«El box es una historia que puede carecer de palabras, pero no de lenguaje; el round es una historia»

Por Viridiana Carrillo, escritora*

Texto de presentación del libro «Crujido de mandíbulas», de Carvacho Alfaro. Biblioteca GAM, Santiago, julio de 2023.

Viridiana Carrillo.

Al boxeo se llega, al igual que a la escritura, casi por desesperación, por saber que ahí donde no existe otra cosa que el cuerpo es este la única opción; sin embargo, como dijo Joyce Carol Oates, “la vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos, pero el boxeo solo se parece al boxeo”. O como lo vimos en Million Dollar Baby, película de Clint Eastwood, donde el narrador dice que en el boxeo todo está al revés, porque en lugar de huir del dolor, como una persona cabal, se trata de ir hacia el dolor. Por eso el box no es la vida en sí, no es accidental, sino intención pura. Memoria palpitante. Esto lo sabe Renzo Di Mauro, cronista nocturno autor de Crujido de mandíbulas (Narrativa Punto Aparte, 2023), que transita el Santiago de los ochentas y sus barrios Matta, Quinta Normal, Mapocho, Estación Central, que adora la cerveza, el pisco y los perniles del Wonder Bar o del Quíntuple, donde se reúne con personajes que son memoria, atenta escucha, que fuma como endemoniado y tiene un corazón que también le pertenece a Alí, su perro.

Memoria, decía, una que es Tito Mondaca, amigo de Renzo, personaje entrañable y maravilloso como aquel que interpreta Guillermo Francella en El secreto de sus ojos y le revela al protagonista que los hombres pueden cambiarlo todo, pero no pueden cambiar de pasión. Y Tito, que fue boxeador, se confiesa como un escritor que desea escribir la historia del boxeo en Chile. Renzo le escucha atento y escribe.

El boxeo y la escritura están, como bien sabemos, íntimamente ligados, ningún otro deporte seduce tanto a los escritores incitándoles, incluso, a practicarlo. Hago aquí una pausa para decirles que pensando todo esto busqué literatura y golf, literatura y tenis, y solo encontré biografías, algunos estudios, manuales, pero no ficción (hermosa novela de Julian Barnes aparte, donde el tenis es apenas un guiño). El hecho de que la relación entre creación literaria y boxeo sea bien conocida no quiere decir que esté agotada, el amor o la guerra son también esos temas con mayúscula y por lo tanto inagotables. En On Boxing se nos cuenta que cuando le preguntaron al irlandés Barry McGuigan, campeón peso pluma, por qué te has hecho boxeador, él respondió: «No puedo ser poeta. No sé contar historias…». El box es una historia que puede carecer de palabras, pero no de lenguaje; el round es una historia. En esos breves minutos de cada round se sucede la gloria o lo caída, o ambas cosas, como en el caso de Benedicto Villablanca. Un combate perdido es capaz de sepultar la brillante carrera de un boxeador (pienso en la pelea del Cochulito Montiel contra Nonito Donaire, donde al segundo asalto el mexicano es noqueado y no se vuelve a levantar). Puede significar aún más: perder la vida. Así la primera crónica, Night club disco electro shock, inicia con un brutal «A David lo mataron en el ring». Los contrincantes suben al ring para una rendición publica, para herir y para ser heridos. Renzo llama a David Ellis un héroe trágico, a sabiendas que es el boxeo el más trágico de los deportes. Ellis no huye del destino, sino que lo acepta y por eso confiesa “soy de la Pincoya, nunca bajo los brazos”. Tampoco huye Carlos Rendich, de quien Renzo nos dice que “se lo comió la noche, como a tantos boxeadores que entrenaban con fiereza, con unas ganas salvajes de conseguir la gloria, pero de repente lo dejaban todo, se aburrían o tal vez se rendían”, como un héroe trágico que pierde todo por culpa de sus decisiones o del destino. Aquí yo le diría a Renzo que se trata, en efecto, del destino. Ellos pelean contra ellos mismos, tal como algunos escribimos contra nosotros. O contra el olvido, pero siempre se escribe o se pelea contra algo. En ese ir en contra de uno mismo es donde se encuentra la fiereza, el salvajismo que abruma a muchas personas y que les lleva a repudiar el boxeo, a no considerarlo un deporte. Entonces Manuel Natalino Reyes, mejor conocido como el Canario Reyes, alguna vez campeón peso pluma, encuentra terrible ser boxeador: “Abomino el boxeo, Renzo. Sabes por qué, por la brutalidad, pienso que no es un deporte, se trata de liquidar al adversario con golpes en la cabeza y eso es malo, es un daño irreparable el que haces”. Su pasión no eran los guantes, fueron siempre los boleros, tangos y valses.

Joyce Carol Oates nos recuerda que se juega al fútbol, pero no se juega al box. Porque va más en ser golpeado que en golpear. En resistir. De ahí su arduo entrenamiento. Ahora mismo nosotros estamos aquí para celebrar la publicación de un libro que llevó tiempo, meses, años, de escritura, de re escritura, es decir, de entrenamiento. La comparación del escritor con el boxeador, una vez más, no es gratuita. La presentación de un libro, que es publica, es la culminación de un largo y a menudo desesperante recorrido. Una disciplina tormentosa, ¿locura o disciplina? Sí, y rabia también.

La rabia aceptada en el box, el dolor o la brutalidad, parte de esta rabia. El autor de estas crónicas elige un título que nos resuena en la cabeza: Crujido de mandíbulas. No solo hay una imagen dolorosa, hay también un crujir que significa que uno pude ganar, pero el triunfo es una montaña rusa, temporal y pasajero. Cuando el cuerpo cae la derrota se establece. Además me recuerda mi golpe favorito del box, el uppercut. No hay mandíbula que resista un gancho furioso.

Por estas páginas de héroes caídos, bohemios irreparables, charlas inagotables vertidas entre piscolas y cervezas, entre un caminar y caminar evocando a personajes que se funden en el olvido de las calles, hay también historias de mafias y réferis. Ese tercero sobre el ring que hace que el box sea posible, figura imprescindible y conciencia moral. Ahí donde en cada puño no existe lo moral. Es quien es capaz de decidir si un hombre sigue peleando, muere en el ring o se corona de gloria. Como una figura griega más, el árbitro puede determinar el destino de un hombre al detener una pelea. Renzo nos recuerda el polémico réferi Luis Comte y su «stop stop pare pare».

En la crónica «A Stanley no me lo toca nadie», Renzo recuerda al Tani Laoyza, iquiqueño que disputó en 1924 el título mundial en el Madison Square Garden y que recibe en el hospital la visita de Al Capone. Y no solo eso, sino que una extraña amistad o protección, que hablando de mafiosos es lo mismo, le ayuda a recuperar su dinero. O Ringo Bonavena, que ejemplifica el dicho de por la boca muere el pez. Porque si algo no les gusta a los mafiosos es que se hable de más, mucho menos que seduzcan a sus mujeres. La historia de la música norteña cuenta con innumerables cantantes asesinados por caer en desgracia ante algún mafioso. Lo mismo que el boxeo, esta música ha tenido periodos de prohibición. Una cosa más, el cantante de corridos de moda tiene nombre de categoría pugilística: Peso Pluma.

Sin embargo, a diferencia de los corridos, estos hombres no pueden contar una historia con palabras, así que suben a contarla con el cuerpo; muchas veces necesitan de esos otros hombres que, escribiendo, los salvan del nocaut más demoledor que existe: el olvido, aquel que eluden en el ring, donde se puede correr pero no huir. Tratar de hacer lo que el Canario nos dice: “Cuando algo se hace arte, debe ser inmortal” y ahí es donde el Canario entiende que el boxeo no es solo un despliegue de destreza, de cuerpos trabajados o virtuosos, es la experiencia emocional que no podemos transmitir.

No voy a negar que mi escasa experiencia como espectadora de boxeo es muy distinta a las crónicas de Renzo. Yo, que soy de Ciudad Obregón, alardeo al decir que soy de la misma tierra de Julio César Chávez, la leyenda, uno de los más grandes boxeadores que ha tenido México y que si bien ambos somos sonorenses de nacimiento, somos sinaloenses por decisión. Me gusta contar que me desgañité gritando cuando vi las peleas de Juan Manuel Márquez, Dinamita, ante Manny Paquiao. Que sufrí las peleas del terrible Morales, de Marco Antonio Barrera, y mucho más aun las vergonzosas peleas de JC Chávez Junior, que no considero al Canelo Álvarez un gran boxeador, que prefiero los peso Mosca, Gallo, Pluma, que por supuesto, ya entrada en copas, muchas veces me puse los guantes (en una de esas terminé con inflamación del oído medio), que amé a Jackie Nava, La Princesa Azteca y a Ana María Torres, La Guerrera, por la belleza de su boxeo, y que por ellas me compré unos guantes rosas que no son Reyes sino Seyer, o sea Reyes al revés, porque son la gama baja y barata de Reyes.  Que prefiero mil veces el box al golf, deporte del cual puedo hablar mal largo y tendido y que lo único que vale la pena de eso es el carrito en el que se sube, porque me recuerda a las pulmonías de Mazatlán. Que es la sangre lo que resuena, la relación íntima y dolorosa que entablamos con los boxeadores. Y me permito usar las palabras de poeta Borroni sobre los boxeadores y preguntarle también a los lectores de estas crónicas: ¿cómo olvidarlos?

*Viridiana Carrillo (Ciudad Obregón, Sonora, México, 1984) es narradora y licenciada en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Autora del libro de cuentos Antes del juego, editado por Nitro Press (2020).Textos suyos aparecen en las antologías Álbum Negro, literatura de ficción (2017), La espina es la flor de la nada (2018) y Mexicanas. Trece narrativas contemporáneas (Ed. Fondo Blanco, 2021). Antologó Conversaciones en el umbral (2020). Es autora del volumen de cuentos Silencio cerca de una pirámide antigua, publicado en Chile en 2022 por editorial Narrativa Punto Aparte.

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