personal.
Las muertes trágicas de algunos de los integrantes del grupo de pintores (Roko Matjasic desaparece misteriosamente mientras pinta en unos roqueríos cercanos a Concón, y a partir de que su cuerpo no es encontrado, se tejen todo tipo de especulaciones sobre el hecho; Jim Mendoza, que vive encerrado desde hace años en su taller preso de los delirios de persecución que le provoca su esquizofrenia, sale a la calle desnudo después de la muerte de su mujer y contrae la pulmonía que lo matará tres días después) acarrea el desarme de “La generación porteña” justo en la antesala del fin de una época para la ciudad de Valparaíso, precisamente la que los pintores porteños han retratado incansablemente y en la que encontraron la inspiración generadora de su trabajo pictórico.
“Junto con la desaparición de la mayoría de los integrantes de la Generación Porteña, la ciudad que los cobijó, Valparaíso, comenzó durante la segunda mitad del siglo XX a sufrir enormes transformaciones urbanas que cambiaron el paisaje social y cultural que había servido de inspiración para los porteños.
La ciudad bullente, un crisol de personajes y realidades sociales que convivían en los espacios y rincones del puerto, enfrenta la desaparición o el cambio radical de algunas de sus actividades más tradicionales, como el puerto o el comercio. Algunos antiguos negocios y centros de reunión que había visitado bajan sus cortinas y son reemplazados por nuevos establecimientos. La actividad portuaria, con los cargadores y las grúas a granel, comienza paulatinamente a avanzar hacia la modernidad y la mecanización. Esa suerte de ruralidad que convivía con la ciudad, entre medio de las quebradas y en las partes altas de los cerros, da paso a una urbanización avasalladora que arrasa con el paisaje natural. Los oficios tradicionales, tantas veces retratados por los pintores porteños, son reemplazados por empleos precarios y la ciudad comienza a ver los indicios de una gran contracción económica, que la golpeará en décadas posteriores”.
El libro La generación porteña trae de vuelta desde el olvido a una generación de pintores de Valparaíso de notable calidad artística, consecuente hasta la obstinación y poseedora de un espíritu independiente y revolucionario. A través de la reconstrucción de las vidas de estos artistas y la difusión de sus obras, la mayoría en manos de privados, La generación porteñarecupera también una representación artística colectiva de un Valparaíso que dejó de existir, en el que la actividad humana y el cruce social tenían un lugar central en la vida urbana de la época. Un movimiento artístico que dejó un importante legado que a partir de Jim Mendoza, pintor de abismos y La generación porteña, los dos libros trabajados por Marcela Küpfer y Carlos Lastarria Hermosilla, al fin comienza a ocupar el lugar que se merece dentro de la historia del arte nacional.