El escritor antofagastino habla sobre su tercera novela, «Namazu», crónica telúrica acerca de un pueblo cercado por la catástrofe.
Por Marcela Küpfer C., editora de Narrativa Punto Aparte.
El aeropuerto de Antofagasta advierte de entrada que ésta no es una ciudad común. En vez de turistas y ejecutivos, en torno a la cinta de los equipajes esperan decenas de hombres solos, cansados por el ritmo del viaje permanente. Algunos conversan entre sí, como si fueran amigos de aeropuerto. Esperan con resignación que aparezcan los enormes bolsos deportivos en que llevan sus ropas para el próximo turno. Afuera del terminal, aguardan buses o camionetas para llevarlos de vuelta a las faenas mineras, esas que han hecho de Antofagasta una ciudad codiciada, la panacea para las penurias laborales y económicas de miles de chilenos y extranjeros que llegan atraídos por el influjo del dinero y del empleo.
Al revés de los recorridos turísticos convencionales, que muestran el lado lindo de las ciudades, el transfer que nos lleva a la ciudad nos introduce de entrada en la Antofagasta menos glamorosa, esa de la que sólo saben quienes viven esparcidos entre la costa rocosa y los áridos cerros marrones. Arriba, en las poblaciones donde no se respira el exitismo minero, sino el de la coca y el de la pasta, es fácil toparse con esquineros que venden su merca a plena tarde y con vigías que atisban la eventual llegada de sapos, otros narcos o la policía.
Al atardecer, desde esos mismos cerros, se puede contemplar en plenitud otra Antofagasta, esa que crece pegada a la costa, una columna vertebral edificios modernos, pubs y un gran centro comercial que funciona como eje de la vida urbana; y aún otra más, dispersa por las calles del centro, donde conviven los mercados y comercios tradicionales, los inmigrantes, los habitantes que sobreviven a una ciudad de precios exorbitantes y donde claramente no todos ganan sueldos de minero.
En esa maraña urbana me topo con Rodrigo Ramos Bañados, periodista, cronista, escritor. Un observador detallista y voluntariamente desenfocado de ese otro Chile que se gesta en la frontera norte. Nos juntamos para hablar de “Namazu”, su nueva novela, la tercera en su carrera y que, por coincidencia o anticipación, él ha situado en Tocopilla, la convulsionada ciudad costera de la II Región que hace algunas semanas ocupó largos minutos en los noticieros, a causa del perpetuo descontento de sus habitantes.
De eso ya había tomado nota Rodrigo Ramos Bañados, muchos años atrás, cuando reporteaba en Tocopilla y auscultaba, con rigor casi científico, el pulso de un pueblo “que nunca aparecía en televisión”, que sólo cobraba existencia a partir de Jodorowsky, Alexis Sánchez, el terremoto y “la tasa de cáncer más alta del país por contaminación ambiental de la cromada termoeléctrica”.
Es esa Tocopilla la que Rodrigo Ramos Bañados pone en el mapa para desatar sobre ella el fantasma impenitente del caos y la destrucción, en la forma del gran terremoto y tsunami que acecha al norte de Chile desde hace incontables años. La forma que toma esa amenaza es la del Namazu, un pez mitológico japonés que desata los cataclismos cuando logra liberarse de sus ataduras. Ramos Bañados importa un par de científicos japoneses -Hiromu y Kasunoki- quienes, más que investigar terremotos, configuran una punzante radiografía de los miedos, prejuicios y soledades del pueblo, y hace aterrizar esta leyenda extranjera en la versión criolla del Kalule, un pez feo y de mal agüero despojado de toda mitología.
-¿Cómo fue tu encuentro con el mito del Namazu?
-Fue a través de “Ponyo”, una película de Miyazaki que vi con una de mis hijas. Me quedó dando la vuelta la idea de un océano cabreado con algo. Pronto investigué y apareció Namazu, el sirulo que provoca los terremotos.
-El mito del Namazu representa la fuerza destructiva del terremoto, pero también es visto como una fuerza creativa, hasta redentora, si se quiere, desde una perspectiva más moral. Incluso Hiromu, protagonista de tu novela, reflexiona sobre ello en algún momento. ¿Qué representa para ti la liberación del Namazu?
-Para mí es una fuerza reparadora; un terremoto, tanto los que todos hemos conocidos como los de la vida misma, dan una posibilidad para empezar todo de nuevo, de reconstruirse; por supuesto, de mejor manera como lo que estaba ya hecho. Esa es mi percepción de Namazu.
-Como habitante del norte grande, ¿qué marca deja en el ADN de la gente el hecho de vivir permanentemente a la sombra del augurio, de la profecía?
-Hay personas más vulnerables que otras respecto al tema. Conozco a algunos que han hecho de la preparación para el esperado terremoto una manera de vida, algo así como los preppers; tienen generadores eléctricos, comida en tarro y una serie de linternas. En general, la historia del gran terremoto o big one la meten hasta el cansancio los medios de comunicación, más aún después del 27-F. El Norte Grande espera un grado 9, más o menos, un monstruo. Los científicos ven esto como una fiesta, mientras el gobierno hace simulacros cada cuatro meses; así es fácil que el tema sature a muchos. Al final ya está en el ADN que después de un gran terremoto hay que arrancar al cerro y punto.
FRONTERA NORTE
-Tus textos literarios y crónicas periodísticas han bosquejado un retrato del norte chileno. ¿Planteas lo territorial como un parámetro de tus escrituras? ¿Crees que existe una literatura nortina?
-Creo que estoy marcado por el lugar donde resido. En todo caso no pretendo generar un retrato del norte chileno; pero si uno enhebra las crónicas que he publicado a través del diario La Estrella, que recopilo en mi blog, creo que hay línea que refleja el presente del norte; hay historias de migración, minorías sexuales, minería y droga, entre otras. Hoy, más que nunca, las ciudades del norte están en constante recambio de personas y ese flujo es un caldo de cultivo de historias. Respecto a lo territorial, simplemente me brota. Siempre son lugares donde he estado y de los que me impregné; podría escribir de Arequipa, Osorno y hasta Santiago. En cuanto a la literatura nortina, ésta existe en quienes todavía esperan telegramas; es decir, la literatura nortina yo la encuadro como de pampa y chusca. Suena mejor literatura de frontera, no sé, se me ocurre…
-El paisaje suele influir particularmente en las escrituras de quienes viven en zonas extremas; en este caso, en medio del desierto. Pero en tus textos yo aprecio un desplazamiento del paisaje natural hacia el paisaje social y urbano, moldeado probablemente por el aislamiento, las distancias y otros factores geográficos. En ese sentido, ¿existe una identidad nortina? ¿Hay una forma de ser específica y única, forjada por estas condiciones, y que tú retratas en tu obra?
-En el ADN de las ciudades del norte está la inmigración. Como hoy llega gente, antes lo hicieron los abuelos. Todo el mundo llega al norte con la idea de llevarse un poco de la torta de la minería. La mina se acaba y queda el hoyo, pero la gente se queda. Al pasar de una generación a otra, se va forjando una identidad a través de vertientes religiosas y deportivas, entre otras. El anti centralismo es otro punto que une; se crece bajo la idea de que el centro roba todas las riquezas de la minería y que aquí podría ser mejor, pero vuelta al resentimiento. El caso de Calama es el más complejo en ese sentido, pues si quedara la mitad de las riquezas que se extraen de ahí, podría ser Las Vegas, pero es Calama. Hay ciertos nortinos cada vez más resentidos con el país, pues las ciudades no ofrecen calidad de vida. El actual nortino guarda todo ese resentimiento y desencanto, considera que por lo que aporta a Chile, el país le debería vivir mejor. La reivindicación llega con los triunfos deportivos, por ejemplo de Cobreloa, ante los equipos de Santiago; brota ese sentimiento de venganza y de chovinismo. Ahora bien, la gente de estos lados, en comparación al sur, es más hosca y menos amistosa.
OBSERVADOR DE LA REALIDAD
-“Namazu” es una novela multicultural, pero donde afloran la xenofobia, la incomprensión y el descrédito hacia lo extranjero. Paralelamente, algunos personajes explotan un inquietante chovinismo y nacionalismo. ¿Crees que estas fuerzas conviven en una zona donde, en efecto, existe una alta inmigración?
-Como decía, en el último tiempo las principales ciudades mineras del norte, Iquique, Calama y Antofagasta, están recibiendo una gran migración tanto de países limítrofes como del centro y sur de Chile; todo esto genera una masa heterogénea. La no asimilación de este proceso provoca prejuicios y gatilla como mecanismo de autodefensa la xenofobia, que más bien es la ignorancia de enfrentarse a otras culturas. En Antofagasta, como reportero he seguido este proceso hace siete años y puedo decir que de a poco la ciudad se ha puesto más tolerante. Hoy se habla de los “afro-antofagastinos”, una nueva generación de morenos chilenos. Muchos de estos extranjeros hacen los trabajos que nadie quiere hacer en la ciudad, no obstante, sigue presente la xenofobia en rayados en las murallas. Uno tiene que soportar la opinión de taxistas que dicen que los colombianos vienen a robar o las mujeres prostituirse, y luego hablan de chilenidad, pureza, una suerte de fascismo trasnochado. El asunto es que estas posiciones extremas están presentes.
-¿Cómo ha incluido tu oficio de periodista en tu literatura?
-En general ha sido clave. Soy un observador de la realidad, pero siempre intento ver la caspa. En el periodismo he tenido facilidad de hallar personajes raros o gente que confíe, se te abra y cuente su vida. En “Namazu”, por ejemplo, están expuestos los males de Tocopilla, que detonaron en la crisis que vive la ciudad; todos esos detalles los exprimí después de varios reporteos por hechos puntuales. Una de las primeras veces que mostré un texto de “Namazu” -se llamaba de otra manera en ese tiempo-, un amigo me dijo que parecía una crónica periodística, me dijo que sacara más el escritor.
LISTO PARA ARMAR
-En términos de estructura narrativa, “Namazu” supone un desafío, toda vez que está tejida sobre secuencias complementarias, pero disociadas temporalmente. Como símil cinematográfico, podría pensar en la construcción narrativa de “Pulp fiction”, por ejemplo. En literatura, esto demanda necesariamente en lector despierto, cómplice. ¿Qué refleja esta construcción fragmentaria y atemporal de la historia?
-Es claro que no comencé a escribir desde el fragmento uno, tal como sale en la novela. La historia partió en el medio, en la cena de Navidad, cuando uno de los personajes va vestido de Viejo Pascuero; quería que todo se truncara por un temblor fuerte. La historia fue creciendo desde ahí, expandiéndose hacia atrás y adelante, sin tener muy claro en qué terminaría ni cómo; creo que al final el asunto cuajó después de leer, cambiar, releer. En general, me aburre escribir bajo un orden lineal; me resulta más apasionante como escritor entregar una novela medio desarmada y que el mismo lector tenga el desafío de armarla mientras la lee.
-¿Es el Kalule el referente criollo del Namazu? ¿Representan ambos peces –uno mitológico, el otro ligado a la superstición- las idiosincrasias de sus lugares de origen?
-Culpar a algo de los males es muy de acá. Este pez que aparece de repente por efecto de alguna corriente caliente, justo en uno de sus arribos coincidió con una catástrofe, en consecuencia, se ganó la mala fama popular. El Kalule es un pez de mal aspecto, asunto que eleva su mito. Al principio esta novela se llamaría “Kalule”; sin embargo, conversaciones con un amigo me hicieron optar por “Namazu”. A diferencia de Namazu, este Kalule puede traer pestes, incendios y hasta guerras; su abanico es más amplio. Creo que la historia de Kalule dará para un cuento, pues alguien, alguna fuerza debe estar detrás del extraño pez.
-En tus textos anteriores has abordado los crímenes de Alto Hospicio y la cultura de frontera de chilenos y peruanos; ahora sumas el augurio telúrico que acecha a la zona. ¿Piensas seguir trabajando en temas vinculados con el norte?
-En parte sí, el norte me aparece, aunque trato que no tenga un protagonismo. Tengo una novela avanzada que es sobre la infancia después del ‘73; hay mucha autobiografía. La otra que tengo en curso es sobre unos narcos que, de puro altruismo, arman una biblioteca en alguna ciudad del desierto. Tengo cuentos donde sí me desligo totalmente del territorio. Me he dado cuenta de que, más que el desierto, tengo una manía por el mar, por las costaneras. Alguna vez me costó ubicar los puntos cardinales en Santiago, pues cuando no ves el mar es como que te enceguecieran.
LOS PLACERES DEL CENTRO
-¿A qué escritores lees con interés, devoción o placer?
-Ribeyro, Bolaño, Houellebecq, Bukowski, Talese, Antony Beevor, Lemebel, Iwasaki, Kawabata, Fernando Vallejo, Santiago Gamboa, Juan Villoro, Chimal, Enrique Symns, entre otros.
-¿Tienes libros de cabecera?
-“Las partículas elementales”, de Houellebecq; “El fumador”, de J.R. Ribeyro; “Paisaje en las nubes” (recopilación de crónicas), de Roberto Arlt; “Los Pichiciegos”, de Fogwill. Hace poco leí un libro de cuentos que me gustó mucho, “Los días más felices”, del boliviano Rodrigo Hasbún.
-Aparte de leer y escribir, ¿algún pasatiempo, vicio u obsesión?
-Ver fútbol, especialmente los partidos de la U. Tengo un par de amigos con los que cerveceamos la vida en una shopería del centro de Antofagasta. Me gusta el History Channel, los documentales de la Segunda Guerra Mundial.
-¿Piensas en algún momento trasladarte “al centro”’ ¿Crees que sea un paso necesario o se pueden abrir espacios en la literatura desde la provincia?
-Uno desde un pueblo puede estar conectado con todos y hacer de todo. El centro te da ciertos placeres literarios, como hurguetear en una librería o feria del libro usado; o asistir a alguna charla de un escritor como Coetzee. Viví casi todo el 2011 en Santiago y general me gustó la experiencia.