El viejo ha tomado una decisión: se arrancará los ojos. Los pondrá en un vaso de agua y dejará sobre su rostro los agujeros, para que por ellos entre el viento y el olor agrio de los pozos. Será un rito íntimo, personal, como todo lo que ha hecho a lo largo de su vida: desde que era un niño que pintaba mariposas en las paredes del regimiento y apilaba libros de poesía en el baño, hasta hoy, en que se ha convertido en un ciego que cuelga al borde del precipicio de la escritura, con la cabeza dura y las manos rotas, enfrentado al espectro del libro que nunca pudo escribir.
“Niño feo” es la crónica descarnada de una criatura nacida fuera del margen, que sueña con ser la copia feliz de Ezra Pound y poseer a la sucia francesa desnuda del calendario. Ignorado por el mundo, atormentado por su propia conciencia de la poesía y marcado por mujeres que sólo fueron deseo y ausencia, se aproximará al fin mediante un gran acto de despojo, metáfora certera y pavorosa de toda su existencia.
“Niño Feo nos deja con la boca abierta por la mezcla inaudita y dolorosa de una perspectiva renovadamente impúdica y autobiográfica, desembozada en su crueldad y en la reiteración de esa estética residual, añeja y desteñida como la anilina, de la cual el autor ha sacado en las últimas dos décadas sus mejores dividendos” (Cristián Gómez O., escritor y académico).