Por Patricia Espinosa | Publicado en LUN 27/07/2012
Mujeres solas, perturbadas, atrapadas por el qué dirán, habitantes de la marginalidad urbana chilena, que sólo ansían afecto, autonomía y poder, son las protagonistas de Mentirosa , de Yuri Pérez, una novela en que el autor utiliza elementos de la sátira para realizar una crítica al mundo popular barrial y dar cuenta del fracaso de las utopías.
La narración alterna las voces de dos hermanas, de las cuales desconocemos los nombres. Una de ellas evangélica y la otra atea, han sido abusadas en la infancia por el padre, y en el presente del relato tienen más de cuarenta años, pero se encuentran en pleno proceso de crisis respecto a una libertad jamás conseguida. El contraste entre el liberalismo de una de las hermanas y la pechoñería de la otra atraviesa todo el volumen. Así se insiste en que la atea es soltera y tiene una pareja mujer, mientras que la otra es heterosexual y una fiel dueña de casa. Esta última, la religiosa, tiene una vida secreta. En la privacidad deja fluir su erotismo en sensuales prácticas de autoembellecimiento y deseos por un muchacho de la comunidad religiosa. Sin embargo, tiene un proyecto mayor: seducir al pastor de su iglesia.
Su objetivo no es, en todo caso, sexo o compañía; lo que esta mujer anhela es poder, y convierte su sexualidad en el instrumento para lograrlo. Una de las secuencias más destacables del libro tiene lugar cuando la mujer asesina al pastor y se lo come. La apropiación de todo aquello que poseía el hombre es efectuada mediante un ritual antropofágico con características dionisíacas excepcionalmente perverso.
Hacia el final, la novela desvía su cruda perspectiva realista mediante la inserción de dos secuencias de corte fantástico que pretenden reforzar el tono ridiculizante con que se abordan los personajes. Así, la hermana religiosa levita y gira su cabeza en 360 grados; una vez muerta, instala un salón de belleza homologable a un infierno plagado de estrafalarios fantasmas, donde es posible encontrar a Allende, Pinochet, Lemebel, Frank Sinatra y hasta la Tongolele. El salón de belleza mortuorio y enloquecido representa simbólicamente la única instancia donde la otrora apacible dueña de casa ejerce, por fin, el poder.
En términos realistas, la novela consigue verosimilitud en el modo en que construye las voces femeninas y en el detalle burlesco del itinerario de liberación. Si bien es cierto que el relato privilegia la figura de la beata devenida dominatrix caníbal, la represión de clase y género y el acoso de los imaginarios de la cultura de masas las afecta a ambas por igual, convirtiéndolas en personajes sometidos a una estructura familiar, social y eclesial insalvable. Toda esta crítica social se ve afectada por la presencia de elementos fantásticos que resultan exagerados y forzados. A pesar de ello, Yuri Pérez consigue sostener la tonalidad satírica y, con ello, mirar una tragedia desde un sesgo un tanto más liviano, a ratos hasta humorístico, que sus anteriores trabajos.