Por Patricia Espinosa (*)
Es como entrar en la cabeza de un condenado, en sus iluminaciones, en su rabia y melancolía. Es como si se intentara triturar la imagen de un poeta mediante la parodia y a la vez reivindicarla en su deseo. La novela «Niño feo», de Yuri Pérez, es un crudo y poderoso testimonio en torno a la violencia, el fracaso y el sentido o sinsentido de ser poeta.
En el territorio poblacional transcurre la infancia y adolescencia de Ernesto López, el protagonista y única voz del relato. La narración nos expone a un chico agredido, ridiculizado e ignorado por su entorno. Un niño que dibuja mariposas en las puertas del regimiento donde trabaja su padre, el cual odia a los comunistas y no sabe nada de arte. El niño colecciona fotos de francesas desnudas, se encierra en el baño donde guarda sus libros para desplazar su mirada entre ellos y la diarrea. Una de las constantes de este libro es revertir lo que convencionalmente se asocia a lo bello, abordar lo que se escapa al canon de la estética de lo sublime mediante el feísmo, lo desviado, lo infecto: “Me convertiré en un sucio poeta chileno, pobre, solo, enfermo”, dice el protagonista, asumiendo que el ser poeta no le asegura ninguna salvación.
El niño ha sido colonizado por la literatura, sobrevive por ella y para ella; sin embargo, tiene extrema conciencia de que la poesía ocupa un lugar menor en la sociedad. Feo-sucio-poeta-fracasado, le enrostra su familia, y aun así Ernesto no tuerce su plan de vida. El relato configura una sociedad donde la plusvalía del arte está en decadencia y donde predominan la soledad y las amistades casuales.
“¿Qué significa que un poeta la haga?”, se pregunta el protagonista, para luego señalar: “Quiero hacerla”, respuesta que trasunta ambiguamente: ¿alcanzar fama, vivir como poeta, quedar en la historia? El fragmento cita a Lihn y a De Rokha como paradigmas de quienes “la hicieron”: figuras tutelares, poetas vociferantes, situados en territorios sociales y poéticas divergentes. Arrojado al anonimato, Ernesto López es el reverso de aquellos exitosos vates a los que sólo puede aproximarse en su condición de poeta.
La novela va intensificando el delirio del protagonista en su deseo de ser poeta y tener prestigio, pero su proyecto está destinado a la ruina porque él es “tonto y feo”, conclusión que lo devuelve a su miseria, a la conciencia de sus limitaciones, a la terrible constatación de que “la poesía no salva a nadie. Muy por el contrario, te hunde con una hermosura impresionante y eterna”. Si en El idiota Dostoievski dice que “la belleza salvará al mundo”, su entusiasmo estético va en total contradicción con la desencantada propuesta de Yuri Pérez. Como tantas otras cosas, la poesía, más que salvar, hunde; sólo que en este caso el hundimiento va acompañado de una ambigua belleza.
* Crítica a la novela «Niño feo», de Yuri Pérez, publicada en Las Últimas Noticias el 17.09.2010