Lejos del Nilo: sobre Mentirosa, de Yuri Pérez.

Por Galo Ghigliotto*

De un tiempo a esta parte me gusta pensar que el mito de Caín y Abel esconde una lectura muy distinta de la que conocemos. Empecé a cuestionarme eso hace años cuando leí en un diario una interpretación de 2001: Odisea en el espacio, donde se afirmaba que la batalla inicial de las bandas rivales de simios que se desarrolla en la película, representa a los dos tipos de hombres sobre la tierra: la raza de Caín (el guerrero) y la raza de Abel (el intelectual). Según plantearía Kubrick, el problema de la civilización humana sería la perenne supremacía del guerrero a partir de esa primera batalla. Dándole vueltas a ese asunto, llegué a pensar que en ese mito fundacional, son las motivaciones de Caín las que han sido mal explicadas: Caín era ateo, y si mató a su hermano por la rabia que le provocaba verlo tan embebido en la adoración de un dios inexistente.

No es descabellado relacionar la novela Mentirosa de Yuri Pérez a estos personajes bíblicos. Al contrario: el primer capítulo de este libro se llama “Génesis”, igual que el capítulo de la biblia donde se cuenta la historia de Caín y Abel. Y la novela completa es una trenza tejida con la voz de dos hermanas, una atea y la otra evangélica. Las otras partes del libro también se relacionan con la biblia: el segundo capítulo se llama “Santo dios”, el tercero “El éxodo de la pastora”, y el último “Revelaciones”, como el equivalente del apocalipsis. A partir de estas dos mujeres, Yuri Pérez construye un mundo que se inicia con las dos hermanas compartiendo el techo y la infancia, y termina cuando ambas son adultas, después de recorrer caminos completamente divergentes. Para mayor oposición la atea es lesbiana y la evangélica una especie de ninfómana heterosexual.

Aunque la novela parece transcurrir en todo momento en Santo Bernardo (que remite directamente al San Bernardo donde vive Yuri), las conexiones que ambas hermanas establecen, ya sea con las divinidades del pop la una o la divinidad religiosa la otra, consiguen situar al lector en un mundo hiperreal en el que coinciden gran cantidad de referentes culturales, sociales y políticos. Quizás lo más llamativo de las primeras páginas de la novela, es que de inmediato se piensa que las narradoras no sólo refieren al Santo Bernardo donde dicen vivir, sino a una copia a escala de Chile: la narrativa de Yuri habla de la sociedad nacional total. A partir del análisis de sólo un fragmento de aquella sociedad  lleva la observación hasta el extremo. Con un realismo descarnado, en el que abundan elementos paródicos e irónicos, Yuri retrata esa locura que es la cordura cotidiana de los habitantes de Chile del siglo XXI. La enorme cantidad de referentes en la mente de la hermana atea, que provienen directo del mainstream, son signos que conforman su lenguaje, una forma de comunicación basada no sólo en palabras, también en secuencias de películas, canciones y personajes que inundan la memoria colectiva. No estoy seguro de que su simbolismo sea exclusivo para chilenos, cualquier hispanoamericano podría comprender el mundo de esta hermana atea en la que permanentemente aparecen, como cotas desde las cuales nivelarse, Shakira, Madonna, Marilyn Monroe, Cecilia Bolocco, etc. Del otro lado, el fanatismo de la ferviente hermana evangélica ofrece una visión radicularmente idéntica, pero bifurcada hacia un rumbo insospechado, en este caso, hasta una referencialidad parecida pero adulterada por la esquizofrenia, situándola en un lugar sublimado, un imaginario habitable donde todo lo que ocurre es un baile de máscaras de la exageración. Aquí el simulacro se convierte en el clímax de la novela.

Como es inevitable tratar de establecer parentescos cuando se lee una obra de este tipo, apenas la hermana canuta declara haber llegado “al paraíso eterno” que es una peluquería, nos remitimos directamente al Moridero de Mario Bellatin en su ya clásica novela Salón de Belleza. Ahí las personas llegan a extinguirse rodeadas de acuarios con peces cimbreantes. Por otro lado las mujeres de Yuri, en cuyo imaginario ya está instalada la posibilidad del botox y la cirugía plástica, remiten a los recursos –maquillaje, máscaras, vendaje de pies, etc. – que usaban los transformistas que luchaban por brillar en la novela  Cobra de Severo Sarduy –quizás sea la más descollante del simulacro posmoderno–, donde la sexualidad es una prótesis capaz de suplir una falencia del destino. En Mentirosa Yuri Pérez decora el mundo de las hermanas con conocimientos y certezas eclécticas, basadas en “la historia del pueblo maya editado en Perú”, en las coreografías de Cristina Aguilera y Britney para los juegos infantiles, “Silo y su séquito de marihuaneros amantes de la sicodelia”, pantalones Dockers, raquetazos de Rafael Nadal, retratando esa impureza justa y necesaria de lo posmoderno. No sería la primera vez que encontramos trazas que remiten a Cobra en una novela chilena, pero a diferencia de los casos conocidos, esta novela de Yuri Pérez opta por tomar un tono más relajado, menos mortuorio y cetrino, consiguiendo que cada tanto el lector logre reírse, con esas carcajadas que terminan con un suspiro porque acaban por revelar una verdad muy dura. Por lo mismo es preciso celebrar la novela de Yuri Pérez por su ligereza –como puede ser ligera una hipopótamo que baila en la película Fantasía de Walt Disney–, por su amenidad e hilaridad, que rompen una tradición melancólica heredada por gran parte de la narrativa chilena, muchas veces tan circunspecta. En este tono conversacional, coloquial si se quiere, esta novela de Yuri establece un vínculo con las obras de Marcelo Mellado, Luis López-Aliaga, Simón Soto, Pablo Toro, en los que no existe una intención trágica, ni necesariamente humorística, sino la capacidad de atajar la vida con un estoicismo que incluye la risa y la ironía como nuevos valores de resistencia.

En general los narradores chilenos carecen de una virtud que poseen algunos de sus pares argentinos para tomar el la creación literaria como una forma de diversión. Ya lo declara Washington Cucurto en una entrevista, cuando dice que la literatura es “diversión, entretenimiento”. Define su trabajo como “una protoliteratura, más cercana al cómic, la tv, los blogs, pero no es literatura. Literatura es otra cosa: Borges, Di Giorgio, Rulfo, Bolaño”. A mi modo de ver esta definición de Cucurto es sólo falsa modestia, o bien, un convencimiento honesto proveniente de la equivocada idea de que la literatura verdadera debe estar revestida de gravedad. En Argentina existe una corriente de autores que modifican la realidad para exagerarla y burlarse de ella. Un ejemplo: La boliviana, de Ricardo Strafacce –quien pronto publicará en Chile bajo el sello La Calabaza del Diablo–; en esta novela se cuenta la historia de una mujer boliviana de gran belleza que vive en un barrio marginal de Buenos Aires. Amenazada por un grupo paramilitar que ha secuestrado a su esposo, nada a través de un río infecto para salir, divinizada por el brillo de luz lunar sobre su piel mojada, justo a la altura de un regimiento donde conseguirá engatusar a un guardia para pedirle prestado un tanque y partir al rescate de su marido. Su acto de heroísmo familiar se mal tergiversa por los medios como un acto de heroísmo nacional y es propuesta como candidata a la presidencia de Argentina. En lo que va del libro, ya salpicaron varias verdades y críticas soslayadas a una sociedad argentina muchas veces xenófoba, ignorante y filistea. El estilo de Strafacce ha sido definido como “realismo inverosímil”, porque plantea todas aquellas cosas que, pudiendo ser reales, manifiestan la locura del mundo actual, cuando vemos acontecimientos tan descabellados como ataques zombie como efecto de nuevas drogas, o la aparición de hombres-demonio en programas como “Tabú”, de NatGeo. Lo más fascinante de todo este asunto es que lo inverosímil se convierte paulatinamente en la única forma de narrar la realidad, y es exactamente eso lo que hace Yuri Pérez en esta novela que hacia el final pareciera ser un ácido que empieza a surtir efecto. La realidad en Mentirosa es falsa porque está construida con pedazos de ficción, como lo declara una de las hermanas: “Estoy lejos de ser Cleopatra, como Varela, lejos del Nilo. Pero quisiera pasar la noche con Espartaco en una cama de agua…”. Estamos rodeados de esos fragmentos de irrealidad por todas partes: Chile es el país simulacro por excelencia, aquí, donde pagamos caro por salud, por educación, combustibles, energía, por el acceso a los libros y la cultura, siguen habiendo personas que se jactan de ser los “jaguares de Latinoamérica” o de haber entrado a la OCDE para ser el país con el sueldo mínimo más bajo del conjunto. Conexiones que están hechas a través de un delirio que se asume verdadero, en donde pocos contrapesan la imagen “moderna” que tiene Chile con las profundas desigualdades sociales que subyacen bajo las postales. Por eso la novela de Yuri Pérez es perfecta en su cualidad representativa de este salón holográfico en el que estamos insertos, una sola alucinación producto del “golpe” que hace tanto tiempo recibimos.

Mejor reírse, mejor asumir nuestra derrota ironizando con nosotros mismos. Mejor poner un café con piernas en el lugar de un templo evangélico, y olvidarse de hacer literatura.

 

*Poeta y editor del sello Cuneta. Organizador de la feria de editoriales independientes Furia del Libro. Autor de los poemarios ValdiviaBonnie&Clyde y Aeropuerto

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