Por Patricia Espinosa (*)

Es como entrar en la cabeza de un condenado, en sus iluminaciones, en su rabia y melancolía. Es como si se intentara triturar la imagen de un poeta mediante la parodia y a la vez reivindicarla en su deseo. La novela «Niño feo», de Yuri Pérez, es un crudo y poderoso testimonio en torno a la violencia, el fracaso y el sentido o sinsentido de ser poeta.
En el territorio poblacional transcurre la infancia y adolescencia de Ernesto López, el protagonista y única voz del relato. La narración nos expone a un chico agredido, ridiculizado e ignorado por su entorno. Un niño que dibuja mariposas en las puertas del regimiento donde trabaja su padre, el cual odia a los comunistas y no sabe nada de arte. El niño colecciona fotos de francesas desnudas, se encierra en el baño donde guarda sus libros para desplazar su mirada entre ellos y la diarrea. Una de las constantes de este libro es revertir lo que convencionalmente se asocia a lo bello, abordar lo que se escapa al canon de la estética de lo sublime mediante el feísmo, lo desviado, lo infecto: “Me convertiré en un sucio poeta chileno, pobre, solo, enfermo”, dice el protagonista, asumiendo que el ser poeta no le asegura ninguna salvación.
