Gustavo López Alarcón, autor de “El cerebro latinoamericano”: “Estoy convencido de que en el entendimiento del sistema nervioso está la clave del bienestar humano”

Ensayo analiza las características de las sociedades de nuestro contienen a partir de las neurociencias. El título se suma a la colección Expedientes de Narrativa Punto Aparte.

¿Cómo influyó el proceso de conquista y posterior colonización en los pueblos precolombinos?  ¿Qué huellas dejaron los forzosos intercambios culturales, lingüísticos y sociales producidos a partir de este proceso? ¿Qué papel juegan factores como la alimentación y la educación en la mente de los latinoamericanos? ¿Qué reflejan las lenguas particulares que hablamos a lo largo del continente?

Estas y otras preguntas son las que recorre Gustavo López Alarcón en “El cerebro latinoamericano: la mente del continente explicada a través de las neurociencias”, un apasionante ensayo que analiza la mentalidad del territorio que habitamos, poniendo en la balanza los componentes biológicos y medioambientales que tejen una compleja red de conexiones que determina la forma en que vivimos diariamente. El libro se suma a la colección Expedientes de Narrativa Punto Aparte.

Desde el éxodo de África del Homo sapiens, pasando por el desarrollo de las civilizaciones precolombinas y la colonización europea, hasta llegar a nuestra sociedad actual, “El cerebro latinoamericano” busca explicar cómo las condiciones hereditarias y ambientales, propias de nuestro continente, han moldeado la forma en que opera nuestra cultura latina occidental y también cómo nuestro sistema nervioso reacciona frente a las diversas problemáticas que enfrentamos en nuestras sociedades en materias como violencia, pobreza, educación y salud.

Gustavo López Alarcón, kinesiólogo especialista en trastornos neurológicos, docente y Magíster en Neurociencias, escribió en 2020 un primer ensayo titulado “Chilenamente: neurociencia para el cerebro nacional”, que ganó el concurso de la editorial de la Universidad Católica Silva Henríquez. En este segundo volumen, ahonda en las principales características de las sociedades latinoamericanas, entretejiendo los factores ambientales con los neurológicos.

-¿Qué te motivó a escribir este libro? ¿De dónde viene tu interés en esta temática?

-Después de algunos años abordando y enseñando las neurociencias aplicadas a la salud de las personas fui comprendiendo que las principales condiciones de salud que nos afectan hoy tienen un gran componente medioambiental. Tal es el caso del sobrepeso, el cáncer o la depresión, en donde si bien la genética puede determinar tu propensión, el conjunto de cosas como la contaminación, el tipo de crianza, la sobrecarga laboral o el estatus socioeconómico pareciera que tienen mucho más peso a la hora de desencadenar esos problemas. Por ejemplo, muy recientemente un estudio nos mostró que en Chile la letalidad por cáncer de mamas es mayor en las mujeres que se atienden por Fonasa que en las que se atienden en el sistema privado. Esto se explica por cuestiones esencialmente relacionadas a la cultura y al nivel socioeconómico. Probablemente porque esas mujeres vivían en zonas más contaminadas, tenían más sobrecarga laboral (estrés que daña tejidos), menos posibilidades de esparcimiento, una peor alimentación o quizás simplemente porque el sistema público tarda en la atención. Entonces, entender los porqués de estas situaciones culturales, rastreando el origen de la conducta humana, tiene la máxima importancia, porque es donde está la causa de lo que nos mata. Por esta razón llevo tiempo transmitiendo una línea de pensamiento que permita entender al ser humano con toda esta complejidad, pero poniendo en el centro al cerebro por dos grandes razones: una es que es nuestro cerebro el órgano que ha modificado el entorno natural desde hace miles de años, el creador de las culturas y del estilo de vida moderno -más allá de si este es bueno o malo para la salud, lo cual es todo un tema para otro libro-; y en segundo lugar, el sistema nervioso es quizás el más sensible a estas mismas interacciones con el ambiente y es el gran director de la orquesta que produce las reacciones por parte de todos los otros sistemas. Una vez dentro del estilo de vida occidental moderno es el cerebro el que nos lleva a comer más, a elegir malas comidas, a dormir menos o al que le falta la energía para mover el cuerpo. Por estas razones, estoy convencido de que en el entendimiento del sistema nervioso está la clave del bienestar humano.

¿Cuáles son las principales conclusiones que extraes sobre nuestro continente a lo largo de este ensayo?

-Primero, que nuestra llegada a este punto del planeta y posterior desarrollo como pueblos nativos debe ser una de las historias de aventura, valentía y perseverancia más fascinantes de la historia. Otro aspecto es que vivimos un punto de quiebre hace 500 años que nos marcó hasta el presente y relegó a Latinoamérica a una situación de vulnerabilidad de la que nos ha costado salir, pues gran parte del poder económico de la región sigue dependiendo del capital extranjero, además de que aún persiste en el continente una mentalidad muy clasista heredada de la época de las colonias monárquicas. Así, hoy tenemos una región que enfrenta enormes desafíos, tales como erradicar la violencia desde la crianza, impulsar una educación y un rendimiento laboral más humano, acorde a las necesidades neurofisiológicas de las personas, todo ello con el objetivo de disminuir la polarización política, la segregación y la pobreza.

¿En qué medida nos puede ayudar una visión científica de nuestra realidad a lidiar con los problemas estructurales de Latinoamérica?

-Creo que si muchas de las decisiones que hoy toman los países se basaran en la evidencia disponible por ejemplo en materia de educación, gestión de recursos humanos o planificación urbana, nuestra situación podría ser mejor. Esta visión de toma de decisiones basadas en la evidencia se usa mucho en la salud y durante la pandemia pudimos ver rápidamente como esa forma de leer la realidad modificó políticas inmediatamente. Sin embargo, esto se ve poco en otros ámbitos del quehacer humano en donde las normas no solo parecen estar hechas de un modo que no aprovecha la forma óptima en que opera nuestro sistema nervioso sino que incluso a veces son normas que se oponen completamente a los principios del funcionamiento cerebral y simplemente arruinan nuestro desempeño en muchos sentidos. Tenemos el caso de la cantidad de niños por curso, con largas jornadas de atención sostenida e inmóvil (incluso en los colegios más caros), o la cantidad de horas laborales, la disponibilidad de áreas verdes y así varios ejemplos. Todas estas son cosas que influyen directamente en la crianza, la socialización, la pobreza y finalmente en la salud física y mental de las personas a lo largo de todo su ciclo vital. Por esto, considero muy necesario comenzar a exigir que las instituciones y las autoridades actúen en base a parámetros objetivos, con información validada e idealmente cuantificada, sobre todo ahora que disponemos de gran capacidad para el manejo y análisis de grandes volúmenes de todo tipo de datos, no podemos permitir nada menos que eso. Porque si lo pensamos bien ¿qué métodos alternativos tenemos para tomar decisiones acerca de los problemas que ocurren en el mundo? ¿Una creencia popular, una ideología política, la impresión personal, el reporte de un medio de comunicación basado en uno o dos hechos o finalmente la adivinación? Considero que simplemente no es aceptable que este sea el modo en que se gasten nuestros impuestos.

¿A qué crees que se deba el creciente interés por las neurociencias y otras disciplinas científicas vinculadas con el desarrollo del ser humano?

-Creo que responde a varias cosas; la ciencia está mejor valorada desde mediados del siglo pasado pues su aplicación nos cambió la vida en muchos sentidos, la gente sí se ha vuelto más educada y humanista desde entonces, lo que coincide con el abandono de la creencia de que mirar la ciencia es pecado y con la reducción de los adherentes a doctrinas religiosas que se oponían a la ciencia. Así hoy la ciencia y las humanidades, clásicamente divididas, conversan mucho mejor que antes, y mi libro intenta reflejar aquello. Por su parte, la neurociencia tuvo un auge desde los 90 que no ha parado porque permanentemente -casi todas las semanas- descubrimos cosas llamativas acerca de la complejidad del cerebro, lo que parece toda una hazaña pues nuestra capacidad de asombro cada vez es menor, pero el cerebro, así como se da en la astronomía, no para de sorprendernos. Creo que nos cautiva el hecho de que dentro de cada uno de nosotros exista algo tan complejo y desconocido como la mente, una suerte de “me asusta, pero me gusta” que despierta el interés del público general y que hoy se ve facilitado por la accesibilidad a la información que permite internet. Cuando yo era niño recuerdo que esperaba varios días para una edición de la revista “Muy interesante” o un capítulo del Discovery con información acerca del cerebro, hoy recibo 2 a 3 de estas noticias diariamente directo en la palma de mi mano. Gracias a todo este cuerpo de conocimiento que se ha construido y compartido rápidamente hoy cualquiera puede hablar de neuro educación y hasta de neuro alimentación y, aunque queda mucha ignorancia por derrotar, creo que igual nos hemos dado cuenta que entendiendo mejor el mundo con su información concreta -y también al cerebro- podemos mejorar nuestra situación individual y social. Y una noticia aún mejor es que los descubrimientos de los próximos años prometen ser todavía mejores, con nuevas aplicaciones que podrían transformar nuestras vidas radicalmente como es el caso del desarrollo de las interfases cerebro-máquina, la posibilidad de analizar cómo opera la mente utilizando computadores cuánticos o la capacidad real para derrotar una serie de enfermedades neurológicas, por lo que tendremos neurociencia para rato.

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