Archivo del Autor: Jorge Inostroza

Libro recoge casos de sectas destructivas y crímenes rituales en Chile y el mundo

El periodista Juan Guillermo Prado aborda episodios de creencias extremas que han llevado a la muerte de terceros o al suicidio masivo. “La obediencia a figuras carismáticas de carácter fuerte puede llevar a los individuos a participar en actos que van en contra de su ética personal, incluyendo el crimen”, señala.

En 1978, el reverendo Jim Jones llevó a la muerte a más de 900 personas, integrantes de su secta Templo del Pueblo, en la selva de Guyana; en 2023, más de medio millar de personas fallecieron por inanición bajo las órdenes del pastor Paul Nthenge Mackenzie, en Kenia; y en los años 80, Adolfo Jesús Constanzo, conocido como “El padrino de Matamoros”, causó estupor en México con su culto de magia negra, violencia y delito, conocido como “los narcosatánicos”.

Estos son parte de los acontecimientos que el periodista e investigador Juan Guillermo Prado relata en su último libro “Sectas y crímenes rituales: un registro de casos contemporáneos en Chile y en el mundo”, que se suma a la colección Expedientes de editorial Narrativa Punto Aparte.

El libro aborda la forma en que las sectas, cultos y creencias extremas pueden conducir a las personas hacia la violencia autodestructiva o dirigida hacia otros seres humanos. De esta forma, el volumen registra, en su primera parte, las sectas apocalípticas, que a lo largo de la historia han anticipado el fin de mundo incluso con fecha y hora. En la segunda parte, se recogen los casos de sectas destructivas que promueven desde el suicidio colectivo hasta los crímenes en contra de terceros. En este capítulo destacan casos de alta connotación, como el de la Puerta del Cielo, cuyos seguidores se quitaron la vida con cianuro para seguir un cometa; y el de La Verdad Suprema, que causó un horroroso atentado con gas sarín en el metro de Tokio a mediados de los 90.

En la tercera parte el investigador aborda los casos de crímenes rituales relacionados con creencias religiosas, prácticas culturales o líderes demenciales, como el famoso Charles Manson y su familia. Finalmente, el volumen incluye los suicidios rituales, como la serie de budistas bonzos en Vietnam y algunos casos de autoinmolaciones por fuego para protestar contra el hedonismo, el lujo y la política.

Los «narcosatánicos» de México, en los años 80.

Aunque en Chile no existe registro de sectas destructivas, el libro sí recoge casos de crímenes rituales, como el sacrificio de un niño en Puerto Saavedra para aplacar las fuerzas de la naturaleza tras el terremoto y maremoto de 1960; el desconocido homicidio y suicidio de los integrantes de la enigmática Misión Hebrea Nedara en Coronel, en los años 80; y el infanticidio a manos de Antares de la Luz y sus secuaces de la secta de Colliguay, en 2012.

El periodista e historiador Juan Guillermo Prado, con amplia experiencia en el estudio del fenómeno sectario y las prácticas rituales, señala que si bien no existen estadísticas confiables acerca del número de sectas y grupos potencialmente destructivos, la  realidad actual nos indica que existen sectas autóctonas que se reúnen en sectores rurales, pequeños poblados o en los espacios comunes de los edificios. Esas grandes sectas de otrora han desaparecido o están bien resguardadas. También existen sectas de carácter cristiano que son abiertas a la comunidad”.

            –¿Cómo ha influido el mayor acceso a la información, a través de las plataformas digitales, en la credulidad de la gente frente a sectas, gurúes y grupos rituales en el mundo?

-No creo que tengan mucha influencia. La acción de las sectas se realiza en el contacto personal. La gente que tiene acceso a las plataformas digitales también puede ver las advertencias que se hacen a dichos movimientos.

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Seguir a la Rubia

Por Valentina Ruiz*

Admirado Yuri. En la otra punta de la tinta, Yuri. Estás sosteniendo un puente para Cristina. Un arrimo. A Ella, la Rubia. No seré academicista en esta invitación que me has hecho de venir a comentar la novela. Quiero seguir a la Rubia, es decir, continuar tus intuiciones de escritor, estirar tus imágenes, darme respiro en ellas, hacerme crecer ramas de tu escritura, creerme música en tus palabras.

En la novela, tres memorias destilan por las letras y humedecen los nudosos rincones de tu narración. Tres ánforas, en verdad, que se aprestan sigilosamente y transforman un tumulto de imágenes, es decir, un puñado de polvo, en significantes, en significantes que instan fuertemente a recoger la memoria singular de las cosas, sacarla de su significado, de los nichos, la memoria aislada de las cosas, de todas las cosas. A recoger la memoria instruida que nos enseñaron, pura y singular, solitaria, reformada, la bandera flameando, cito: como en 1984, cuando chile era un enorme reformatorio. Página 105. A recoger la memoria para desplazarla a la multiformidad de planos y curvaturas que se desmembran de los cuerpos temporales y fundidos. El narrador lo narrado. La continuidad de quien narra y lo que narra. Una nueva herencia de recoger los afectos, Yuri. A través de estas ánforas arrimadas a tu novela pienso que es mejor dialogar entre nosotros, que las escrituras se enlacen con sus penumbras y tranvías, que se escuchen y redescubran insospechadas en la muerte después de vivir. No quiero el análisis Rubia, Angélica.

Comillas. Ella me dice, ella conmueve, ella contagia. Cierre de comillas. Yuri contagia, las calles enumeradas me contagian y comienzo a moverme en tus territorios. Comillas. Ella dice, ella me dice, desintegración de las comillas. Tres ánforas entre dos madres, una mujer de polvo… ella me explica, ella gira. Cristina las vistió, cristina me preguntó, cristina comenta. Cristina me invita, ella digita, si claro, yo suspiro. Voy y lo hago, la interrogo, digo que nada. Fumamos. Luego comentamos. Yo miro, ella propone. Recomposición de comillas: lo que sostiene a un personaje en el texto es el verbo. Página 68.

             Lluvia de comillas. Geranios, jardín, patio, pitilla. Y se mira las manos y piensa que quizás el mundo cabe en una palma. Le digo que sí y me sugiere escribir un cuento sobre jardines inundados de ciempiés. Yo miro las sombras y reafirmo. ¿Y el punto de inflexión? Me dice que busque. Después le muestro párrafos selectivos. Cese de la lluvia y de las comillas.

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El decir del amor en «Rubia», de Yuri Pérez

Por Daniel Plaza, escritor*

Conocí a Yuri Pérez en el año 2012, cuando surgió en la narrativa nacional con Niño Feo. Lo conocí como autor, es decir, fue para mí un nombre. Leí esa obra diferente que salía a la luz bajo aquel título también diferente. Luego, el azar me llevó a la editorial que a él lo publica, Narrativa Punto Aparte, y pudimos cruzar, entre diversas y fugaces presentaciones de libros, algunas palabras. Sobrevino el año 2023 y, entre los azares de la vida, él me invitó a ser parte del jurado del Premio Municipal de literatura de San Bernardo. A causa del asunto organizativo del premio, debimos reunirnos, pero debimos hacerlo en condiciones especiales, pues me encontraba pasando una situación especial. Nos unió entonces, inesperadamente para los dos, creo, la muerte. Probablemente el café que nos tomamos aquella tarde ha sido uno de los momentos inolvidables que tengo: dos seres humanos compartiendo pedazos de sus vidas, contándose, o confesándose a veces, situaciones, experiencias, miedos, pesadillas, alegrías, reflexiones. Fue un momento vital.

Como sociedad, relacionamos aquel evento, la muerte, a algo traumático, pesaroso, insoportable, difícil de llevar. La muerte como pérdida, cercenamiento, amenaza, sufrimiento, abandono, desolación, pesadumbre. Sin embargo, aquí estamos ante una obra que, a mi juicio, está dentro de las mejores de la producción de este autor. Una novela tremenda. Tremenda porque, como todo buen arte, maravilla y perturba. Produce aquello que se espera de una obra artística, incomodar. Un libro que es escritura, experiencia, maravilla. Si la muerte en la sociedad occidental es vista como pérdida y cercenamiento, es porque falta agregarle algo que la filosofía hace mucho definió de un modo diferente: la muerte ilumina la vida. Desde este punto de vista, hablar de la muerte nos debiera remitir inevitablemente a la vida. No quedarnos en la muerte. No debiéramos. Al respecto, nuestro país, por ejemplo, tiene mucho que aprender aún. No basta con recordar a nuestros muertos, los muertos de la patria. Para que aquellas muertes espantosas y terribles, como aquellas muertes ocurridas en medio del espanto del terror político de Estado, tengan sentido, es necesario no sólo recordarlas, sino a partir del horror hacer algo al respecto, reelaborar, reflexionar, hacer que tengan sentido, buscar, a partir de los hechos atroces, puntos de vistas, posiciones que permitan la vida: la muerte como fuente iluminadora de la vida. Penosamente, nos encontramos demasiado lejos. Pero no Yuri Pérez, no esta obra que nos convoca. El gesto literario que supone Rubia es equivalente, aunque en un guiño más íntimo, al que realiza Carlos Droguett en obras centrales como, Los asesinados del seguro obrero o Todas esas muertes. Allí la muerte no es sinónimo de cercenamiento, sino de vida. La sangre y la muerte sólo existen para iluminar la existencia.

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Box Populi

“Hay momentos para leer poesía

Y hay momentos para boxear”

Por Nibaldo Acero* Texto de presentación del libro «Crujido de mandíbulas», de Carvacho Alfaro, leído en la Biblioteca del Centro GAM, julio 2023.

Estaba seguro de que algún día todas esas camorras en las que uno anduvo metido me pasarían finalmente la cuenta, pero no imaginé que esa pasada de cuenta sería la de presentar este entrañable libro de crónicas boxeriles, que hoy nos reúne en este libresco cuadrilátero. Claro, lo mío no era boxeo como tal, pero es como si lo fuera, porque esa vida de pendenciero muy vinculado al fútbol de barrio la viví por demasiados años, hasta con orgullo y una alta dosis de placer. Por supuesto también con la prurita miseria, con cinismo. Por eso mismo, leer Crujido de mandíbulas fue aterrizar en las fauces de los propios demonios, como suele suceder con los libros que no se escriben para ser monedita de oro, como decían los antiguos, sino que remecen como un bien asestado puñete, ya que se incuban en los más portentosos y hasta vergonzosos fracasos.

Un libro digno de ser leído en clave pugilística, como si mano de piedra Carvacho moviera sesudamente cada fragmento de estas ficcionales crónicas, con un swing que ya se hubiera querido Conor McGregor frente Mayweather, hace algunos años. Un swing notable al momento de narrar lo sórdido y lo grotesco, desde una calidez humana que noquea al desastre y la desatada violencia, a punta de nostalgia y de genuina ternura.

Pero la nostalgia de este simulacro literario no nos deja en ruinas, no apela a la melancolía ni a la lágrima fácil, sino que reelabora la derrota y la resistencia hasta transformarlas en historias entrañables, en canciones de cuna para gigantes, como si las conociéramos de antes, como si las hubiésemos leído desde siempre. Familiares, íntimas, que no reparan en lanzarnos sendos puñetazos de épica menor, pero finalmente de épica, porque si algo tiene (o tenía) el box de sobra era ese arrojo, a veces evidente desparpajo de no temerle a la muerte, como manifiestan los 17 pugilistas que protagonizan cada uno de estos capítulos, narrados magistralmente por Renzo Di Mauro, un solitario periodista que tiene una ética y un hígado de hierro. Desde Tito Mondaca hasta Godfrey Stevens, pasando indefectiblemente por Martín Vargas, el enorme Arturo Godoy, el fraterno y querible Víctor Nilo, y el abatido David Ellis, damos cuenta de un Chile popular y en sepia, que celebraba las victorias morales, como si perder por poco realmente fuera una hazaña galáctica. Un Chile quizás antípoda al de hoy: zorrón y winner.

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Literatura coscachera

Pro Christian Morales Durán*. Texto de presentación del libro «Crujido de mandíbulas», de Carvacho Alfaro, en la feria Expolibros de Viña del Mar.

La literatura boxeril chilena es escasa pero contundente. Encontramos El púgil y San Pancracio, de Juan Uribe Echeverría, novela emblemática y que con rapidez se podría aventurar que instaló los estilemas del este género a mediados de los años sesenta; Mano Bendita, de la siempre bella e ignorada pluma del mejor Lafourcade de los noventa; la notable novela de Óscar Bustamante, La explicación de todos mis tropiezos, que no cuenta desdichas ni triunfos de púgiles decadentes sino los devenires de un cuico zorrón que terminó parte de un periplo bolsero ganándole a la vida como boxeador de quinto enjuague en algún país centroamericano; Fernando Alegría, con Los días contados que, un par de años después de Echeverría, le incorpora a este género la variante social pura y dura de un Chile que acrecentaba las diferencias sociales en un Santiago a finales de los sesenta; un par de cuentos de Ramón Díaz Eterovic, destacando entre ellos Atrás sin golpe o la noche en que Villablanca ganó el título mundial, el que, alejado de su emblemático detective Heredia, pareciera igualmente narrado por él; y el escritor Poli Délano quien, en una suerte de crónica cuentística boxeril, se sale del ring para contarnos los pormenores del ringside en Uppercut.

Literatura poca pero contundente.

¿Cuál es el común denominador de toda esta exigua literatura coscachera que, sin pre-determinismo alguno, se niega instalarse en algún periodo histórico? A punta de cornetes y charchazos, de fajadores duros y malolientes, no quiere deberle nada a nadie y menos agacharle el moño a las modas literarias en vigencia. A esta estética literaria la une una constante, la del héroe trágico y sacrificial, cargado de pulsión épica, cuyo final será el más desgraciado de su existencia. El púgil tiene claro que en algún momento de su carrera caerá a la lona para siempre. Se apagarán sus luces y pasará a la absoluta ignominia. Parece una obviedad metafórica de la existencia humana, pero no lo es. En esta ornamentaría solo existen perdedores y fracasados en un mundo marginal, privados de todo lujo. Ganarse el pan significa sacarle la cresta al otro en medio de la algarabía eufórica de parroquianos que quieren sangre y un caído. Puede ser también esta la metáfora de nuestro país, pero tampoco lo es. No tenemos héroes pugilísticos, solo un campeón mundial por dos semanas, ese que relata Ramón en Atrás sin golpes. Y no fue nuestro emblemático Martín Vargas.

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