Crítica de Juan Manuel Vial a «Niño feo», de Yuri Pérez (Publicada en La Tercera, sábado 23 de octubre de 2010)
Además de ser feo como un diablo y de masturbarse mirando la añosa fotografía de una francesita desnuda, Ernesto, el protagonista de la excelente y brevisima novela de Yuri Pérez, tiene la mala costumbre de leer poesía. El muchacho admira a Rimbaud, Pound, Esenin, De Rokha, Lihn, Baudelaire, W.C. Williams, la Mistral, Vallejo, Murga; y desprecia con pasión a Whitman y a Neurda. Oriundo de San Bernardo, al igual que Pérez, e hijo de un militar borrachín e insensible, el niño, que definitivamente no es bueno para el fútbol, sufre el acoso y el desprecio de un padre que «cree que soy mariconcito porque escribo poesía».
Aún así, no se trata de un personaje desvalido ni victimizado; por el congtrario, Ernesto es un tipo cautivanete no sólo por el peculiar, decidido y oportuno punto de vistacon que observa y enfrenta la realidad («tengo asuntos pendientes con la narrativa chilena contemporánea. Es mala. Aburrida y mentirosa»; «Soy fascista, pacifista y occidental, con el favor de San Expedito, en quien tampoco creo mucho»), sino también porque desde una posición de asumida incomprensión, logra sobreponerse a un ambiente marcado por la vulgaridad y la tontera.
Por medio de Niño feo, Yuri Pérez confirma lo que habíamos observado en su anterior libro, Suite: la suya es una de las voces más interesantes entre los escritores chilenos que rondan, por arriba y por abajo, los 40 años. Maestro en el difícil manejo de la frase corta, construcción que si no sorprende casi siempre enerva, Pérez también demuestra que puede hacer de la estructura de una novela un asunto llamativo: en los dos primeros capítulos de la obra el narrador es un niño-adolescente, mientras que en el último, sin previo aviso, Ernesto se ha convertido en un abuelo que, encerrado en una existencia campestre, alberga oscurísimas intenciones en contra de sí mismo: «He pensado en la posibilidad de arrancarme los ojos. Sacarlos de una vez y para siempre de la cara. Dejar ahí los agujeros para que por ellos entre el viento y el olor agrio de los pozos. Para que esos huecos sean el vaso de aire que beberé el próximo invierno, cuando tampoco estén conmigo los que amo y los que deseo que me amen. Matarme sería demasiado fácil».
Antes de lanzarse a escribir prosa, Pérez se dedicó a la poesía (y probablemente lo siga haciendo). En Niño feo las alusiones al quehacer poético son siempre profundas e informadas, o sea, no están ahí dispuestas como adorno, sino que permiten apreciar una opción estética y un punto de vista informado: «Comparo a Rimbaud con la Mistral. La Mistral era cosa seria. Podía escribir de todo. No ha nacido otra en habla hispana que la supere ni la iguale. Ni siquiera la Storni. Menos alguna poeta nacional contemporánea. Qué desgracia».
A diferencia de otros autores chilenos que intentan dejar huella empeñados en la creación de fantasías para imberbes o de insgnificantes reconstrucciones autbiográficas, Yuri Pérez, a punta de contención, talento e inteligencia, ha hecho de la simpleza una declaración artística difícil de superar. En cuanto a la automutilación de Ernesto, personaje que quizás es un alter ego del autor, habría que agregar algo más: «Lo mejor es que haga algo por el olor espantoso que sale del vaso donde están mis ojos pudriéndose. Quizás los lleve al pozo séptico para que desaparezcan de una vez. Ya no los necesito. Soy un ciego feliz y desdichado. Condición maravillosa: estar entre el blanco y el negro sin sentir remordimientos».