El escritor y periodista radicado en San Felipe acaba de lanzar “Discocamping”, su primer libro de relatos, por cuyas páginas desfilan la inocencia, la nostalgia y la independencia de niños y jóvenes que crecen en la provincia, que aprenden a vivir y que presienten, sepultadas por la incomunicación de la época, las luces y sombras de una sociedad que se extiende más allá de sus fronteras.
Por Marcela Küpfer C., editora de Narrativa Punto Aparte.
Recuerdo las noches de verano en las que los adultos partían a la disco Silo, en Quillota, mientras los chicos nos quedábamos en casa esperando que no hubiese un apagón. Recuerdo las cintas de cassettes desenrolladas, atravesadas de lado a lado en la calle, y los niños andando en patines en el pasaje, y las pequeñas pandillas de barrio. Recuerdo los centros de madres y las visitas de doña Lucía a la ciudad, y los panfletos que tapizaban las veredas en la mañana camino al colegio. Recuerdo las separaciones y nulidades, tan de moda en la época. Quienes fuimos niños en provincia, en los ‘80, tenemos una memoria común que se repite con independencia de la locación, pero marcada por el hecho haber crecido lejos del centro, con reglas propias, con universos a pequeña escala, en realidades que se reproducen como fractales en diversos puntos del mapa y de la historia.
Algo de esa memoria hay en “Discocamping”, primer libro del escritor y periodista León Álamos, quien, pese a haber sido aún pequeño para la época y a no haberse propuesto escribir un libro generacional, pulsa con indiscutible precisión la tecla de ese recuerdo común. Su libro transita por los juegos y reglas no escritas de la vida de barrio, la sombra del régimen disfrazada tras los centros de madres y las noticias difusas de los crímenes de la época, los quiebres familiares y el lado más pop de la década, graficado en las míticas discos de provincia, hoy desaparecidas. No es todo: hay también en “Discocamping” referencias al viaje y al descubrimiento personal, a través de personajes que León Álamos construye con voces diversas y con asombrosa fidelidad.
Radicado en San Felipe, León Álamos, columnista del sitio www.paniko.cl y colaborador de www.60watts.cl en temas literarios, respira el aire frío del valle, reivindica su lazo con la provincia y habla de “Discocamping”, que este año se suma al catálogo de Narrativa Punto Aparte.
-Yo identifico varios ejes conceptuales que recorren los relatos de «Discocamping»: memoria, infancia, provincia. ¿Qué representan para ti, como autor, estos conceptos y por qué inspiran tu escritura?
-Creo, tal como dice Banville en uno de sus libros, «el pasado late en mí como un segundo corazón». Somos ese cúmulo de experiencias y situaciones, algunas no las podemos entender del todo, nos interrogan, nos sobrecogen, entonces creo que ahí hay un indicio de algo nuevo que pugna por salir y que supongo es el punto de partida de la ficción. Además de esos temas que mencionas, igual me gustaría reivindicar el tema del humor (que se instala solapadamente) y del viaje, como posibilidad otra, como promesa, aunque ésta termine muchas veces defraudando.
-Este año, en que se conmemoran los 40 años del golpe, la memoria acerca de la dictadura ha estado particularmente presente en Chile. Tu libro aborda este contexto desde una forma singular, que tiene que ver con el haber crecido en dictadura y en provincia, donde el régimen se expresaba más bien como una presencia oscura y algo desconocida para quienes fuimos niños de barrio en pequeñas ciudades durante aquellos años. ¿Cómo expresas esta sensación en tus cuentos? Particularmente lo veo en «Centro de madres», en «Discocamping» y «En el cantón de Neuchâtel», una original alegoría sobre el exilio.
-Eso de que el libro coincidiera con el septiembre de los cuarenta años no fue premeditado, simplemente se fue dando así. Y claro, tiene todo que ver, en particular los relatos que mencionas, con intentar disipar el miedo que simbólicamente ha estado presente, sobrevolando, en muchos de los que crecimos en contextos donde la tragedia de la nación era develada constantemente por relatos orales y por cierta prensa. Por otra parte, y volviendo sobre lo que decía Hernán Ronsino en el epígrafe del libro, en las pequeñas ciudades la violencia no era tan obvia ni masiva, y yo creo que es porque una de las gracias o singularidades de los pueblos o pequeñas ciudades, es que ahí el control social que ejerce la comunidad presiona o condiciona las acciones de todo el conglomerado y de los foráneos. Es cosa de pensar en un libro como «María Nadie», de Marta Brunet, donde esto último queda de manifiesto cabalmente. «Centro de madres» y «Discocamping» son textos sobre la provincia, escritos en la provincia, que abordan las extrañezas de este país, en ese momento. En tanto, «En el cantón de Neuchâtel» es una alegoría, donde además del tema del exilio, me gustaría relevar una veta que intenta guiar hacia una idea sobre la educación, la exclusión y el sentido de lo colectivo.
CÓDIGOS DE BARRIO
-Muchos de los personajes de «Discocamping» son niños o jóvenes en el camino hacia la adultez. En ese sentido, me gustaría que te refirieras a tres aspectos que cruzan tus relatos y personajes: la vida de barrio, los códigos morales (específicos de cada etapa y de cada espacio de vida) y la fractura familiar que marcó a la generación de los ’80 y que también aparece reflejada en estos cuentos.
-El barrio es el primer territorio que conquistamos, como decía el amigo que elaboró el texto en la presentación del libro. Fui testigo de un barrio activo en mis primeros años, donde se hacía vida colectiva, pero donde no había organización activa ni participación real (recordemos que eso fue uno de los objetivos de todo el periodo represivo). Entonces se fue dando una paradoja: como los espacios de participación fueron neutralizados, los hijos en las calles mantuvieron cierta cohesión territorial, entablando relaciones de amistad y también de confrontación y conflicto, los que a veces permeaban o involucraban a las familias. El poder se metamorfoseó, anulando y también reapareciendo en esta escala pequeña del barrio.
-¿Te gustaría que «Discocamping» fuese reseñado como un libro sobre los ’80?
-No sé. Si se transforma en una etiqueta, tal vez caería en esa suerte de moda que algunos identifican hoy y quedaría prejuiciado. Pero tampoco es totalmente justo renegar, porque en parte el libro (específicamente «Discocamping») se ambienta en esos años. Ojo que tampoco creo que sea necesario haber sido testigo o haber vivido ese tiempo para tener opinión o escribir de aquello. Yo nunca fui a Discocamping, el relato está ambientado idealmente entre 1983 y 1984… mis posibilidades de tener alguna incidencia o ser testigo eran igual a cero. Y ahí entramos en la típica obsesión que tiene que ver con el grado de correlación con la realidad de los textos, pero eso no debe importar tanto. Umberto Eco decía que eso quedaba para los lectores paranoicos.
-Desde el punto de vista escritural, ¿cuál fue el mayor desafío de «Discocamping»?
-Encontrar los hilos conductores tal vez fue el primer desafío. No hacer un compendio antojadizo, sino que el libro terminara en algo coherente. Pero ahora que lo pienso bien, creo que también el libro se hubiese podido estructurar como novela, claro que haciendo un trabajo de edición distinto.
-¿Crees que la escritura desde la provincia contemporánea tiene diferencias con la escritura del centro?
-Cuando Gabriela Mistral vivió un tiempo en Santiago, en la población Huemul, María Monvel la entrevistó y le preguntó si se quedaría en la capital, a lo que respondió: “Jamás, ésta es una ciudad pretenciosa. Me voy a Elqui, mi tierra natal, a criar cabras”. Viniendo de una de las plumas más connotadas y lúcidas del continente, creo que su juicio no falta a la verdad. Siento que los discursos del centro y desde el centro están algo agotados, lo que no impide que reconozca grandes valores de la narrativa nacional que escribieron y escriben desde ese sitio. Presiento que en el centro la presión por legitimidad, espacio y asumir roles es mucho mayor. En la provincia, no hay sustrato para eso, entonces se bajan las expectativas, las presiones, lo que también es algo que puede hacer bajar la calidad de las obras. Falta rigor en las periferias, lecturas, educación de audiencias, profesionalizar un poco más la gestión cultural, etcétera. Por lo menos en esta zona de la Quinta cordillera, se nota mucha orfandad cultural. Pero creo de manera categórica que el campo y la sencillez deben volver a la literatura en Chile.
-¿Qué libros y autores te inspiran como escritor y te conmueven como lector?
-Es una respuesta difícil, no sé. Son muchas las lecturas… No puedo dejar de mencionar autores increíbles de nuestro país como Gabriela Mistral, José Donoso, Cristian Huneeus, Mauricio Wacquez, Marta Brunet, Hernán Castellano Girón… Uf, son muchas buenas lecturas y sin duda cometeré la injusticia de dejar muchas afuera de esta nota. Cuando era más chico me interesó mucho la literatura de Estados Unidos, especialmente las obras de la llamada generación perdida (F. Scott Fitzgerald, John Dos Passos, John Steinbeck) y de la generación beat (Kerouac, Ginsberg, Burroughs); luego las dejé porque que se cruzaron Salinger, Cheever, Spanbauer, McCarthy. Pero además y por sobre todo me gusta mucho la literatura latinoamericana desde el siglo XX hasta nuestros días, de los más clásicos: Juan Rulfo, Manuel Puig, Pablo Palacio, Clarice Lispector, Julio Ramón Ribeyro, Felisberto Hernández… De los más nuevos me interesa mucho lo que hace gente como Federico Falco, Felix Bruzzone, Selva Almada, Rodrigo Hasbún y un largo etcétera. La literatura de nuestro continente es realmente diversa y poderosa. Me interesa cómo narran la ruralidad del continente desde Faulkner y Sherwood Anderson hasta Lamborghini y Juan José Saer. Es una aventura, es como ir al rescate de tesoros, indagar qué es eso tan grande, terrible y misterioso que se llama vida en la libertad total que ofrecen los libros.
SOBRE EL LIBRO
Los centros de madres que maquillaban los horrores de una época; las luminosas discos de provincia que se erigían como faros cautivantes y prohibidos; los inapelables códigos infantiles que regían la vida del barrio; y el inevitable quiebre familiar que marcó la década los ’80, son los elementos que dan vida a “Discocamping”, título que se suma al catálogo de Narrativa Punto Aparte y que es el debut literario del periodista y escritor León Álamos.
En éste, su primer libro, León Álamos construye relatos minuciosos y detallistas que se van desgranando como racimos en historias ocultas bajo el follaje de la memoria compartida. En “Discocamping”, cuento que da título al libro, un grupo de jóvenes prepara su juerga en la discotheque del pueblo, en una noche predestinada a la tragedia. “Pieles de perro” despierta la nostalgia de quienes fuimos los niños de la cuadra, sujetos a reglas inexcusables y marcados por la presencia de un personaje temible y misterioso. “Mirarte y derrumbarme” es la crónica de una mujer incomprendida que vuelca su secreta pasión en la elusiva figura del galán del barrio.
Por estas páginas desfilan la inocencia, la nostalgia y la independencia de niños y jóvenes que crecen en la provincia, que aprenden a vivir y que presienten, sepultadas por la incomunicación de la época, las luces y sombras de una sociedad que se extiende más allá de sus fronteras.