Gonzalo Baeza: “En EEUU hay una compulsión por decir: Soy latino pero igual veo HBO”

“Como buen inmigrante ilegal que lleva tiempo en el país, Boris odiaba a los inmigrantes ilegales”. Boris es el tío del protagonista de “El show” cuento que abre Ciudad de hoteles vacíos (Narrativa Punto Aparte), colección de cuentos de Gonzalo Baeza. El libro es una panorámica de la vida cotidiana de los latinoamericanos en Estados Unidos. Pero sin sentimentalismos ni grandes epopeyas. Al contrario, Baeza -nacido en Houston en 1974, que vivió en Chile su adolescencia y ahora está instalado en Arlington Virginia- apela a un mundo rural, pobre, alejado de las carreteras que llevan a un futuro mejor o las urbes cosmopolitas.

Por JCRF, publicado en Luchalibro. com

photo(3)-Tus cuentos carecen del sentimentalismo y la “excesiva nostalgia por Chile” que tiene la narrativa chilena escrita desde Estados Unidos. Eso me parece muy interesante, el asumir la vida en otro país, no como una gran epopeya sino más bien como algo que sucede y que hay que asumir. ¿Estás de acuerdo?

-Estados Unidos es un conjunto de países que viven en un mismo territorio en mutua desconfianza. Están las grandes ciudades en las costas, que dictan ciertos cánones políticos y culturales, y al medio una serie regiones y subculturas curiosamente ignoradas o miradas en menos, tanto por el resto del mundo como por las propias elites del país. En ese mundo más rural y aislado, con comunidades que viven del agro o la industria extractiva y que vivieron su apogeo antes de que las fábricas se mudaran a China, me parece que la vida es menos propensa a la nostalgia y más aún a esa nostalgia literaria que es media impostada y más bien melodramática.

No sé con cuánta propiedad puedo hablar de una narrativa chilena escrita desde EE. UU., pero la poca que conozco no se desarrolla en ese país que describo, sino en sus grandes metrópolis. En general, la gente que llega a esas ciudades y luego publica un libro no es la que vino a buscar trabajo en un McDonald’s o que comparte un departamento con otras dos familias inmigrantes. En un entorno con ciertos problemas materiales resueltos, supongo que hay más tiempo para pensar sobre el país que quedó atrás, y, si quieres hacer una carrera literaria, también se es más consciente de lo que se suele esperar de una literatura inmigrante: el inmigrante que encuentra refugio es parte de la mitología estadounidense y un género literario en sí, más allá de que la situación económica del país ya no sea tan propensa a esas fantasías salvíficas.

-De hecho, tú muestras un Estados Unidos lejano a las grandes ciudades o tópicos que muestran las películas. Ni siquiera es suburbano. Es un Estados Unidos de provincia, mestizo, empobrecido, de peleas de perros, de casas de material ligero. Cuéntanos sobre eso, que me interesa mucho ese trabajo que haces.

-Si bien estoy muy lejos de querer hacer un reportaje denuncia ni tengo el afán panfletario de mostrar la cara oculta de determinada sociedad, la verdad es que buena parte del país es muy distinta de la imagen proyectada en los medios (como también sucede en Chile, por lo demás). El 15% de la población vive bajo la línea de la pobreza (casi 50 millones), es el país con el mayor porcentaje de personas encarceladas (casi 2, 5 millones de presos) y cerca de la mitad del país no paga impuesto federal a la renta porque sus ingresos son muy bajos. Basta con no vivir en Nueva York o Washington para verlo y, si realmente uno vive en el país, para conocer a esa gente que en definitiva son tus vecinos, compañeros de trabajo, etc. Ciertamente mi narrativa no es la primera ni la última en habitar ese mundo, pero así como su realidad es desconocida pese a estar al descubierto, la literatura de clase trabajadora de y sobre EE. UU., por ponerle un nombre, es igualmente ignorada.

-¿De qué forma tu biografía te ha potenciado a la hora de escribir? 

-Mi biografía ha operado sobre lo que escribo de la misma manera que le sucede a cualquier escritor. Lo único conciente a la hora de escribir es que no quiero caer en lo burdamente testimonial, en la crónica disfrazada y en ese minimalismo autobiográfico que convierte la experiencia propia en epopeya. Ciertamente hay mucho de experiencia personal y de obsesiones y fantasmas en los cuentos del libro y en buena parte de lo que escribo (cuando me he alejado mucho de esa veta, siento que el resultado ha sido efectista), pero también hay cosas más pedestres como los gustos personales y, aunque se intente evitar, las lecturas (como dijo Cormac McCarthy, “los libros están hechos de libros”). Sobre la biografía propiamente tal, nací en Texas, pero me crié en Chile. Volví más viejo a EE. UU., pero ya llevo harto tiempo viviendo acá, y he trabajado en diarios y en el movimiento sindical.

portada hoteles vacios 1-Al leerte, me siento muy conectado a sus personajes, los siento “reales” quizá porque no están sobresentimentalizando su situación.  ¿Qué te parece la literatura chilena que escribe sobre Estados Unidos? Pienso automáticamente en Alberto Fuguet y María José Viera Gallo que, sin duda apelan a otro imaginario. 

-A Fuguet lo leí hasta “Por favor, rebobinar” y a Viera Gallo no la he leído, porque todo eso se ha publicado después que me fui del país. Sé que ambos tienen novelas ambientadas en EE. UU. y Fuguet además tiene una película, pero no la he visto. No podría hablar con propiedad de la literatura chilena que se escribe sobre EE. UU. ni sé si por volumen le dé para subgénero o al menos una repisa. Lo que sí veo es que mucho escritor latinoamericano asume con gusto esta identidad despolitizada y así justifica no cumplir con las expectativas del mundo editorial y académico gringo de continuar con el realismo mágico o cultivar ese multiculturalismo clientelista que hasta hace poco garantizaba becas. Es una compulsión de decir: “Soy latino, pero igual veo HBO” y construir un discurso en base a los referentes de entretención de una elite conectada que empalma muy bien con la forma en que la propia industria editorial y los medios banalizan la cultura, donde muchos suplementos culturales se podrían llamar “Anoche en TV Cable”, que prefieren entrevistar a un chef o volver a glosar a Breaking Bad y donde la inauguración de un nuevo restaurante de tapas es más importante que reseñar libros. Es una literatura que nunca superó la gira de estudios del colegio y así se enfrenta al mundo, narrada por gente más cerca de los 40 que de los 15 y que sin embargo insiste, como toda mi generación, en ser infantil, en añorar los monitos japoneses que veían cuando chicos y en replicar con un leve toque latino ese minimalismo tan carente de adjetivos como de ideas que ya se ha convertido en fórmula.

-¿Cuál fue el disparador para “La ciudad de los hoteles vacíos”? Eran cuentos que tenías coleccionados o fueron surgiendo expresamente para este proyecto? Quiero que me cuentes la historia de este libro.

-La mayoría de esos cuentos fueron escritos hace unos cinco años. Coincidió con que estaba viajando mucho, trabajando en distintas campañas sindicales y viviendo por períodos de uno o dos meses en distintos estados. Siempre he leído mucho, pero en esa época tuve más tiempo que nunca para leer y escribir, y darle cuerpo a algo que venía germinando los muchos años en que no escribí una palabra. También fue un buen momento para dejar de engañarme y de leer lo que “había que leer”, y diseñarme un canon propio con los autores que siempre me llamaron más la atención. Gente como Francisco Coloane o Manuel Rojas en Chile, o Barry Hannah, Harry Crews y Larry Brown en EE. UU. La unidad temática de los cuentos respondió a una predilección por ese mundo y esa literatura, pero también porque es lo que conozco y donde vivo. No tomó mucho tiempo darse cuenta que podían constituir una colección y así fue como se publicó en España hace dos años. Sin embargo, esta edición chilena tiene varios cambios y cuentos inéditos.

 

-Se habla mucho de literatura fronteriza (hay una universidad en chile que sacó una antología al respecto), sin embargo tu narrativa no cae en idealizaciones. Los latinos en Estados Unidos tendrán puntos en común, pero no es un sueño bolivariano en la díaspora, digamos. ¿Como lo percibes tú?

-En EE. UU., la asimilación como mandato es parte de la mitología nacional. El inmigrante encuentra un espacio para desarrollarse y se vuelve parte de este gran experimento que supuestamente es el país. Uno ve un deseo ingenuo de replicar eso con la inmigración hispana, sin reparar en lo heterogéneo del fenómeno migratorio. Buena parte de los inmigrantes latinos se fueron de países controlados por una elite acaparadora y ahora se encuentran en EE. UU. con los hijos de esa elite viviendo de una Fullbright, trabajando en los organismos multilaterales que supuestamente ayudan a sus países de origen, y hablando a nombre de esos inmigrantes. Se intenta unificar a millones de personas a partir de su condición migratoria y se obvia todo lo demás. Se les buscan íconos como César Chávez, pese a que los latinos apenas lo conocen, y se destaca su condición de “hispano” pero se omite su rol de líder sindical porque eso hace ruido en el relato armónico que quieren construir. Lejos de una diáspora o un sueño reivindicatorio, la mayoría está acá por un tema económico y eso es un fenómeno bastante más caótico. Lo bueno es que es terreno fértil para la literatura.

-¿Qué escritores estadounidenses nos recomiendas? En general a nosotros nos llegan los canónicos o aquellos que las editoriales españolas decidieron traducir como Tao Lin o Eggers.

-Esta respuesta da para páginas, pero a veces ni es necesario buscar nombres nuevos porque hay muchos que siguen siendo injustamente desconocidos. Por ejemplo, Erskine Caldwell, un Faulkner menos estilizado que ha sido inspiración de autores como Selva Almada. Donald Ray Pollock ha tenido muy buena recepción en el mundo hispano, pero Pollock es descendiente directo de maestros como Hannah, Brown y Crews y contemporáneo de dos tremendos autores que recién comienzan, Joseph Haske y Patrick Michael Finn. Por último: dos libros que leí y releí hace poco: Redeployment de Phil Klay (una colección de cuentos sobre la guerra en Irak) y la colección de cuentos que Nic Pizzolatto (creador de True Detective), publicó en el 2006.

-¿En qué proyectos estas actualmente? ¿Asistirás al lanzamiento en Chile? Cuéntame.

-Estoy escribiendo una novela que, a falta de una mejor descripción, es sobre boxeo. El cuento “El jab toda la noche” de “La ciudad de los hoteles vacíos” es parte de esa novela. El próximo año se publica “La ciudad…” en inglés, lo que también me va a tener ocupado. En el corto plazo, vengo a lanzar el libro a Chile en agosto y el otro proyecto es encontrar un trabajo que me dé más tiempo para escribir.

-¿Tienes compinches en “el medio chileno”?

-No podría hablar de compinches porque no los conozco en persona y lo que escribimos quizás no es parecido, pero dos libros chilenos que leí hace poco y me gustaron mucho son: El diablo en Punitaqui de José Miguel Martínez (feroz personaje el gordo Granola) y una novela que no vi reseñada en diarios, seguramente porque fue publicada en provincia: ¡Chuchetas! de Juan Boldrini, inspirada en la familia de cuatreros del Río. Otro de los nuevos que me gustó mucho es Juan Pablo Roncone. Desgraciadamente, hay muchos más que no he leído, pero me voy a poner al día.

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Archivado bajo "La ciudad de los hoteles vacíos", Entrevistas, Gonzalo Baeza

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