Por Aldo Berríos. Publicado en SoyPensante
Gonzalo León es un escritor de la vieja escuela, de esos que ya no se ven tan a menudo en las librerías. Sus ideas fluyen como torpedos, otras veces como una suave brisa que muchos agradecemos. Se nota que es un tipo sin pelos en la lengua. Escribe columnas basadas en autores clásicos como Proust y otros tan contemporáneos como Diego Zúñiga (Camanchaca), tiene un taller de narrativa y maneja el circo literario con una habilidad notable. Muy pronto lanzará una novela epistolar llamada “Manual para tartamudos” a través de la Editorial Narrativa Punto Aparte, la cual será presentada el día 18 de noviembre en Valparaíso (Librería Metales Pesados) y el 24 de noviembre en Santiago (Librería Ulises, Barrio Lastarria).
Jugando con el idioma y la traducción del pensamiento
Leer con contexto es una de sus tantas preocupaciones, descubrir obras e ideas siguiendo patrones críticos. Le gusta hablar del contenido y trasfondo de un proyecto. Esta inquietud en Gonzalo es bastante llamativa, prueba fehaciente de su inteligencia emocional, de un aforo innato para extrapolar la escritura y aplicarla a otras causas justas.
—Recuerdo que en una de tus columnas abordaste el tema de la traducción desde un punto de vista más eficaz, destilándola a través de un ensayo en donde se mencionaba que “empezó siendo algo de príncipes y sabios, pero luego estuvo vinculada con la religión, aunque siempre hubo textos imposibles de traducir, básicamente porque se les consideraba sagrados”. ¿Cuáles son tus impresiones como escritor al ver un mismo texto en dos idiomas?
—Yo lo que hago es citar El fantasma en el libro, un libro del escritor y traductor español Javier Calvo, al que tuve acceso gracias al mismo autor, ya que no se encuentra aún en Argentina y parece que derechamente no llegará a editarse allá. Calvo traza una historia de la traducción y los grandes cambios que ha sufrido: desde los primeros grandes traductores, como Cicerón y San jerónimo, que se atrevieron a traducir textos que eran considerados “sagrados”: la filosofía griega en el caso de Cicerón y la Biblia en el caso del santo. Pero además Calvo dialoga con Música prosaica, ese ensayo sobre la traducción que hizo Marcelo Cohen. Basándome en Cohen, opinión que también comparte Calvo, podría fijar mi opinión sobre la traducción, y es que hay muchos escritores, sobre todo chilenos, que están escribiendo un español internacional, textos que no ofrecen ninguna resistencia para ser traducidos, textos que por decirlo se “ofrecen” al traductor en el sentido mercantil y erótico del término. No hablo de ausencia de coloquialismo, sino de frases estructuradas de un modo simple y de temas que no ofrecen ninguna singularidad (nada menos singular que hablar de las dictaduras en nuestro continente). Que un texto se resista a ser traducido puede ser interpretado políticamente como un texto que no está de acuerdo con la globalización. Eso no implica que para ofrecer resistencia haya que escribir textos nacionalistas, plagados de coloquialismos, es algo que está en la sintaxis pero también en incorporar giros argentinos, peruanos, chilenos, mexicanos. Creo que cuando escribimos no solemos pensar en esto: en qué consiste la traducción y qué está en juego; habitualmente se piensa que es poco menos que un elogio o un premio que haya alguien en otro país, lejano más encima, de primer mundo, interesado en entenderte. Yo no comparto esta creencia. Me acuerdo cuando estaban traduciendo a Pedro Lemebel; yo era vecino de él en el barrio Bellavista y solíamos vernos y saludarnos y a veces charlar unos minutos: una vez se quejó de una traducción al inglés que le estaban haciendo a un libro suyo, porque estaba perdiendo toda su gracia o el valor literario que encontraba que tenía para Lemebel, y eso que Pedro no sabía inglés, pero sabía escribir y conocía su lengua y su escritura. Muy pocos escritores chilenos se quejarían como lo hizo él hace quince años. La traducción opera con lógicas de mercado: por qué traducir un texto y no otro. Algunas veces el traductor le propone al editor y para convencerlo tiene que argumentar algo más que su valor literario, y ese más allá está en las lógicas de mercado: Se va a vender. El auge de la traducción a principios de los 80 en España se debió a que las editoriales fomentaron soluciones fáciles y que tomaban menos tiempo; a grandes rasgos consistió en eliminar las frases subordinadas, los subjuntivos, y adoptar como convención el español del doblaje de películas, que era un español que además nadie hablaba en España. Muchos textos se tradujeron así, y hoy muchos escritores escriben así. Los ensayos de Cohen y de Calvo son muy buenos para pensar la traducción desde y hacia la escritura. Sigue leyendo →