Joaquín Escobar, escritor: “Heredia va viendo cómo la ciudad cambia y a partir de eso construye su crítica al neoliberalismo”

El autor, sociólogo y magister en Literatura, analiza e interroga al detective más célebre de la literatura chilena en su ensayo “A la caza de Heredia”, recientemente publicado por Narrativa Punto Aparte.

Nacido a fines de la década de los 80 en la novela “La ciudad está triste”, el detective Heredia es uno de los personajes más famosos y entrañables de la literatura chilena. Protagonista de una veintena de novelas, el detective creado por el escritor Ramón Díaz Eterovic es el máximo representante de la literatura negra nacional y sus historias abarcan diversos periodos de la historia reciente del país.

Pero ¿cómo piensa y qué elementos configuran la personalidad del célebre sabueso? ¿Cómo se relaciona con la política y la historia? ¿Cómo se vincula con la literatura? ¿Cuáles son sus miedros y contradicciones frente a la posmodernidad? Estas y otras preguntas son las que se formuló el escritor sociólogo y magister en Literatura Joaquín Escobar, autor del ensayo “A la caza de Heredia. Aproximaciones a la mente de un detective posmoderno”, recientemente editado por Narrativa Punto Aparte como parte de su colección Expedientes.

            A través de seis hipótesis, Joaquín Escobar interroga al personaje del detective Heredia, buscando las claves de su personalidad. En la primera parte, identifica a Heredia como un flaneur, es decir, un caminante que, a través de sus paseos diurnos y nocturnos por la ciudad, va configurando su crítica al neoliberalismo. A continuación, analiza la relación de Heredia con la historia, con el tiempo y con la violencia, así como la matriz cultural que configura su personalidad y su visión política, recurriendo a autores como Gabriel Salazar, Mijaíl Bajtín o Tomás Moulian. También busca establecer los puntos de contacto y las diferencias entre Heredia y el poeta Teillier, para finalmente revelar las contradicciones del detective frente a la posmodernidad que le toca vivir.

-¿Cuál es tu relación con Heredia?

-La relación con Heredia parte en mi época universitaria, cuando estaba en primer año de universidad y estaba un poco chato de leer teoría y sociología, y agarro de la biblioteca de mi papá “El ojo del alma”, que es una novela del año 2001, y la empiezo a leer y no puedo parar de leerla. Ahí empecé a investigar más sobre el personaje, empecé a conseguir las novelas en San Diego, en LOM, había algunas medio perdidas pero me di cuenta de que Heredia tenía hartos seguidores. Me interesaba la anacronía del personaje, que hablara con un gato, que fuera alcohólico, que siempre estuviera resolviendo casos que no podía resolver el Estado, que no podía resolver la ley, o que no quería en muchos casos, y eso me parecía interesante.

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“Isla Podestá”, de Juan José Podestá

Por Javier García Bustos

“Mientras la literatura se vuelve más y más comercial, la ‘verdadera’ literatura está destinada a tomar formas cada vez más personales y oscuras hasta que finalmente sea legible sólo para un grupo reducido de personas sensibles”, es la frase de la escritora Anna Kavan que aparece a modo de presentación en Wikipedia.

Por supuesto que googlé su nombre, el de esta escritora inglesa, nacida en Cannes, Francia en 1901, cuando esta semana, el narrador chileno Antonio Gil la citó en su columna titulada “Islas fantasmas”, de Las Últimas Noticias, donde señala que la escritura, el tono, de Anna Kavan le recuerda el de la novela “Isla Podestá”, de Juan José Podestá. Kavan vivió múltiples vidas y se volvió experta en naufragar y en fracasar: fracasó lo más que pudo hasta la ruina y la locura.

“Isla Podestá habría sido el emplazamiento de un campo de concentración retorcido y abyecto”, comenta Antonio Gil en la mencionada columna. ¿Cuánta realidad hay en esta historia? ¿Qué es ficción, qué es verídico? Son preguntas que aparecen frente a esta notable narración, que nace desde la obsesión y avanza por los caminos de la reflexión, la memoria, la fantasía y la historia de Chile.

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«Mar»: lee aquí un extracto de la novela «Isla Podestá», de Juan José Podestá

Me demoré meses en decidirme. Me paseaba por la pieza como malo de la cabeza. A ratos me daba pánico pensar que, siendo manco, sería imposible empezar una búsqueda. Y me ponía a llorar. Fueron meses bien angustiantes. Gracias por el agua, está heladita. En algún momento no salía de la pieza porque pensaba que, si lo hacía, tomaría el bus al pueblo y empezaría al fin con las investigaciones. Entonces no salía y me quedaba dando vueltas en círculos por la pieza, escuchando una radio de esas que llaman del recuerdo. Miraba por la ventana de la habitación, a la que le decía mazmorra, y observaba la cordillera pensando en qué lugar estará mi hermana, dónde chucha estará. ¿La habrán matado en esa isla? ¿Se habrá escapado para desaparecer? No sé. Supe de personas que escaparon de Podestá, pero todos salían locos, mutilados. Alguna vez me buscó un tipo al que le decían “Pájaro” Artaya y me dejó nocaut. Me contó cosas horripilantes. Dijo que mi hermana se había enamorado de un capitán, pero después no supo qué pasó con ella. El tal “Pájaro” murió, lo estaban siguiendo, me dijo, eso me contó, que lo seguían. Yo pensé que estaba loco, y de hecho lo estaba, pero ahora sé que muchas cosas de las que contó eran ciertas, o eso quiero creer. Muchas cosas, qué sé yo, que la Isla Podestá había sido un campo de tortura terrible, el más terrible del país, y prácticamente todos los que llegaron allí fueron masacrados, no torturados, masacrados, y asesinados de la peor forma posible. Algunos pocos escaparon, pero desaparecieron, se convirtieron en espectros que deambulaban o aún deambulan por la ciudad. Espejismos, eso me dijo, esa palabra usó, porque no eran ya humanos, no tenían nombres, ni edad, ni familia ni amigos. Eran fantasmas por las calles. Y quizás eso le había pasado a mi hermana, se convirtió en un fantasma, en un espectro que ya nadie reconocía.

Lee aquí el capítulo «Mar», de «Isla Podestá», la más reciente novela del escritor iquiqueño Juan José Podestá

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«En los cuartitos»: lee aquí un extracto del libro «Silencio cerca de una pirámide antigua», de la escritora mexicana Viridiana Carrillo

Vivíamos en casa de la abuela, tan enferma de sus piernas que apenas se movía de la cama; yo pegaba el sillón doble a una orilla de su colchón y ahí pasábamos la noche viendo películas en el canal 9. La tía Isabel nos traía jícamas o frituras de harina con salsa Valentina y refresco para mí. Ella se encargaba de cuidarnos mientras mi madre trabajaba aunque los vecinos solían decir que era una loca: esa manía de mezclar café y coca cola y exhibir sin reparos, más bien con altanería, la belleza de su cuerpo, esos ojos jade, casi condena y augurio de su libertinaje, y lo deslenguada que era, en completa contradicción con ese físico envidiable. Al menos un talento, algo que la librara del rechazo absoluto mas nunca de las habladurías: le mandaban ropa a remendar, subir la bastilla, coser pretinas, arreglar cierres, o le encargaban hacer carpetas y manteles porque la tía era maravillosa al crochet y con la máquina de coser. Estudió en una escuela Singer, decía mi abuela cuando aún solía pararse, salir al patio, revisar sus plantas. Hablo de cuando la abuela regaba todo y me dejaba echar jabón Roma en el piso de losetas para resbalarme hasta dejarme la panza colorada. Solo que ahora ya no se movía de la cama. Luego llegaron las jarochas.

Lee aquí el cuento «En los cuartitos», relato que abre el libro «Silencio cerca de una pirámide antigua», debut literario en Chile de la escritora mexicana Viridiana Carrillo.

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Sueño y vestigios de una letra revuelta

Por Damaris Landeros*

Texto de presentación del libro «Letra revuelta. Literatura, imagen y espacio público en el estallido social», realizada en el Centex Valparaíso.

Hace poco más de tres años esa olla a presión que era Santiago (pero también Chile) dejó todo ese espeso y caliente guiso en nuestros techos.

Si se me permite lo autobiográfico (cómo escapar de ello cuando hace tres años estábamos marchando y experimentando en carne y hueso todo lo que vivimos) en ese momento estaba en mi pieza, acariciando la frente de mi hijo número 2, Dante, al que le estaba comenzando a subir fiebre. Tenía esa sensación que solemos tener los padres de que la noche será larga y el sueño poco. Ya estaba notoriamente embarazada de Eloísa, hija número 3, y me estaba quedando entre dormida, escuchando la televisión de fondo. De repente, un ruido me despierta y escucho en la tele que va a haber toque de queda, en la capital y el resto de Chile, producto de lo que había ocurrido con las estaciones de metro. No lo podía creer. Me preguntaba: ¿Cuánto tiempo fue que me dormí?… ¿realmente desperté?… ¿seré yo la afiebrada? Pero no era un sueño, una pesadilla o una invasión alienígena (tal vez sí, un poco esta última), sino la gran olla de porotos que fueron estos treinta años.

Hoy, Eloísa nació y es una hermosa e inteligente niña de dos años, Dante, irónicamente, está hoy un poco enfermo de nuevo, y luego del infame 4 de septiembre, parece que limpiamos mal los porotos de nuestro techo.

Después de tres años, creo que todos nos preguntamos por qué hablar de la revuelta después de este nuevo giro conservador (¿fue realmente un giro?) en los que emblemas de ese “Chile que no cambió” resurgieron desde las sombras, pienso en figuras como Shalper, Alessandri, Moreira, el sheriff Gaspar Rivas, et al, (no olvidar a Pancho Malo). Ellos en la actualidad han secuestrado la voz de esa supuesta “mayoría silenciada” que marcó rechazo. Por qué hablar de revuelta, cuando todas las consignas parecen erróneas y la vida que vivimos en ese momento parece ser un sueño. Eso, en cierta medida, es lo que se preguntan en su prólogo Nibaldo Acero y Jorge Cáceres y no puedo estar más de acuerdo con su mirada que más que romantizar la revuelta, la analiza y considerada como esa instancia, ese golpe, que suspende el tiempo histórico y abre un abanico de posibilidades. Esto es porque, a pesar de que sentimos que nada puede permanecer igual luego del 18 O, ciertamente podemos estar igual de mal o, incluso peor, que antes del 18 de O. El no volver a estar como estábamos (o incluso descender más a los infiernos) depende de nosotros y cómo decidamos jugar las cartas para cambiar las cosas y pensar otras posibilidades.

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