Por Jeremías Peralta. Publicado en letrasenlinea.cl (07.07.2017)
Si hay algo que marca la lectura de Se vende humo (Narrativa punto aparte, 2016) de Joaquín Escobar (1986) es la sensación de vértigo en un ambiente que va en un in crescendo de delirio. Los doce relatos que contiene el libro se mueven desde temas sentimentales a conspiraciones y encuentros que, en general, son desafortunados. De todas formas, parece haber una idea que atraviesa el libro completo, una que hace recordar al Chesterton pensador de Ortodoxia (aunque bien podría ser al de El hombre que fue jueves) cuando, definiendo la locura, deduce que no es la falta de razón sino la abundancia de esta la que la produce. Es decir, para que lo anterior suceda, hace falta entonces que las personas piensen hasta el delirio, buscando todas las posibilidades, aperturas y escondrijos que sean posible.
Llama la atención la portada del libro, que muestra una especie de isla abigarrada sostenida por escaleras y compuesta de casas, máquinas y grafitis, con un estilo similar al de la película anime El castillo ambulante (Hayao Miyazaki, 2004), porque los textos conforman un todo que, si bien pueden ser leídos por separado, tienen una oscura y delirante armonía. Así, por ejemplo, se puede comprobar con el texto inicial, “Se vende humo”, en donde se relata la estrategia del protagonista para enamorar a Aranza, ambos de gustos intelectuales complementarios (ella colecciona ediciones de La náusea, el hace una fiesta de máscaras con la cara de Benjamin, Althusser y Engels) y con la que termina en un motel luego de cantar un tema de Luis Miguel en un desvarío lírico/sentimental producido por el alcohol. En el tercer relato, “Tinteros y micrófonos de humos” los mismos jóvenes conversan el cine y la música latinoamericana de masas, para luego terminar explicando el origen de la frase que da origen al título del libro y que se repite constantemente en los relatos: “—En el fútbol también hay venta de humo. –Sí, cierto, Aranza. De hecho, allí nace el término y es el lugar donde más vendedores de humo hay.” (31). La línea final de esta historia amorosa aparece en la última parte del libro, “La ciudad subterránea en donde el splin fue fusilado”, en donde el protagonista aparece junto a Aranza en un viaje en el que irán a visitar a su padre, ya muerto. Pareciera que en la relación solo hay cariño por causa de la afinidad intelectual, lo que se muestra a través de la ausencia de problemáticas cotidianas y la presencia de temas que parecen no tener mayor trascendencia sino para el grupo del cual esta pareja es parte, uno en donde la literatura, la rebeldía expresada a través del cuerpo y el fútbol son el eje sobre el cual se mueve la obra. Sigue leyendo

Quiero partir contándoles una especie de infidencia o un recuerdo. Estoy conversando con Joaquín en el patio de la Universidad Alberto Hurtado; tiene que haber sido el año 2012 o el 2011, no lo sé con exactitud. Sí recuerdo bien otra cosa: los estudiantes estaban preparando una toma o bien tenían tomada la universidad, y recuerdo también que ambos respirábamos profundamente la atmósfera de esperanza y de revuelta que nos trajo ese movimiento. Tengo que haber criticado las tomas como método o esa toma en particular, supongo. Joaquín me escuchó con una educación que solo ahora le puedo agradecer, y luego me contó lo siguiente. En la Universidad ARCIS, donde estudió sociología, su carrera de pregrado, hubo un tiempo en que los estudiantes, o algunos de los estudiantes, pensaron posible que Max Marambio, el famoso empresario que en otra vida fue GAP de Salvador Allende, financiara la gratuidad para todos los alumnos. “¿Me estás diciendo que había gente que creía de buena fe que una sola persona iba a pagarles la carrera a todos los alumnos de la universidad?”, le dije. “Sí, por supuesto”, me respondió, creo que sin sorpresa.
, de Joaquín Escobar (Narrativa Punto Aparte, 2017), es un conjunto de once relatos que van de menos a más. No porque la calidad de sus cuentos sea asimétrica, sino más bien porque a medida que avanzamos en el libro es como si pudiéramos asistir a la evolución de las destrezas literarias de su autor. Eso hace que esta obra se lea de un tirón. El realismo cotidiano se intercala con pasajes delirantes e incluso surrealistas, escritos con una prosa urgente que recuerda las novelas de César Aira o los capítulos de Los Simpson, en donde la velocidad nos conduce por diferentes escenas que en ocasiones parecieran no conectarse entre sí.